Transfusión. Enrique de Vedia
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Enrique de Vedia
Transfusión
Publicado por Good Press, 2019
EAN 4057664177704
Índice
PRÓLOGO
La novela cuya publicación iniciamos hoy significa un triunfo para su autor y una conquista para las letras nacionales. Don Enrique de Vedia, acreditado ya como escritor didáctico y publicista vigoroso, también había hecho apreciar en varias ocasiones sus cualidades de narrador y sus dotes de inventiva. Con todo, en el género puramente artístico y literario, no había producido aún la obra que era dable esperar y que hoy llega con Transfusión, como un resumen de energías y una síntesis de belleza.
Es una novela autóctona en la más estricta acepción del vocablo, pero lo es a la manera de las que soportan traslaciones a idiomas extraños y ello merced a la universalidad del asunto. Este es muy original. Lo constituye un problema de psicología individual. En su desarrollo el autor muestra el descenso de un alma virtualmente generosa y, como contraste, el renacer de otras embebidas en la substancia de aquélla. Y en la notación de este doble proceso moral, el señor Vedia aguza el análisis hasta sorprender los movimientos menos perceptibles del espíritu en su crisis progresiva. Los personajes no se ocultan a sus atisbos de observador, que sin abstraerse jamás, logra adueñarse a veces de todo un carácter, merced a un sólo rasgo distintivo.
De ahí que el novelista llegue a objetivarlos con intenso calor de humanidad. Se animan y andan, y a medida que accionan y discurren se advierte en ellos las modalidades de sus tendencias, de sus estados de alma, según las condiciones que los determina. Son seres reales, por eso viven en la novela, porque antes vivieron en la realidad, donde fueron sorprendidos. De pronto parece que se va a dar con ellos. Tal es la impresión de su verdad esencial. No nos referimos sólo a los caracteres centrales de la novela, a los que forman el núcleo de su acción íntima, sino también a las figuras de segundo término, o episódicas.
El señor Vedia ha matizado Transfusión con algunos trozos descriptivos que pueden citarse como páginas de primer orden. Y cuando del diálogo que tiene el sesgo de la frase hablada, el novelista pasa a describir y eleva la forma, pone en ello gradaciones tan armónicas que la transmisión se efectúa insensiblemente. Y ora evoque el despertar de la ciudad o los vastos panoramas agrestes o los cuadros de costumbres camperas, siempre ajusta a su naturaleza el estilo.
Y ello en una forma ágil y fácil, siempre viva, animada siempre. De ahí que el interés no decae un solo instante, sostenido aquí por la ternura, allí por lo patético, allá por el drama íntimo, acullá por un revuelo lírico y en todas partes por un perfecto acuerdo entre el mundo evocado y la energía evocadora.
La Nación.
Junio 10 de 1908.
Entre los juicios que esta obra mereció, cuando vio la luz pública, se encuentra el siguiente, que expresa, con particular acierto, el concepto ideológico y la finalidad moral a que «Transfusión» responde:
«Rosario, julio 15 de 1908.—Señor Enrique de Vedia.—Buenos Aires.—Mi distinguido amigo: Su bella concepción dramática, publicada en forma de romance, ha terminado de una manera original y novedosa, dejándonos con ganas. Efectivamente, acostumbrados en este género de producciones a que se aten todos los cabos para cerrar el ciclo de los acontecimientos referidos (artificio más que verdad), uno no se resigna a que deje de contársele que Anastasio vino una noche a matar a Melchor, por ejemplo; que Clota, desesperada, entró en un convento; que los padres del protagonista murieron en un hospital porque éste les derrochó toda su fortuna, concluyendo él mismo sus días en el manicomio, degenerado e imbécil, en un acceso de delirium tremens o maniatado por la parálisis general progresiva.
»La fuerza del hábito hace que uno espere el número siguiente para continuar la fácil y agradable lectura que se realiza como si se oyera un fonógrafo invisible que reproduce para el oído lo que los cuadros admirablemente trazados reproducen cinematográficamente en la imaginación y casi diríamos en la pantalla retiniana.
»Ese final, en que queda Melchor, afirmado en la tranquera, con su simbólico ramito de fresco cedrón, viendo partir a sus amigos, que se llevan jirones de su psicología, es de una naturalidad tal, que recuerda a los grandes maestros del arte literario cuando con los más sencillos elementos realizan verdaderas creaciones.
»Tan cierto es que un simple gesto, o una pose revelan muchas veces todo un mundo interno oculto al ojo vulgar que sólo ve la superficie.
»Hay tal revelación de recóndita onomatopeya entre este sujeto así plasmado en aquel ambiente todo nuestro, y el estado de su ánimo ante la metamorfosis que el alcohol por una parte, el contagio moral por otra y su indudable receptividad psíquica han producido en él, que al terminar uno la lectura del capítulo, se queda inconscientemente en una actitud análoga, con la vista clavada en un punto del espacio y una sonrisa de aplomo dibujándose en los labios.
»La transfusión está hecha, ¿para qué más? Sutil e inadvertidamente la salud espiritual de Melchor ha sido absorbida por Ricardo y por Lorenzo, los que a su vez le han dado a respirar sus almas enfermas, como las flores, que al ampararse del oxígeno, que es la vida, exhalan el ácido carbónico, que es la muerte.
»El lector pudiera exigir que el fenómeno hubiese ido produciéndose ocasionalmente a su vista y con casos concretos que le documenten, como en un boletín clínico en que se anotan todas las modalidades de un padecimiento cuyo curso insidioso o normal se sigue prolijamente, catalogando epifenómenos y detalles de escrupulosa minuciosidad, pero ¿podría hacerse eso sin menoscabo del arte, generalizados por excelencia, para producir el efecto emocional y convincente que se busca?
»El alcohol y la Venus son, por otra parte, auxiliares eficaces de consumo orgánico y de degeneración, de que el autor echa mano con hábil ingenio para producir el caso clínico observado y existente, sin duda alguna en gran número, en este inmenso nosocomio del mundo.
»Pinturas que son verdaderas fotografías con movimiento hay en su romance, y Baldomero, representante genuino de nuestros hombres de campo, de verba pintoresca y tranquilo razonar ecuánime, ha sido arrancado de la realidad él mismo, en medio de aquella naturaleza genuinamente argentina, de horizontes dilatados y soberana magnificencia.
»No tengo por delante su trabajo; el folletín vuela y muchas bellezas escapan al ojear los recuerdos. Dejo, además, como usted ve, correr la pluma en el natural desaliño epistolar, como que estamos conversando familiarmente sobre las facciones de su primogénito.
»Espero ver pronto en forma