Los dioses de cada hombre. Jean Shinoda Bolen
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La única forma era dejarlo, pero no había dejado nada desde que había abandonado el equipo de atletismo en el instituto. También había sido infante de marina en Vietnam y los marines están entrenados a llegar hasta la cima de la colina, pase lo que pase. Pero yo ya había llegado; sencillamente odiaba estar allí. Había escalado la montaña equivocada y lo único que podía hacer era bajar y subir otra. No fue fácil: mi trabajo iba más despacio de lo que yo esperaba y mi matrimonio se disolvió.
Necesitaba algo, pero no estaba seguro de qué se trataba. Sabía que quería que me probaran mental y físicamente. Quería triunfar, pero con reglas claras y concretas, que no dependieran de la opinión de los demás. Quería la intensidad y la camaradería de una empresa arriesgada. En otros tiempos, puede que hubiera ido hacia el oeste o al mar, pero tenía dos hijos y una maraña de responsabilidades.
Este hombre tenía poder y prestigio, metas que para alcanzarlas se cobran la mejor parte de la vida de un hombre y que relativamente pocos consiguen. Pero padecía una de las enfermedades más importantes que observo en muchos hombres de mediana edad: depresión leve generalizada. Cuando se nos separa de nuestras fuentes de vitalidad y dicha, la vida resulta insulsa y sin sentido.
En esta cultura, los hombres llevan ventaja y parecen tener los mejores papeles. No cabe duda de que ostentan los de más poder o mejor remunerados. Sin embargo, muchos hombres padecen depresión que enmascaran con el alcohol, el trabajo excesivo, demasiadas horas delante del televisor, todo ello para conseguir insensibilizarse. Y hay otros muchos que están enojados y resentidos, su hostilidad y rabia se desencadena por cualquier cosa, desde la forma en que conduce alguien hasta la irritante conducta de un niño. Su esperanza de vida tampoco es muy larga. El movimiento feminista expresaba claramente los problemas que tienen éstas al vivir en un patriarcado, pero, a juzgar por la cantidad de hombres infelices que hay, parece que vivir en este tipo de sociedad tampoco es bueno para ellos.
El mundo interior de los arquetipos
Cuando la vida carece de sentido y ya nada nos parece nuevo, o cuando nos parece que hay algo que no funciona en nuestra forma de vida y en lo que estamos haciendo, podemos ayudarnos siendo conscientes de las discrepancias entre los arquetipos que hay en nuestro interior y nuestros roles externos. Los hombres se suelen ver atrapados entre el mundo interior de los arquetipos y los estereotipos externos. Los arquetipos son poderosas predisposiciones; investidas con la imagen y la mitología de los dioses griegos, tal como los he descrito en este libro, cada uno tiene impulsos, emociones y necesidades características que dan forma a la personalidad. Cuando representas un papel que está conectado con un arquetipo activo dentro de ti, la profundidad y el sentido que ese papel tiene para ti generan energía.
Si, por ejemplo, eres como Hefesto, el artesano y el inventor, el dios de la forja, que hacía hermosas armaduras y joyería, podrás pasar muchas horas en solitario en tu taller, estudio o laboratorio totalmente absorto en lo que estás haciendo, y con ello alcanzarás los niveles más altos. Pero si eres como Hermes, el mensajero, por naturaleza serás un hombre que estará siempre en movimiento. Ya seas un viajante o un negociador internacional, te gustará lo que haces, y tu trabajo requerirá una mente flexible, especialmente cuando te encuentres, como te suele suceder, en terrenos éticos poco definidos. Si eres como uno de estos dioses y te toca realizar el trabajo contrario, tu tarea dejará de ser un placer absorbente. El trabajo es sólo una fuente de satisfacción cuando coincide con tu naturaleza y talentos arquetípicos.
