Cómo acertar con mi vida. Juan Manuel Roca

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Cómo acertar con mi vida - Juan Manuel Roca страница 6

Автор:
Серия:
Издательство:
Cómo acertar con mi vida - Juan Manuel Roca

Скачать книгу

Vocación, autenticidad y casualidad

      La vocación es el porqué y el para qué de la vida. El reconocimiento de mi vocación es el descubrimiento de mi identidad.

      Se oye mucho hablar de ser «auténticos», como sinónimo aproximado de espontáneos o sinceros, pero no se termina de entender bien en qué consiste ser auténticos. La autenticidad es más profunda que la sinceridad. Consiste en la adecuación entre lo que se piensa —se siente, se dice, se hace— y lo que se debe hacer por ser quien se es. Es vivir conforme a la realidad de mi deber ser; pero sólo en cuanto sé quién soy, puedo saber quien puedo —y por eso debo— llegar a ser. La madurez, consecuencia de la autenticidad con que se vive, es clave para poder ejercer nuestra libertad, para poder disponer de nosotros mismos. Son muchos los que no acaban de darse por no disponer de sí mismos: el que no se posee no se puede dar, porque nadie da lo que no tiene.

      Está de moda decir que todo es por casualidad. Dos moléculas se encuentran por casualidad, dos personas se encuentran por casualidad, se enamoran por casualidad...

      En la casualidad todo es fortuito, no hay elección, hay desorden, todo es inevitable. Una vida que se vive por casualidad es una vida suspendida entre el aburrimiento y la angustia por el fin. Un hombre escindido de su destino de redención es un hombre ciego (S. Tamaro).

      Porque los hombres no existimos por casualidad. «Toda la historia de la creación es una carta que Dios sigue escribiendo al hombre. La tarea del hombre está en esforzarse, momento a momento, para descifrarla» (A. Pigna). Frente a la vida «casual» se sitúa precisamente el compromiso de asumir la propia existencia con autenticidad, a base de decisiones libres y conscientes. Sin duda, somos lo que decidimos ser, pero sobre una base que no hemos decidido nosotros.

      En efecto, no hemos decidido ser, ni ser personas; en consecuencia, tampoco hemos decidido libremente ser libres, ni ser lo que somos. Decidimos algo de lo que somos, pero no quiénes somos, que es el asunto de la vocación.

      a) El hombre, en primer lugar, experimenta que no existe ni vive en virtud de ninguna opción que él haya hecho, y su actitud natural y primigenia es la del agradecimiento ante la completa gratuidad de su propia existencia. Ésta es la primera manifestación de la religiosidad. El acto creador, en efecto, constituye una primera vocación a la existencia, y así es percibido en todas las religiones históricas.

      b) Tampoco el hombre ha decidido ser persona, ni ser la persona que en concreto es. La personalidad que nos caracteriza tiene, sin duda, algunos rasgos que nos hemos ido dando libremente a nosotros mismos, pero no en todas, ni en la mayoría de sus facetas, ni siquiera en las más externas: no elegimos la familia en la que nacemos, la época, el país, la educación, la sociedad en la que nos hemos desarrollado, etc., aspectos todos ellos que modulan profundamente nuestro modo personal de ser.

      c) A la vista de esto, cabe concluir que sólo en parte somos autores de nuestra biografía. Más bien habría que decir que somos co-autores. «En» nosotros hay algo ya decidido, y no «por» nosotros. Elegimos lo que somos, sí, pero a partir de una radical identidad.

      A esta vocación a la existencia podemos corresponder libremente: podemos asumir nuestro papel fundamental o no asumirlo, pero radicalmente no decidimos cuál es ese papel. El término «vocación» procede del verbo latino vocare y significa primeramente «llamada». Uno no se llama a sí mismo; es llamado, se vive impulsado o requerido a dar una respuesta, la cual sí que es libre. Por tanto, elegimos desde lo que somos, pero no sobre lo que somos.

      d) La existencia personal es resultado de una llamada creadora del Amor divino. Esa llamada, por tanto, no se dirige a un ser ya constituido, sino que es ella precisamente la que lo constituye desde la nada. Por eso puede decirse que lo primero que, en el orden de naturaleza, tiene el hombre es su apertura radical a Dios.

