Insolación y Morriña (Dos historias amorosas). Emilia Pardo Bazan

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Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - Emilia Pardo  Bazan

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      (DOS HISTORIAS AMOROSAS)

      

MADRID V. PRIETO Y COMPAÑÍA, EDITORES Pontejos, número 8. 1911

      Es propiedad.

       Queda hecho el depósito

       que marca la ley.

      Establecimiento tipográfico, Campomanes, 4.

INSOLACIÓN I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV, XVI, XVII, XVIII, XIX, XX, XXI, XXII, MORRIÑA I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV, XVI, XVII, XVIII, XIX, XX, XXI, XXII, XXIII, EPILOGO

       Índice

       Índice

      LA primer señal por donde Asís Taboada se hizo cargo de que había salido de los limbos del sueño, fué un dolor como si la barrenasen las sienes de parte á parte con un barreno finísimo; luego le pareció que las raíces del pelo se convertían en millares de puntas de aguja y se le clavaban en el cráneo. También notó que la boca estaba pegajosita, amarga y seca; la lengua, hecha un pedazo de esparto; las mejillas ardían; latían desaforadamente las arterias, y el cuerpo declaraba á gritos que, si era ya hora muy razonable de saltar de la cama, no estaba él para valentías tales.

      Suspiró la señora; dió una vuelta, convenciéndose de que tenía molidísimos los huesos; alcanzó el cordón de la campanilla, y tiró con garbo. Entró la doncella, pisando quedo, y entreabrió las maderas del cuarto-tocador. Una flecha de luz se coló en la alcoba, y Asís exclamó con voz ronca y debilitada:

      —Menos abierto... Muy poco... Así.

      —¿Cómo le va, señorita?—preguntó muy solícita la Angela (por mal nombre Diabla).—¿Se encuentra algo más aliviada ahora?

      —Sí, hija..., pero se me abre la cabeza en dos.

      —¡Ay! ¿Tenemos la maldita de la jaquecona?

      —Clavada... A ver si me traes una taza de tila...

      —¿Muy cargada, señorita?

      —Regular...

      —Voy volando.

      Un cuarto de hora duró el vuelo de la Diabla. Su ama, vuelta de cara á la pared, subía las sábanas hasta cubrirse la cara con ellas, sin más objeto que sentir el fresco de la batista en aquellas mejillas y frente que estaban echando lumbre.

      De tiempo en tiempo exhalaba un gemido sordo.

      En la mollera suya funcionaba, de seguro, toda la maquinaria de la Casa de la Moneda, pues no recordaba aturdimiento como el presente, sino el que había experimentado al visitar la fábrica de dinero y salir medio loca de las salas de acuñación.

      Entonces, lo mismo que ahora, se le figuraba que una legión de enemigos se divertía en pegarla tenazazos en los sesos y devanarla con argadillos candentes la masa encefálica.

      Además, notaba cierta trepidación allá dentro, igual que si la cama fuese una hamaca, y á cada balance se le amontonase el estómago y le metiesen en prensa el corazón.

      La tila. Calentita, muy bien hecha. Asís se incorporó, sujetando la cabeza y apretándose las sienes con los dedos. Al acercar la cucharilla á los labios, náuseas reales y efectivas.

      —Hija... está hirviendo... Abrasa. ¡Ay! Sosténme un poco, por los hombros. ¡Así!

      Era

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