Las diferencias en la vida personal también son creadas por los arquetipos. Un hombre que se parezca a Dionisos, el dios extático, puede quedar totalmente absorto en la sensualidad del momento, donde nada es más importante que ser el amante espontáneo. Contrasta con el hombre que, al igual que Apolo, el dios del sol, trabaja para dominar sus habilidades y convertirse en un experto en técnicas de todo tipo, entre las cuales se puede incluir hacer el amor.
Los “dioses” como arquetipos existen en forma de patrones, reconocidos o no, que rigen las emociones y la conducta; son poderosas fuerzas que exigen su recompensa. Conscientemente reconocidos (aunque no necesariamente nombrados) y honrados por el hombre (o mujer) en el que moran, estos dioses ayudan al hombre a ser él mismo, motivándole a hacer que su vida tenga más sentido porque lo que hace está en conexión con la capa arquetípica de su psique. Los dioses rechazados y negados también tienen influencia, que suele ser perjudicial, puesto que ejercen una presión reivindicadora sobre el hombre. La identificación distorsionada también puede dañar, por ejemplo en un hombre que esté identificado con un dios hasta tal extremo que pierda su propia individualidad y se vuelva un “poseído”.
¿Qué es un arquetipo?
C. G. Jung introdujo el concepto de arquetipo en la psicología. Los arquetipos son patrones de existencia y de conducta, de percibir y de responder determinados internamente, preexistentes o latentes. Estos patrones se hallan en un inconsciente colectivo –esa parte del inconsciente que no es individual, sino universal y compartido. Estos patrones se pueden describir de manera personalizada, como dioses y diosas: sus mitos son historias arquetípicas. Evocan sentimientos e imágenes y tocan temas universales y que forman parte de la herencia humana. Nos suenan a cierto en nuestra compartida experiencia humana, de modo que cuando oímos hablar de ellos por primera vez nos resultan vagamente familiares. Cuando interpretamos un mito respecto a un dios o captamos su significado, intelectual o intuitivamente, como algo que influye en nuestra propia vida, puede tener el mismo impacto de un sueño que nos aclara una situación, nuestro propio carácter o el de alguien a quien conocemos.
Los dioses como figuras arquetípicas son como cualquier cosa genérica: describen la estructura básica de esta parte de un hombre (o de una mujer, pues los dioses arquetípicos con frecuencia también están activos en las psiques de las mujeres). Esta estructura básica está “revestida”, “encarnada” o “pormenorizada” por el hombre individual, cuya exclusividad está formada por la familia, la clase, la nacionalidad, la religión, las experiencias de la vida y el tiempo en que vive, su aspecto físico y su inteligencia. Sin embargo, todavía podemos observar que sigue cierto patrón arquetípico, al recordar a un dios en particular.
Puesto que las imágenes arquetípicas forman parte de nuestra herencia colectiva humana, nos resultan “familiares”. Los mitos griegos que se remontan a 3.000 años de antigüedad siguen vivos, se explican una y otra vez, porque los dioses y las diosas nos hablan de las verdades de la naturaleza humana. Conocer a estos dioses griegos puede ayudar a los hombres a entender mejor quién o qué está actuando en lo profundo de sus psiques. A su vez, las mujeres pueden aprender a conocer mejor a los hombres al conocer qué dioses están actuando en los hombres importantes de sus vidas, al tiempo que pueden descubrir que un “dios” en particular actúa en su propia psique. Los mitos pueden proporcionarnos la posibilidad de ese “¡ajá!” intuitivo: algo suena a cierto e intuitivamente captamos la naturaleza de una situación humana con mayor profundidad.
El parecido a Zeus, por ejemplo, es sorprendentemente obvio en los hombres que pueden ser despiadados, asumen riesgos a fin de conseguir más poder y riqueza, y que quieren estar muy visibles cuando hayan alcanzado la posición social deseada. Las historias sobre Zeus suelen encajar con los hombres que se identifican con él. Por ejemplo, sus vidas conyugales y sexuales pueden asemejarse a los galanteos de Zeus. El águila, que se asocia con Zeus, simboliza las características del arquetipo: desde su elevada posición goza de una perspectiva general, puede ver el detalle