Ética y bienestar animal. Agustín Blasco

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Ética y bienestar animal -  Agustín Blasco Ciencia

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que está produciendo en algunos casos, como el del las gallinas de puesta en Holanda, una deslocalización de la producción a países que no disponen de estos requerimientos de bienestar, para importar posteriormente los huevos; en definitiva, y como ocurre con las alfombras hechas por niños en países en los que no está prohibido el trabajo infantil: no nos preocupa siempre y cuando no sean nuestros niños. No nos preocupa el maltrato a los animales siempre y cuando no seamos nosotros los que los maltratamos. ¿O sí? Cada vez es más corriente la insistencia en el «precio justo» que tienen ciertos productos importados de países en desarrollo –el café o el té, por ejemplo–, que se supone que es un precio que garantiza el bienestar de los recolectores. Previsiblemente pronto habrá regulaciones sobre las condiciones en las que los productos importados han sido generados, independientemente de que los consumidores quieran o no pagar algo más por un producto de «animal feliz», que de momento no suele ser el caso[13]; al fin y al cabo menos del 20 por 100 de lo que paga un consumidor va a parar al granjero, y de este 20 por 100 dos tercios es lo que el animal se ha comido, por lo que las instalaciones o el manejo suponen un porcentaje pequeño de lo que el consumidor paga cuando compra carne o productos cárnicos –un argumento, por cierto, que ya ha sido expuesto al menos desde la publicación del primer libro que llamó la atención sobre el maltrato que sufren los animales de granja (Harrison, 1964), véase la cita que encabeza este apartado–. El incremento de costes debido a mejoras en el bienestar no tiene por qué producir subidas apreciables en el producto vendido (Appleby, 2005). En Europa parece claro que la legislación sobre bienestar animal va a ser progresivamente desarrollada para asegurar ciertas condiciones de bienestar en las granjas. Con esto me refiero a todas las granjas, no sólo a las que producen lo que se consideran «productos de calidad». Hay una asociación frecuente entre «animal feliz» y producto de mayor calidad, por el que sí se está dispuesto a pagar más, pero que no cubre todo el mercado sino ciertos nichos, aunque sean considerablemente grandes, como el caso del pollo «label» en Francia. La legislación sobre bienestar afectará previsiblemente no sólo a las granjas que producen estos productos sino a todas las granjas, puesto que hay una toma de conciencia de los consumidores acerca del bienestar de los animales de granja, que acaba por traducirse en una presión social y ésta en una legislación determinada. El consumidor está siendo progresivamente consciente de que el bienestar de los animales de granja puede ser mejorado, aunque esta toma de conciencia sea elemental –básicamente se refiere a preocupaciones acerca de la salud de los animales y las instalaciones– y esté ligada a la sensibilidad personal más que a los resultados científicos; por ejemplo, los consumidores están más preocupados por el bienestar de los cerdos que por el bienestar de los peces (Frewer et al., 2005). Ciertos productos como el foie-gras, producidos alimentando forzadamente a patos y ocas hasta producirles una degeneración grasa del hígado, tienen previsiblemente sus días contados, o al menos los tiene su sistema de producción[14], y esto al margen de que haya estudios científicos cuestionando que las ocas y los patos sufran más en estos sistemas de producción que en otros (Guéméne et al., 2007), puesto que la percepción del consumidor es que sobrealimentar a la fuerza a un animal hasta que su hígado degenera es un acto bárbaro.

      También las fiestas populares van a verse previsiblemente alteradas. Las corridas de toros se saltan un buen número de directivas europeas, incluyendo las que hacen referencia a la seguridad en el trabajo –no sólo el toro sufre durante la corrida–, y las llamadas a mantenerlas en aras de la conservación genética de las razas no es previsible que conmuevan a los legisladores, como no los conmoverían las llamadas a conservar ciertas razas de cabras destinadas a ser arrojadas desde los campanarios. No es aquí lugar de discutir si esta fiesta acabará «a la portuguesa» –sin herir al toro ni sacrificarlo en la plaza–, pero parece probable que sus características cambien; al fin y al cabo el mundo de los toros mueve a muchísima menos gente que el del fútbol. Diversiones como la popular fiesta de Tordesillas, en las que un toro es alanceado hasta la muerte por la alegre muchachada, puede que tengan raíces culturales en el siglo XIV, pero también las tenía el derecho de pernada y no hubo invocaciones a la tradición para evitar que fuera abolido.

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