La Adivinadora del Circo. Barbara Cartland

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La Adivinadora del Circo - Barbara Cartland La Coleccion Eterna de Barbara Cartland

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yo quiero oírle decir.

      Odella sonrió para sus adentros.

      Pensó que no era muy difícil leer la suerte de las jóvenes de la aldea, algo que ella misma hacía con frecuencia. Desde que era pequeña, de alguna manera sabía cosas de la gente sin necesidad de que se las contaran. Había sido la adivinadora de su padre en el bazar que éste organizaba todos los veranos a beneficio de la iglesia.Y también cuando deseaban recaudar fondos pana las Festividades Navideñas.

      Los aldeanos opinaban que era muy atinada en sus predicciones y le creían cuanta palabra les decía.

      Su padre la había prevenido siempre de que fuera muy cuidadosa y no levantara falsas esperanzas.

      —Sé, Queridita, que algunas veces intuyes cosas que otra gente no puede ver, y eso es un don de Dios. Pero no debes abusar de él. No debes prometer lo que no pueda lograrse, ya que la gente, al no conseguir lo que desea, puede sentirse muy desdichada.

      Odella había comprendido, por lo que, siempre se mostraba muy ambigua en sus predicciones.

      A menos que estuviera absolutamente convencida de que lo que decía sucedería de verdad, no sembraba las esperanzas de nadie.

      Había sido difícil desde el inicio de la guerra.

      Casi todos en la aldea tenían algún familiar peleando en el continente.

      Aun cuando ella jamás lo reveló, de alguna forma había conocido de antemano la muerte de varios jóvenes.

      Mucho antes de que se les informara a sus familiares, Odella ya sabía que habían muerto al servicio de su patria.

      Pero también en dos ocasiones se sintió segura de que un soldado volvería, aun cuando su familia ya lo daba por perdido. Había comprobado que estaba en lo cierto cuando uno de ellos regresó herido, y el otro, ciego.

      Ahora pensó que sería interesante ver cómo atendía Madame Zosina a su clientela.

      —Deseaba averiguar si era una adivinadora auténtica o sólo alguien que fingía serlo. Era habitual que, cuando un circo visitaba Portsmouth o Gosport, llevara una adivinadora en su elenco.

      Pero por todo lo que había oído decir, Odella estaba segura de que la mayoría no poseía poder alguno de adivinación. Simplemente, se aprovechaban de la fragilidad humana por desear conocer el futuro antes de que sucediera.

      El segundo marinero permaneció bastante tiempo con Madame Zosina.

      Cuando salió, iba radiante.

      Te toca, Joe —dijo a su amigo—. Te espero afuera.

      Mientras salía sonriente, Joe cruzó la cortina y Odella tomó el asiento que dejara.

      Ahora podía escuchar, muy bajo, pero con toda claridad, lo que se decía.

      —Buen día, Marino —lo saludó una voz suave.

      —Buen día, Madame-respondió el marino—. Mis amigos me han dicho lo maravillosa que es usted y deseo saber qué va a ser de mí.

      —Supongo que zarpará al extranjero —dijo Madame Zosina, de nuevo con voz muy suave—. Y está impaciente por saber lo que le sucederá cuando llegue a su destino.

      —Es cierto —admitió Joe. Se hizo el silencio.

      Odella adivinó que, mientras el marinero permanecía sentado frente a ella, Madame Zosina consultaba su bola de cristal. Comprobó que estaba en lo cierto cuando, después de unos segundos, la adivinadora dijo:

      —Lo veo viajando en un enorme barco, y creo que se dirige a Francia.

      Joe debió hacer un gesto afirmativo y ella continuó: Tiene que despedirse de una adorable jovencita.

      —Eso es verdad —confirmó Joe—. ¿Me será fiel mientras estoy ausente?

      —Sé que lo será —respondió Zosina—, pero creo que usted sufre por tenerla que dejar.

      Joe murmuró algo que Odella no pudo escuchar y Madame Zosina continuó:

      —No dispone usted de mucho tiempo para decirle cuánto la ama. Partirá antes de lo que espera.

      Hubo un silencio antes de que agregara:

      —Déjeme ver... ¿Es dentro de tres o cuatro días cuando parte usted?

      Tres —-dijo, ansioso, Joe.

      —Entonces, debe decirle esta noche que la ama, y todas las noches hasta que se inicie el viaje. Ahora, déjeme consultar mi bola de cristal— Su barco es muy grande y si alcanzo a leer su nombre, le daré un talismán especial que lo protegerá dondequiera que vaya.

      —Gracias, Señora, eso me gustaría —-dijo Joe.

      —Es, en verdad, de muy buena suerte —-le indicó Zosina-—; pero, primero, debo ver el nombre de su barco. Se hizo el silencio, hasta que Joe dijo:

      —Nos han ordenado que no digamos a nadie el nombre de nuestro barco.

      —Lo comprendo —intervino Zosina con rapidez—. Sin embargo, yo lo veo con claridad en mi bola de cristal. Ahora, déjeme pensar..

      Debía estar observando su bola de cristal, pensó Odella. Después de un minuto, dijo:

      —Veo una "L". ¿Ó será una "I"?

      —Una "I" —dijo con rapidez Joe.

      —Ahora veo otra letra que me parece una "M".

      —Una "N" —-indicó Joe.

      —¿Me equivoco o el nombre es INVENCIBLE? —pregunto Madame Zosina.

      Tiene razón; lo ha sabido usted —comentó Joe.

      —Muy bien. Aquí está su talismán. ¿Es el próximo miércoles, o el jueves, cuando zarpa?

      —Creo que es el miércoles por la noche, Señora.

      —Entonces, el miércoles pensaré en usted para que su viaje lo realice felizmente.

      —Gracias, muchas gracias —dijo Joe.

      —Me aseguraré de que su novia piense en usted. Es importante que no lo olvide mientras está lejos.

      —-Le estoy muy agradecido —musitó Joe.

      Se escuchó el ruido de una silla al arrastrarse y Joe salió de detrás de la cortina.

      Entonces, Odella advirtió que un hombre con uniforme de soldado estaba de pie junto a ella.

      —¿Podría rogarle que me dejara pasar con la adivinadora antes que usted? Debo regresar al cuartel a las cuatro y no puedo llegar tarde.

      —Sí, por supuesto —accedió Odella—. No tengo prisa.

      —Gracias.

      El

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