Noli me tángere. Jose Rizal

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Noli me tángere - Jose  Rizal

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¿cómo se arreglaba usted?—preguntó admirada doña Victorina.

      —Me servía del idioma del país, señora.

      —He estado un año en Inglaterra entre gentes que sólo hablaban el inglés.

      —Y ¿cuál es el país que más le gusta á usted en Europa?—preguntó el joven rubio.

      —Después de España, mi segunda patria, cualquier país de Europa libre.

      —Y usted que parece haber viajado tanto..... vamos, ¿qué es lo más notable que ha visto usted?—preguntó Laruja.

      Ibarra pareció reflexionar.

      —Notable ¿en qué sentido?

      —Por ejemplo..... en cuanto á la vida de los pueblos..... vida social, política, religiosa, en general, en la esencia, en el conjunto...

      Ibarra se puso á meditar largo rato.

      —Con franqueza, me gusta todo en esos pueblos, quitando el orgullo nacional de cada uno... Antes de visitar un país, procuraba estudiar su historia, su Éxodo, si puedo decirlo, y después todo lo hallaba natural; he visto siempre que la prosperidad ó miseria de los pueblos están en razón directa de sus libertades ó preocupaciones, y por consiguiente, de los sacrificios ó egoísmo de sus antepasados.

      Ibarra se quedó sin saber qué decir: los demás, sorprendidos, miraban al uno y al otro, y temían un escándalo.—«La cena toca á su fin y S. R. está ya harto», iba á decir el joven, pero se contuvo, y sólo dijo lo siguiente:

      —Señores, no extrañen ustedes la familiaridad con que me trata nuestro antiguo cura: así me trataba cuando niño, pues para S. R. en vano pasan los años; pero se lo agradezco porque me recuerda al vivo aquellos días, en que S. R. visitaba frecuentemente nuestra casa y honraba la mesa de mi padre.

      El dominico miró furtivamente al franciscano, que se había puesto tembloroso. Ibarra, continuó, levantándose:

      —Ustedes me permitirán que me retire, porque, acabado de llegar y teniendo que partir mañana mismo, quédanme muchos negocios por evacuar. Lo principal de la cena ha terminado y yo tomo poco vino y apenas pruebo licores. ¡Señores, todo sea por España y Filipinas!

      Y apuró una copita, que hasta entonces no había tocado. El viejo teniente le imitó, pero sin decir palabra.

      —¡No se vaya usted!—decíale Capitán Tiago en voz baja.—Ya llegará María Clara: ha ido á sacarla Isabel. Vendrá el nuevo cura de su pueblo, que es un santo.

      —¡Vendré mañana antes de partir! Hoy tengo que hacer una importantísima visita.

      Y partió. Entretanto el franciscano se desahogaba.

      —¿Usted lo ha visto?—decía al joven rubio, gesticulando con el cuchillo de postres.—¡Eso es por orgullo! ¡No pueden tolerar que el cura los reprenda! ¡Ya se creen personas decentes! Es la mala consecuencia de enviar los jóvenes á Europa. El gobierno debía prohibirlo.

      —Y ¿el teniente?—decía doña Victorina haciéndole coro al franciscano;—en toda la noche no ha desarrugado el entrecejo; ha hecho bien en dejarnos. ¡Tan viejo y aún es teniente!

      La señora no podía olvidar la alusión á sus rizos y el pisoteado encañonado de sus enaguas.

      Aquella noche escribía el joven rubio, entre otras cosas, el capítulo siguiente de sus Estudios Coloniales: «De cómo un cuello y un ala de pollo en el plato de tinola de un fraile pueden turbar la alegría de un festín.» Y entre sus observaciones había éstas: «En Filipinas la persona más inútil en una cena ó fiesta es la que la da: al dueño de la casa pueden empezar por echarle á la calle y todo seguirá tranquilamente. En el estado actual de las cosas casi es hacerles un bien el no dejar á los filipinos salir de su país, ni enseñarles á leer...»

      IV

       Índice

       Índice

      Ibarra estaba indeciso. El viento de la noche, que por esos meses suele ser ya bastante fresco en Manila, pareció borrar de su frente la ligera nube que la había obscurecido: descubrióse y respiró.

      —¡Se va despacio!—murmuró, y siguió la calle de la Sacristía.

      Los vendedores de sorbetes seguían gritando: ¡Sórbeteee! los huepes ó lamparillas alumbraban aún los mismos puestos de chinos y de mujeres, que vendían comestibles y frutas.

      —¡Es

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