      La criatura humana tiene una estructura en la que lo fundamental es su relación con Dios: su ser por y para la relación con Dios. Como ha explicado el Concilio Vaticano II, «El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento, pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor, y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador» (Const. Gaudium et spes, n. 19).

      Por lo tanto, la actitud fundamental de la criatura será dejarse mirar y dejarse querer. No es lo mismo ser mirado o ser querido que dejarse mirar o dejarse querer. Esto segundo supone una postura activa, una actitud de confianza y correspondencia.

      4. La vida como «misión», a la luz de la vocación

      El hecho mismo de existir es mucho más que un mero hecho: es una misión, porque nuestra vida se nos da como algo en parte hecho y en parte por hacer. La conciencia de una misión en la vida —de una misión que es la vida— constituye la ayuda fundamental que tiene el hombre para vencer, o por lo menos afrontar con entereza, las dificultades objetivas o subjetivas que se presenten. Una misión de carácter personal hace al que la recibe insustituible, insuplantable. La vida adquiere así el valor de algo único, y cobra, en rigor, tanto mayor sentido cuanto más difícil se haga. Sólo en la medida en que consideremos nuestra vida como misión, buscaremos darle sentido. Para Frankl, «ser hombre significa estar preparado y orientado hacia algo que no es él mismo».

      Hasta hace un momento, hemos venido considerando que uno no elige su identidad, su ser quien es y, por tanto, su verdad. Pero esto no significa que la misión que se recibe al ser llamado a la existencia sea una especie de determinación fatal, algo así co­mo el «hado» o el «destino» inexorable, escrito por anticipado, de los que creen que la libertad humana no es, en realidad, más que una apariencia ilusoria.

      El mismo Frankl dice en La presencia ignorada de Dios: «No es el hombre quien ha de plantearse la pregunta por el sentido de la vida, sino que más bien sucede al revés: el interrogado es el propio hombre; a él mismo toca dar la respuesta; él es quien ha de responder a las preguntas que eventualmente le vaya formulando su propia vida».

      Y las respuestas serán muy distintas según sea el sentido que le hayamos dado a nuestra vida.

      A este respecto, resulta útil distinguir el sentido de la vida como dirección (sentido de su andadura) y como significado (sentido que la explica).

      El sentido de la vida, entendido como «dirección», es la vida eterna: hacia ella nos encaminamos. Esta fe en la vida que no acaba, sino que se transforma, permite enfrentarse a la muerte con serenidad y buen humor, pero sobre todo permite enfrentarse a la vida diaria llenándola de sentido, o sea, de significado. Y el sentido de la vida como «significado», su razón y explicación, es el amor, como hemos visto hace un momento. El amor no tiene porqué ni para qué. Si alguien preguntara: ¿por qué vives?, deberíamos responder: vivo para vivir, obrando por sobreabundancia del bien que me posee, brillando y haciendo brillar, ardiendo y haciendo arder (J.B. Torelló).

      Es precisamente la vocación lo que llena de sentido —de orientación y significado— nuestra vida, y permite asumirla como misión personalísima: «La vocación enciende una luz que nos hace reconocer el sentido de nuestra existencia. Es convencerse, con el resplandor de la fe, del porqué de nuestra realidad terrena. Nuestra vida, la presente, la pasada y la que vendrá, cobra un relieve nuevo, una profundidad que antes no sospechábamos. Todos los sucesos y acontecimientos ocupan ahora su verdadero sitio: entendemos a dónde quiere conducirnos el Señor, y nos sentimos como arrollados por ese encargo que se nos confía» (J. Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 45).

      III. La vida hecha vocación

      1. La libertad y los valores

      El hecho de existir supone una misión que cada uno debe ir cumpliendo

Скачать книгу