Ética y bienestar animal. Agustín Blasco
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También las fiestas populares van a verse previsiblemente alteradas. Las corridas de toros se saltan un buen número de directivas europeas, incluyendo las que hacen referencia a la seguridad en el trabajo –no sólo el toro sufre durante la corrida–, y las llamadas a mantenerlas en aras de la conservación genética de las razas no es previsible que conmuevan a los legisladores, como no los conmoverían las llamadas a conservar ciertas razas de cabras destinadas a ser arrojadas desde los campanarios. No es aquí lugar de discutir si esta fiesta acabará «a la portuguesa» –sin herir al toro ni sacrificarlo en la plaza–, pero parece probable que sus características cambien; al fin y al cabo el mundo de los toros mueve a muchísima menos gente que el del fútbol. Diversiones como la popular fiesta de Tordesillas, en las que un toro es alanceado hasta la muerte por la alegre muchachada, puede que tengan raíces culturales en el siglo XIV, pero también las tenía el derecho de pernada y no hubo invocaciones a la tradición para evitar que fuera abolido.
Un tema más difícil de prever es el del posible aumento del vegetarianismo, puesto que aquí intervienen dos aspectos: uno de salud pública y otro relativo a las costumbres alimentarias de los pueblos. Los efectos de una dieta vegetariana sobre la salud no son siempre sencillos de evaluar, porque lo que debería ser un debate estrictamente técnico está impregnado de una fuerte carga ideológica por parte de las personas que han decidido hacerse vegetarianas bien porque son defensoras de los animales bien por otro variado conjunto de militancias. Los argumentos técnicos se mezclan con frecuencia con argumentos más o menos disparatados, como un pretendido vegetarianismo de Jesucristo, o con disquisiciones que pretenden demostrar que Hitler no era vegetariano a pesar de sus declaraciones y de las declaraciones de las personas que lo conocieron. Hemos llegado a un punto en el que no sé si hacer notar que aunque Cristo se hubiera deleitado de una manera especial con la carne, y por el contrario Hitler haya sido un fanático vegetariano, en nada influirían estos hechos sobre el efecto nocivo o saludable de las dietas vegetarianas en los humanos ni en la virtud de quienes la practican, de la misma forma que hay ateos escrupulosamente honrados y personas profundamente religiosas a las que uno no les compraría nunca un coche usado[15]. De momento, la Asociación Americana de Dietética sostiene que las dietas vegetarianas apropiadamente planificadas –y esto es importante– son sanas y nutritivamente adecuadas (American Dietetic Association, 2003). Esta planificación es necesaria porque los vegetales de consumo habitual son deficitarios en varios productos necesarios para la salud y para un desarrollo normal de los niños. Las mujeres, además, deben poner especial cuidado en recuperar el hierro perdido con la sangre de las menstruaciones –lo que, incidentalmente, ha hecho que algunos autores consideren el vegetarianismo como una propuesta machista (George, 2000)–. En general, una dieta vegetariana adecuadamente planificada que admita productos animales –huevos y leche– no genera ningún problema. Más discusión hay sobre las dietas estrictamente vegetarianas –«veganas», si queremos usar un anglicismo–; por ejemplo, en una prestigiosa revista médica internacional se puede encontrar, en el mismo número, un artículo que recomienda a los vegetarianos el consumo de leche para mantener una dieta adecuada y otro artículo en el que no lo recomienda (Weaber, 2009; Lanou, 2009). En general los vegetarianos, y más si son estrictos, necesitan tomar en torno al doble de hierro que un omnívoro y necesitan complementos de calcio, yodo y de algunas vitaminas y ácidos grasos, particularmente los niños en crecimiento. Los vegetarianos deben seguir una dieta equilibrada porque algunos vegetales –los cereales, por ejemplo– son pobres en lisina, que es un aminoácido esencial. No es imposible obtener los productos complementarios que necesitan a partir de plantas, y en cualquier caso los vegetarianos pueden tomar alimentos reforzados en estos productos que no tengan origen animal, aunque no sean sencillos de encontrar. Ser vegetariano no es un asunto trivial y, aunque todos debemos cuidarnos, la atención a una buena alimentación en el caso de un vegetariano es notoriamente superior a la que debe tener un omnívoro. Ésta es la principal crítica de fondo que se ha hecho al vegetarianismo; la salud pública podría verse seriamente afectada, particularmente en grupos de población con menor acceso a la cultura, si se tomara la decisión de promover el vegetarianismo. Un país como Estados Unidos –desarrollado y de los más ricos del mundo– ya tiene un serio problema de nutrición nacional, con exceso de obesidad y personas con alto nivel de colesterol y diabetes tipo II, que podría ser evitado con instrucciones sobre la alimentación mucho más sencillas que las necesarias para mantener una dieta vegetariana. Si no es fácil conseguir que la población siga instrucciones sencillas sobre la alimentación, las instrucciones complejas podrían generar serios problemas de salud pública, y no digamos nada cuando se trate de un país menos desarrollado y opulento que Estados Unidos (George, 2000, 2004). Por otra parte, y desde un punto de vista de salud, no parece haber muchas razones para promover el vegetarianismo. Un estudio reciente, realizado con algo más de cien mil personas, comparó la mortalidad de vegetarianos y omnívoros con hábitos de vida similares y no encontró diferencias significativas entre ambos. De todas formas hay en la literatura científica estudios menos