El paraiso de las mujeres. Висенте Бласко-Ибаньес

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El paraiso de las mujeres - Висенте Бласко-Ибаньес

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le dije que los Hombres-Montańas deben asombrarse cuando nos visitan, así como nosotros nos asombrábamos al verles en otros tiempos. Hay cosas que no comprenderá usted nunca si no le damos una explicación preliminar. Y esta explicación sólo la recibirá usted si los altos seńores del Consejo Ejecutivo quieren que viva. En cuanto á la desproporción entre nuestras armas y nuestras máquinas, no debe usted preocuparse de ella. Vivimos organizados como queremos, como á nosotros nos conviene.

      El joven no quiso mostrarse vencido por el aire de superioridad con que fueron dichas tales palabras, y ańadió:

      —Entre los objetos que han sacado de mis bolsillos habrá visto usted seguramente una máquina de hierro formada por un tubo largo y un cilindro con otros seis tubos más pequeńos, dentro de los cuales hay lo que llamamos una cápsula, que se compone de una porción de substancia explosiva y un pedazo de acero cónico. Tengan mucho cuidado al mover la tal máquina, porque es capaz de hacer volar á uno de los navíos de su escuadra del Sol Naciente. Con varias máquinas de la misma clase ustedes serían mucho más fuertes que lo son ahora.

      La universitaria abandonó el portavoz para reir con una serie da carcajadas que le hicieron llevarse las manos á las dos curvas superpuestas de su pecho y de su abdomen.

      —ĄCuántas palabras—dijo al extinguirse su risa—, cuántas palabras para describirme un revólver! ĄPero si yo conozco eso tan bien como usted!… Las gentes que hoy han visto el suyo (los cargadores y los marineros) seguramente que no saben lo que es; pero para nosotros, las personas estudiosas, esa máquina del tubo grande y de los seis tubos con sus cápsulas explosivas resulta una verdadera antigualla. Además, la consideramos repugnante é indigna de todo recuerdo. No intente, gentleman, deslumbrarnos con sus descubrimientos. Aquí sabemos más que usted. Prescinda da nuevas observaciones y acuéstese prontito á tomar su leche.

      El americano tuvo que obedecer, avergonzado de su derrota. Las vacas, en fila incesante, subían y bajaban por una dobla rampa situada junto á la bomba. Cuando estaban en lo alto, al lado da la boca del receptáculo, los siervos forzudos las ordeńaban rápidamente con un aparato, arrojando la leche en el interior del enorme vaso de metal. Varios hombres tomaron el doble balancín del pistón para subirlo y bajarlo, impeliendo el líquido del interior. Mientras tanto, otros de los siervos desnudos desarrollaban los flexibles anillos de una manga de riego ajustada á la bomba.

      —Abra usted la boca, Gentleman-Montańa—ordenó el profesor hembra.

      Gillespie obedeció, é inmediatamente le introdujeron entre los labios una barra de metal ampliamente perforada, de la que surgía un chorro de leche más grueso que el brazo musculoso de cualquiera de aquellos atletas. Gillespie bebió durante mucho tiempo este hilillo de líquido dulzón, algo más claro que la leche de otros países.

      —żQuiere usted más?—preguntó la traductora—. No tema ser importuno. Nuestros agentes continúan en este momento su requisa de vacas por todos los distritos inmediatos.

      Pero el gigante se mostraba ahito del amamantamiento por manga de riego, é hizo un gesto negativo.

      Volvió á rugir el portavoz dando órdenes, y huyeron las vacas hacia la selva, perseguidas por los gritos, las pedradas y los garrotes en alto de sus conductores. Desapareció igualmente la máquina que había servido el desayuno, y los siervos atletas empezaron á trabajar en torno del cuerpo de Gillespie.

      En un momento le libraron de las ligaduras que sujetaban sus muńecas y sus tobillos. Al desliarse el enroscamiento de los hilos metálicos, las máquinas voladoras tiraron de estos cables sutiles, haciéndolos desaparecer. Pero no por esto se alejaron. Las cuatro permanecieron inmóviles en el mismo lugar del espacio, como si esperasen órdenes.

