Ética y bienestar animal. Agustín Blasco
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El problema está aún más enmarañado por consideraciones de tipo legal o, si se prefiere, de tipo deontológico. El que los humanos tengamos una serie de derechos reconocidos y no sea éste el caso de los animales no puede deberse a pertenecer a especies distintas; hasta hace unos diecisiete mil años los humanos modernos coexistían con la especie de los Homo floresiensis descubierta hace poco en Indonesia (Brown et al., 2004), hasta hace treinta y cinco mil años con neandertales, y en general somos afortunados de que no hayan quedado estados intermedios desde los antecesores comunes hasta el hombre actual. Es meramente casual que no haya lugares en el mundo con Homo erectus, Homo antecessor, Homo floresiensis, Homo habilis o cualquier otra especie próxima a la nuestra, pero cuyo volumen craneal inferior y sus menores capacidades intelectuales no les permitirían ser incluidos en categorías como la del Homo sapiens sapiens.
No es tampoco indiferente el que la aparición del hombre sea gradual o que surgiera de forma súbita[5], producto de una propiedad emergente, como ocurre con la vida generada a partir de la materia inorgánica. Las propiedades emergentes tienen mala prensa entre los científicos porque suelen utilizarse para encubrir la ignorancia acerca de los mecanismos que generan la nueva propiedad, y ese halo de misterio los perjudica; pero no tiene por qué ser necesariamente así, y hoy comprendemos bien cómo se produce la propiedad emergente de la vida a partir de materia inanimada. Dicho crudamente, no es lo mismo que la diferencia entre un humano y una vaca o un chimpancé sea de grado o que se trate de una categoría radicalmente nueva. Si consideramos que las diferencias son sólo de grado, también dentro de los humanos hay diferencias de grado, y algunos discapacitados psíquicos podrían resultar en algunos casos menos inteligentes que ciertos simios superiores, o menos dotados en alguna de las características que nos hace humanos. Las investigaciones en áreas de conocimiento como la neurología o la evolución podrían arrojar algo de luz sobre el proceso.
Si los animales pueden tener algo similar a los derechos humanos, deberíamos considerarlos a estos efectos como humanos con menos aptitudes intelectuales, como discapacitados psíquicos. No es lo mismo que yo no me aproveche de un discapacitado psíquico porque soy bueno que porque él tenga derecho a no ser usado por nadie. No es lo mismo que yo no haga sufrir a los animales porque soy bueno que porque ellos tienen derecho a no sufrir. Los animales, al menos los simios antropomorfos como los orangutanes, chimpancés[6] y gorilas, podrían ser considerados como disminuidos psíquicos con arreglo a las características que los hace similares a los humanos. Aquí, de nuevo, la respuesta estará más en la investigación científica que en consideraciones acerca de lo que significa la humanidad.
Estas apelaciones a la ciencia no significan que no nos encontremos ante un problema genuinamente ético. El problema de los derechos, tanto de los animales como de los humanos, no es un problema científico, y las razones por las que debemos comportarnos de una forma determinada con ellos tampoco, aunque estas razones estén basadas en nuestro conocimiento sobre la biología de los animales y los humanos. No entraremos en este libro en el problema de los fundamentos de las decisiones éticas –por ejemplo, si evitar el sufrimiento es el objetivo de las decisiones éticas, o por el contrario esto es una falacia–, pero sí que trataremos de las soluciones que han dado diferentes escuelas éticas al problema de nuestra relación con los animales, puesto que tienen consecuencias que contribuyen a complicar el problema. Por ejemplo, si evitar el sufrimiento es el objetivo fundamental de nuestra relación con los animales, deberíamos alimentar a los leones de los parques naturales con animales sacrificados de forma humanitaria e impedir que cazaran cebras para evitar el sufrimiento de las cebras, como ya proponía en pleno siglo XIX el precursor de la liberación animal Lewis Gompertz[7] (Gompertz, 1824). Al margen de que esta decisión fuera o no fuera práctica, sería consecuente, como lo sería que los defensores de los derechos de los animales –frecuentemente vegetarianos– consumieran carne de animales muertos de causa natural.
Para terminar de complicar el problema, no siempre es sencillo el decidir cuáles son las acciones adecuadas para beneficiar a los animales que deseamos que cuenten con nuestra protección. Algunas decisiones que favorecen aspectos del bienestar animal pueden perjudicar a otros aspectos del propio bienestar, por lo que hay que evaluar bien las consecuencias de las acciones que se toman y las relaciones de unas con otras. Criar conejos en parques les permite expresar mejor su comportamiento natural, pero aumenta notoriamente la mortalidad debido al contagio de enfermedades que supone el contacto entre ellos y con las heces de otros animales. Las aves de corral son animales que expresan una jerarquía de forma agresiva, con peleas de las que se derivan heridas con el pico, canibalismo y otros problemas, lo que ha conducido a un defensor clásico del bienestar animal a considerar que el mantener a los animales en jaulas con instalaciones que las mejoren (jaulas enriquecidas) es una solución más adecuada para el bienestar de las gallinas (Webster, 2005, p. 121). En los siguientes capítulos intentaremos ir desenmarañando el problema, separando sus componentes, y al final trataremos de exponer algunos de los problemas prácticos a los que se enfrenta la ética para con los animales.
El problema es más variado de lo que aparenta
Ninguna verdad me parece tan evidente como que la de que las bestias poseen pensamiento y razón, igual que los hombres […]. El perro deduce la ira de su amo a partir de su tono de voz, y prevé el castigo que va a sufrir… La inferencia que hace a partir de la impresión presente se construye sobre la experiencia y la observación de la conjunción de objetos en los casos pasados. Igual que modificáis vosotros esa experiencia, así modifica él también su razonamiento.
David HUME, Tratado de la naturaleza humana, Libro I, parte III, sección XVI, 1739.
Nuestras relaciones con los animales son muy diversas, tan diversas que los problemas de ética práctica que generan son difíciles de encuadrar en términos tan generales como el evitar su sufrimiento, darles ciertos derechos o respetar su comportamiento natural. En la tabla 1 figura una lista, que no pretende ser exhaustiva, de la relación de los humanos con los animales.
TABLA 1
Relaciones entre animales y humanos
1. Cría de animales en granjas para consumir sus productos (huevos, leche, etc.)
2. Cría y sacrificio de animales para consumo de carne
3. Cautiverio de animales fuera de sus ambientes naturales (zoológicos, circos, parques, etc.)
4. Deportes (caza, pesca, etc.)
5. Experimentos con animales
6. Animales de compañía
7. Animales usados en trabajos (guarda, acarreo, etc.)
8. Espectáculos con animales amaestrados (circos, acuarios, etc.)
9. Espectáculos con agresiones a los animales (toros, peleas de gallos, etc.)
10. Tratamiento de las plagas (ratas, conejos, insectos, etc.)
Cada una de estas actividades presenta problemas específicos en cuanto a nuestra relación con los animales. Incluso las actividades aparentemente más inocuas pueden generar problemas éticos. Por ejemplo, los animales de compañía están aparentemente bien tratados; sin embargo, suelen vivir en apartamentos, aislados de otros animales, y son frecuentemente castrados o mutilados por motivos estéticos –recorte de orejas en perros, por ejemplo–, por no hablar de las