Prosa Dispersa. Rubén Darío
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Ni palabra.
Como es sabido, Carducci es consejero comunal y provincial de Bolonia, ciudad en donde reside desde 1860. Su vida es metódica. Trabaja toda la mañana. A las doce, se traga tres huevos crudos. Lunes, miércoles y viernes, va a dar sus lecciones puntualmente, a las cuatro. Luego pasa a lo de Zanichelli, en donde toma el Corriere della Sera. Come a las seis y goza de buen apetito. A las nueve, va otra vez a lo de Zanichelli, a charlar o a jugar al briscolon, o a leer (tres o cuatro veces en los inviernos) Dante u Horacio, y lee admirablemente. Administra muy bien el capital que ha ganado; pero parece que éste no pasa de ochenta mil liras. Tiene tres hijas, todas casadas; Bice, con el señor Bebilacqua, de Livorno; Laura, con el ingeniero Gnacarini, y Liberta—la Titi del San Guido—, con el ingeniero Masi.
Me parece que para detalles tienen suficientes ya los admiradores de Carducci. Otro sí: hay que agregar, que no es gran conocedor de la música—da buon poeta, dice su interviewer—; se quiere hacer el wagnerista, pero en el fondo «si commuove solamente e sinceramente quando ascolta O signor che dal tetto natio!»
Ojetti teme que el ambiente, que el medio boloñés, entumezca en parte las alas del águila de las Odas bárbaras en su vivaz vejez.
Y después de Carducci,
ENRICO PANZACCHI
También en Bolonia, y «el hombre más simpático de su ciudad». Sutil como un crítico, pero entusiasta como un poeta. Charla y discute cortés y convincente. Es el tipo ideal de Bolonia la docta.
Le encuentro en la Pinacoteca, de la cual es director, y en donde tiene su cátedra de estética. Su estudio, revuelto en un bello desorden de libros nuevos y viejos, y adornado con dos ricas joyas de Serra, el pintor, dos cabezas de viejo.
Panzacchi es alto, gentil, de cabellos grises, el que viste más elegantemente de todos los escritores boloñeses. Hallóle Ojetti en la Pinacoteca. He aquí la esencia de sus ideas sobre las preguntas del interviewer: Separa las literaturas latinas que resultan de la obra semejante de muchos contemporáneos escritores, de las literaturas del Norte, que en el fondo existen solamente por labor de individualidades distintas.
La razón de la decadencia, de la general decadencia de la literatura, del arte, tiene bases económico-sociales.
En Italia, más que en cualquier parte, o, al menos, con mayor sinceridad, se siente lo nuevo. «Digo nuevo, dice Panzacchi, para no usar el adjetivo moderno, que por el abuso ha llegado a ser falso, y a perder casi todo significado.»
No asegura claramente un despertamiento en Italia: ve más bien un deseo y tal vez una conciencia de despertamiento. Es oír trabajar sutil, disperso, profundo, oíble tan solamente para las orejas expertas; pero el trabajo existe, ciertamente, y tiene carácter italiano.
En Italia, con mayor sinceridad que en ninguna parte brilla sobre la producción, de los ingenios, de algún tiempo acá, una vaga luz de misticismo. ¿Reacción? Acción espontánea del alma, fuera de toda razón, de método literario. ¡Quién sabe! Corifeos del movimiento, la Matilde Serao y Antonio Fogazzaro. En Francia ha habido igual movimiento, pero no son sinceros; la sinceridad, la fe, la necesidad absoluta de la fe, son cualidades necesarias. ¿El misticismo de D'Annunzio? Es un misticismo muy afrodisíaco, una necesidad de los sentidos, y de los sentidos más bajos, no una necesidad del alma. No es síntoma de debilidad el misticismo. No hay que confundir el ascetismo con el misticismo. Los amores florecidos de medrigales, o grises de sentimentalismo, han hecho su consumo. Hoy los jóvenes deben buscar la forma de arte. Carducci ha iniciado ese movimiento. Su mérito es todo de la forma. El ha dado a la poesía y hasta a la prosa literaria italiana, una nueva forma: forma noble, digna del pensamiento.
