Inteligencia social. Daniel Goleman

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Inteligencia social - Daniel Goleman Ensayo

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un determinado restaurante local trabaja una camarera a la que todo el mundo adora, porque muestra un curioso talento natural para sintonizar con el ritmo y el estado de ánimo de sus clientes y entrar en sincronía con ellos.

      Es silenciosa y discreta con el hombre taciturno que consume lentamente su refresco en la mesa de la esquina, pero se muestra extravertida y sociable con los ruidosos trabajadores de una empresa vecina que han venido a comer y se vuelca por completo al atender la mesa de la joven mamá, fascinando con una cara divertida y un par de chistes a sus dos hiperactivos hijos. No es de extrañar que todos sus clientes se lo agradezcan con una generosa propina.7

      Esa camarera tan diestra en captar la longitud de onda de sus clientes ilustra perfectamente los beneficios interpersonales de la sincronía. Y, cuanto mayor es el grado de sincronía inconsciente entre los movimientos y gestos que se producen durante una determinada interacción, más positivamente se siente y recuerda el encuentro.

      El poder sutil de esta danza se puso claramente de manifiesto en un ingenioso experimento con estudiantes de la Universidad de New York que se ofrecieron como voluntarios para lo que suponían que se trataba de un nuevo test psicológico. Los sujetos debían evaluar una serie de fotografías ante otro estudiante que, confabulado con los investigadores, sonreía, se mantenía serio, movía nerviosamente el pie o se frotaba el rostro.8

      Hiciera lo que hiciese el sujeto aliado con los investigadores, el voluntario tendía a imitarle. Así, por ejemplo, cuando aquél se frotaba el rostro o esbozaba una sonrisa, provocaba en el sujeto el mismo tipo de respuesta. La minuciosa entrevista que siguió al experimento dejó muy claro que los voluntarios no tenían la menor idea de haber estado sonriendo o sacudiendo miméticamente su pie, ni tampoco habían sido conscientes de la danza gestual en la que acababan de participar.

      Cuando, en otra de las facetas del mismo experimento, el entrevistador imitaba de forma intencionada los movimientos y gestos de la persona con la que hablaba, no les resultaba especialmente grato, pero la cosa era muy distinta cuando los imitaba de manera espontánea.9 A diferencia, pues, de lo que suelen afirmar libros muy populares al respecto, responder deliberadamente a alguien –imitando los movimientos de sus brazos o asumiendo su postura, por ejemplo– no favorece el rapport. En este sentido, la imitación mecánica y fingida parece hallarse completamente fuera de lugar.

      Los psicólogos sociales han descubierto una y otra vez que, cuanto más naturalmente coordinados –es decir, cuanto más simultáneos, al mismo ritmo o armonizados de cualquier otro modo– se hallen los movimientos de las personas que se relacionan, más positivos son sus sentimientos.10 El mejor modo de percatarnos de ese flujo no verbal consiste en observar una conversación entre dos amigos desde una distancia que no nos permita escuchar lo que están diciendo, en cuyo caso asistimos a una elegante danza de la que también participa el contacto ocular.11 Es interesante señalar, en este último sentido, que cierto coach de teatro familiariza a sus discípulos con esta danza silenciosa visionando películas en las que el sonido, sin embargo, permanece desconectando.

      La ciencia actual dispone de herramientas que actúan como una especie de lupa que pone de manifiesto aspectos que resultan invisibles al ojo desnudo, como la sintonía entre el ritmo respiratorio del que escucha y la emisión de aire del que habla.12 Los experimentos realizados en este sentido han puesto de relieve que, cuando dos amigos están hablando, su ritmo respiratorio se acopla, de modo que ambos respiran al mismo tiempo, o que cuando uno exhala, el otro inhala.

      La intensidad de esta sincronía respiratoria es mayor cuanto mayor es la proximidad entre los participantes y aumenta todavía más en los momentos en que ríen ya que, en tal caso, comienzan casi en el mismo instante y, mientras lo hacen, se sincroniza también su ritmo respiratorio.

