En el nombre del mar. Luis Mollá Ayuso

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу En el nombre del mar - Luis Mollá Ayuso страница 10

En el nombre del mar -  Luis Mollá Ayuso Nan-Shan

Скачать книгу

ballena existe, capitán, créame. La he visto con mis propios ojos. Le digo que Mocha Dick no es ninguna leyenda, sino una ballena inteligente. Sabía que acercándose como lo hizo no tendríamos tiempo de cargar el arpón. Quería reconocernos, de eso no me cabe duda; permaneció un rato dando vueltas al barco hasta que se convenció de que no éramos el buque que buscaba.

      —Dígame, ¿dónde ocurrió eso?

      —Doscientas millas al sureste del archipiélago de las Malvinas. Y no me diga que no son aguas de francas, capitán. Ya le digo que he visto muchas de ellas, aunque ninguna blanca y tan terriblemente herida como ésta. Era Mocha, capitán, no lo dude, cualquier marinero del Proverb podría certificarlo, aunque creo que...

      —¿Qué es lo que cree? —bramó a su lado un marinero de miembros flácidos, piel cartilaginosa y rostro cerúleo como el de un cadáver.

      —Creo que ustedes ya saben esto. Quizás por eso me han traído hasta aquí.

      —¿Cuándo la vio? —ignorando sus palabras el capitán volvió a agitar el brazo de Jim Bow.

      —Hace nueve meses. En invierno.

      —Nos vamos —sentenció el llamado capitán incorporándose de la alta silla de madera en la que había permanecido sentado hasta ese momento.

      Como si de una orden se tratase el grupo se puso en marcha en dirección a la escalera que ascendía a la parte alta de la posada. Jim se echó el saco al hombro y les siguió. El viaje desde New Bedford hasta la isla de Nantucket le había fatigado y más aún la tensión de la conversación y el esfuerzo mental al recordar la mirada asesina de Mocha Dick. Le vendría bien descansar. Al día siguiente le llevarían a conocer su nuevo barco. Comenzaba a sentir el gusanillo de la caza y ansiaba empezar a afilar sus arpones.

      La larga fila de individuos continuó el ascenso hasta que la escalera quedó sumida en la penumbra. Aquello era lo más extraño que le había pasado en su vida. Deseaba con toda el alma sentir el calor de una cama y ordenar sus pensamientos antes de entregarse al sueño.

      Repentinamente, alguien abrió una puerta en la parte alta de la cadena humana y un torrente de luz iluminó de nuevo la escalera, alumbrando los rostros espectrales de sus compañeros de ascensión. Por un instante sintió un miedo indefinido imposible de explicar, pero siguió subiendo empujado por el torbellino que le seguía, hasta que se encontró en una superficie firme y un golpe de aire fresco le hizo sentirse momentáneamente reconfortado.

      Aquello debía ser el tejado de la posada al que habrían accedido por una claraboya, sin embargo era de noche y, aunque vaporosa, la claridad se correspondía con las horas del día. Echó una ojeada a su alrededor y vio que los hombres desaparecían entre las brumas, entonces miró hacia la claraboya y vio salir al que cerraba la fila humana, aquel tipo extravagante y nervioso al que llamaban capitán, el cual abrió una puerta y se desvaneció tras ella. Hubiera jurado que cojeaba y una sensación de terror se alojó en su garganta.

      El posadero se le acercó y le sujetó del brazo.

      —Señor Bow, soy Buñuelo. El oficial Stubbs me ordena que le acompañe a la proa, valga la redundancia —para celebrar su chiste el posadero esbozó una sonrisa de hiena, dio media vuelta y esperó a que el joven arponero se decidiera a seguirle.

      Conforme avanzaba siguiendo a Buñuelo comenzó a escuchar en la distancia unas voces que seguían cierta cadencia musical. Se trataba de una conocida saloma de cabrestante,4 una tonadilla antigua que había escuchado y repetido cientos de veces antes, pero que carecía de sentido en aquellas alturas de la posada.

      Ese barco de aquí no es.

       Túmbale, túmbale...

       No es español ni es francés.

       Túmbale, túmbale...

       No es ruso, tampoco inglés.

       Túmbale, túmbale...

       Dime niña si es portugués.

       Túmbale, túmbale...

       O es el barco de tu holandés.

       Túmbale, túmbale...

      De repente, a sus ojos se hicieron patentes los torsos desnudos de cuatro marineros que con cada túmbale daban un golpe de riñón en el cabrestante, el cual giraba enrollando en su tambor un cabo grueso hasta que otro hombre, asomado a lo que parecía la borda de un buque, alzó un puño, deteniéndose el movimiento de los marineros y su rítmica tonadilla. Jim reconoció entre ellos los semblantes de los que habían acudido en la posada a escuchar su controvertida historia de Mocha Dick. El arponero se rebeló contra este pensamiento. No es que antes estuviera en la posada y ahora estuviese en otra parte; seguía en la posada y de alguna manera estaba sufriendo una alucinación. Quizás se había quedado dormido y al despertar no recordaría nada más que jirones brumosos de aquella pesadilla...

      —Señor Stubbs, el ancla está arriba y clara, podemos proceder.

      El grito del tipo de la borda quebró sus dudas y sus pensamientos se diluyeron como arena entre los dedos. Inmediatamente, una sombra se alzó sobre su cabeza como un ave de proporciones extraordinarias que descendiese a prenderlo con su negro pico. Alzando el rostro vio una vela que se iba hinchando conforme ganaba altura, mientras sonaba otra tonadilla tan popular como la anterior, la más conocida de las salomas de driza.

      Ese barco no flotará.

       Y un doblón, un doblón.

       El rey de España nos compensará.

       Y un doblón, un doblón.

       Quién lo hundió, jamás se sabrá.

       Y un doblón, un doblón.

       Quizás fue Hawkins, quizás Barrabás.

       Y un doblón, y un doblón.

       Calico, Morgan o mi capitán.

       Y un doblón, un doblón...

      Jim asistía al espectáculo hipnotizado. Alucinación o no, con cada doblón un grupo de marineros templaba al unísono las drizas y uno tras otro los foques fueron ascendiendo hasta quedar firmemente amurados. En ese momento la superficie a sus pies, que hasta entonces había permanecido estable, comenzó a agitarse como la cubierta de un barco y el viento le trajo los conocidos olores de la sal y la brea. Por la proa una luz de destellos comenzó a hacerse cada vez más visible.

      —Es el faro de Brant Point —sonrió Buñuelo estúpidamente sin dejar de avanzar entre cabos y maromas.

      —Vencejos, señor Stuuuuubb.

      El grito procedía de las alturas, donde debía ubicarse la cofa de aquel barco imaginario. Con aquella voz el vigía señalaba que una vez abandonado el resguardo del muelle que supuestamente dejaban atrás les esperaba un temporal, ya que el vencejo es el único pájaro que se atreve a desafiarlos, mientras que en medio de una galerna pueden verse volar otras aves como patos o golondrinas. Sin embargo, cuando la mar arrecia hasta convertirse en una tempestad, ningún ave se atreve a abandonar la tierra.

      Después de ascender una escala, Buñuelo se detuvo y mostró a Jim una enorme ballesta en forma de cañón.

      —Aquí

Скачать книгу