      —Gentleman—volvió á decir Flimnap—, ha llegado el momento más difícil para mí. Vamos á partir para la capital, y necesito recordarle que la continuación de su existencia no es aún cosa segura. Falta saber qué opinión formarán de usted las altas personalidades del Consejo Ejecutivo. Pero yo tengo cierta confianza, porque el corazón justo y fuerte de las mujeres es siempre piadoso con la debilidad y la ignorancia del hombre. Además, cuento con la buena impresión que producirá su aspecto.

      ťUsted es muy feo, gentleman; usted es simplemente horrible. Su piel, vista por nuestros ojos, aparece llena de grietas, de hoyos y de sinuosidades. Como usted no ha podido afeitarse en dos ó tres días, unas cańas negras, redondas y agujereadas empiezan á asomar por los poros de su piel, creciendo con la misma rigidez que el hierro. Pero si le miran á usted con una lente de disminución, si le ven empequeńecido hasta el punto de que se borren tales detalles, reconozco que tiene usted un aspecto simpático y hasta se parece á algunas de las esposas de las altas personalidades que nos gobiernan. Yo pienso llegar á la capital mucho antes que usted, para rogar al Consejo Ejecutivo que le mire con lentes de tal clase. Así, su juicio será verdaderamente justo….

      ťY ahora, perdóneme lo que voy á ańadir. Yo no figuro en el gobierno; no soy mas que un modesto profesor de Universidad. Si de mí dependiese, le llevaría hasta la capital sin precaución alguna, como un amigo. Pero el gobierno no le conoce á usted y guarda un mal recuerdo de la grosería de los Hombres-Montańas que nos visitaron en otros tiempos. Teme que se le ocurra durante el camino derribar alguna casa de un puntapié ó aplastar á las muchas personas que acudirán á verle. Puede usted perder la paciencia; la curiosidad del público es siempre molesta; hay hombres que ríen con la ligereza y la verbosidad propias de su sexo frívolo; hay nińos que arrojan piedras, á pesar de la buena educación que se les da en las escuelas. El sexo masculino es así. Por más que se pretenda afinarle, conserva siempre un fondo originario de grosería y de inconsciencia. En fin, gentleman, tenemos orden de llevarle atado hasta nuestra capital, pero marchando por sus propios pies.

      ťNada de fabricar una enorme carreta y de amarrarle sobre ella, siendo arrastrado por centenares de caballos. Esto resultaría interminable y haría durar su viaje varios días. Además, es indigno de nuestro progreso, á pesar de que usted nos cree bárbaros porque hemos querido olvidar la existencia de la pólvora. En tres horas llegaremos á la capital. Usted podrá marchar á grandes pasos, sin salirse del camino, y le escoltarán á gran velocidad nuestras máquinas terrestres y voladoras. Pero como nuestros gobernantes no le conocen y temen una humorada como las de aquel Hombre-Montańa que se enloquecía bebiendo un líquido cáustico, será usted sometido á las siguientes precauciones:

      ťUna máquina voladora irá delante, después de haber enroscado un cable á su cuello. Otra volará detrás, con su cable amarrado á las dos manos de usted cruzadas sobre la espalda. Puede avanzar sin miedo. Los tripulantes de nuestros voladores conservarán siempre flojos estos lazos metálicos. Pero por si usted intentase (lo que no espero) alguna travesura, le advierto que los guerreros del aire tienen orden de dar un tirón inmediatamente con toda la fuerza de sus máquinas, y que los tales cables metálicos cortan lo mismo que una navaja de afeitar…. Y ahora, gentleman, póngase de pie con cierta precaución, para no causar graves dańos en torno de su persona. Debemos separarnos por unas horas; yo marcho delante. Además, la comunicación va á quedar interrumpida entre nosotros desde el momento que usted recobra la posición vertical, aislándose en su grandeza inútil.

      El ingeniero quiso protestar, algo ofendido por las precauciones á que se le sometía.

      —Ni una palabra más—insistió el doctor—. Le advierto que anoche casi demolió usted en la obscuridad una de nuestras máquinas voladoras al dar un zarpazo en el aire. Faltó poco para que cayese al suelo desde una altura enorme, matándose sus tripulantes. Después de esto, reconocerá que nuestro gobierno obra prudentemente al no tratarle con una confianza ciega.

      Se apartó el vehículo-lechuza, sin que por esto la traductora, dejase

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