      La coordinación constituye una especie de amortiguador social de los encuentros interpersonales y cumple con la función de lubricar los momentos más embarazosos, como las largas pausas, las interrupciones y las ocasiones en que ambos interlocutores hablan simultáneamente. Por eso, aun cuando una conversación se deshilvane o caiga en el silencio, la sincronía mantiene la sensación de relación, transmitiendo un mensaje tácito de acuerdo y comprensión entre emisor y receptor.

      A falta de esta sincronía física, la conversación requiere, para que los participantes se sientan cómodos, de una mayor coordinación verbal. Esto es algo que queda muy claro cuando, por ejemplo, las personas no pueden verse –como sucede en una conversación telefónica o a través de un interfono–, en cuyo caso las pautas verbales y la alternancia deben coordinarse más que cuando los interlocutores se hallan físicamente presentes.

      La simple coincidencia de posturas constituye un elemento extraordinariamente importante del rapport. Cierto estudio que investigó los cambios de postura de los alumnos de un aula descubrió por ejemplo que, cuanto más semejantes son sus posturas a las de sus profesores, más intenso es el rapport y mayor también su nivel general de implicación mutua. De hecho, la coincidencia postural constituye un indicador muy claro del clima emocional del aula.13

      La sincronía va acompañada de un placer visceral cuya intensidad es tanto mayor cuanto mayor sea el tamaño del grupo. La expresión estética de la sincronía grupal se manifiesta en el disfrute universal de bailar o moverse al mismo ritmo que puede advertirse en el impulso que mueve los brazos de los espectadores que “hacen la ola” en las gradas de un estadio de fútbol.

      El fundamento neurológico de la resonancia se halla integrado en la estructura misma de nuestro sistema nervioso. Aun estando en el útero de la madre, el feto sincroniza sus movimientos con el ritmo del habla humana, pero no con otros sonidos. El niño de un año de edad sincroniza el momento y la duración de su parloteo infantil con el de su madre, y cuando el bebé se encuentra con su madre (o cuando dos extraños se ven por vez primera), la sincronía transmite el mensaje «estoy contigo», una forma implícita de decir «continúa, por favor» que mantiene el compromiso de la otra persona. Y, cuando la conversación toca a su fin, se alejan de la sincronía, enviando señales implícitas de que ha llegado ya el momento de concluir la interacción. Cuando, por otra parte, la interacción no alcanza la sincronía –es decir, cuando se interrumpen o, de algún modo, no acaban de encajar–, se genera un sentimiento negativo.

      Cualquier conversación discurre a través de dos canales, el superior (que transmite la racionalidad, las palabras y los significados) y el inferior (que opera a un nivel subverbal y expresa una vitalidad ajena a toda forma), manteniendo la interacción a través de la experiencia inmediata de la conexión. La sensación de conexión no depende tanto de lo que se dice como del vínculo emocional tácito más directo e íntimo.

      Esta conexión subterránea no es ningún misterio, porque siempre manifestamos nuestros sentimientos sobre las cosas mediante expresiones faciales espontáneas, como gestos, miradas y similares. Es como si, a un nivel sutil, estuviésemos manteniendo una conversación silenciosa que nos permitiera adivinar, entre líneas, cómo nos sentimos en la relación y ajustarnos así en consecuencia.

      Cuando dos personas conversan podemos contemplar este minué emocional en la danza de sus cejas, en los gestos rápidos de sus manos, en las expresiones faciales fugaces, en los veloces ajustes del ritmo verbal, en los intercambios de miradas y cosas por el estilo. Esta sincronía es la que nos permite acoplarnos y conectar y, si lo hacemos bien, entrar en resonancia emocional positiva con los demás.

      Cuanto mayor es la sincronía, más semejantes son las emociones que experimentan los implicados y su mantenimiento determina el ajuste emocional. Cuando, por ejemplo, un bebé y su madre pasan juntos de un bajo nivel de energía y alerta a otro más elevado, es mayor el placer que experimentan. La misma capacidad de resonar de ese modo indica la existencia, incluso en los bebés, de circuitos cerebrales

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