Después Ojetti fué a ver al místico
ANTONIO FOGAZZARO
Seghe di Velo, lugar en donde el escritor tiene su «villa».
«Es así, dijo Fogazzaro; el misticismo es natural, no efecto de reacción.
Miranda aparecía en 1874, cuando todavía el naturalismo, con Zola a la cabeza, no había obtenido tan resonante triunfo que provocasen una reacción. Ahora bien; en Miranda, está claro, me parece, la necesidad de lo sobrenatural y de lo sobrehumano. Desde niño, aun por razones de familia, he tenido esas ideas; tengo cincuenta y dos años. Antes leía todos los libros que estaban en la corriente de mi aspiración, muchos libros ingleses: las Contemplations, de Víctor Hugo. Después, lentamente, fuera de ciertos libros de filosofía, especialmente ingleses, he concluído por evitar la lectura de libros animados por ideas semejantes a las mías. Ahora leo casi siempre libros de maestros naturalistas; estudio y admiro a Zola con entusiasmo.»
Es Fogazzaro un solitario que se complace en la soledad. Cuando va a Vicenza no habla de arte con nadie. Tiéntale el estudio de los fenómenos de la sugestión, espiritismo, hipnotismo. En cuanto al movimiento neomístico, no cree en la sinceridad de todos los escritores. A Julio Salvadori le juzga, sin embargo, sincero. Y dice: «soy católico rígido, severo, convencido. No concedo a mi fe ni oscilaciones ni dudas. No me hago una religión para mí, acepto el cristianismo católico y soy entusiasta. Hay que ver el catolicismo con ojos que alcancen lejos. En Italia ha sido y es siempre pequeño y contrahecho, en su apariencia. Mire en América la cuestión Knights of labour, que primero fué rechazada por el obispo Onebec, y después aceptada por los prelados más rígidos y sabios, con palabras tales, que aquí, en Italia, parecerían imposibles en boca de sacerdotes. ¡Esto conduce a proclamar la máxima de que la iglesia debe secundar los movimientos de la mayoría nacional! Y todavía mírese en Chicago el Congreso de las religiones, donde un príncipe de la iglesia ha entonado, entre los sacerdotes más diferentes, entre bramanes, mahometanos, confucistas, ulemas, una plegaria cristiana, y todos, universalmente, han respondido en coro con voces altísimas. ¿No es éste un sublime espectáculo? Y no es esto sino los casos más próximos, más visibles, más fáciles de recordar. Nosotros, nosotros somos pequeños; nuestros ojos son débiles, nuestras mentes limitadas. Pero el catolicismo es inmenso, y santo, y eterno.»
La cuestión de la patria tocóla el interviewer ligeramente. Lo cual hizo declararse liberal a Fogazzaro. Anunció un libro Piccolo mondo antico. Concluyó: «Yo soy un socialista católico convencido. La palabra del Cristo es el verbo del socialismo más sano, más recto y también más audaz.»
Por esto no comprendo cómo Matilde Seras haya escrito que la única cosa que le disgusta en la doctrina del Cristo era el socialismo. Pero si es el fundamento del cambio social. Y yo lo sigo aun fuera de la teoría, propagándolo en los libros y realizándolo en lo poco que puedo. El socialismo no matará el arte. El arte no muere. Se modificará, es cierto, pero ganará en sinceridad. Como se hablase de Tolstoi, juzgólo como una mente desequilibrada en gran manera, pero valientísima.
En la villa de Velo, fundada por aquel a quien Fóscolo llama qualtro comuni en su epistolario, los dos hombres de letras siguieron conversando.
En Vicenza, cerca de la villa de Fogazzaro, vió Ojetti a
PARLO LIOY
el sabio poeta, o más bien el poeta sabio.
¿Quién no ha quedado encantado si ha recorrido las páginas de Notte?
—«Yo no veo, dijo Lioy, ningún despertamiento en nuestra literatura y en nuestro arte. Todo es mediocre. Los atrevidos poetas que un día se figuraban cabalgando insolentemente entre la baja muchedumbre con los ojos fijos en el sol, andan hoy en