El reino suevo (411-585). Pablo C. Díaz Martínez
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En los últimos años la investigación se ha decantado por una interpretación menos forzada de los textos y más acorde con el devenir de los acontecimientos, aunque sigue sin alcanzarse una solución que resulte aceptable para todos. Tranoy, editor y traductor del texto, considera que en Hidacio no hay evidencia alguna de la formalización de un foedus, ni con los usurpadores ni con la corte de Rávena[132], aunque cree que pudo establecerse con posterioridad, entre los años 437 y 455, en tiempos del rey Rechiario, pero la hipotética confirmación a través de las monedas de este rey con la leyenda de Honorio no resulta del todo convincente[133]. De manera categórica, Thompson rechaza la existencia de foedus alguno y niega que la expresión «ad inhabitandum» tenga en Hidacio sentido técnico alguno[134], aunque anteriormente había afirmado que, sin ser federados, los suevos se comportaron como tales, preservando la administración romana, aplicando sus leyes y recaudando tasas romanas[135]. Con todo se sigue afirmando en años posteriores la existencia de un acuerdo, si no se dio un pacto de federación con Honorio[136], al menos un compromiso con Geroncio y Máximo[137], aunque la ambigüedad de las fuentes también da pie para pensar que únicamente reconocieron la ocupación para asegurarse su posición en Hispania[138]. La posibilidad de que el acuerdo se llevase a cabo con los grandes posesores hispanos siguiendo los modelos oficiales, de ahí el lenguaje aparentemente técnico utilizado, ha sido argumentada convincentemente en tiempos recientes[139]; en tal caso, este acuerdo sería el primero, de cuya ruptura se lamenta el cronista unos años después.
Resulta evidente que no se ha alcanzado un criterio unánime sobre el significado del reparto llevado a cabo por los bárbaros en el 411. Habría sido, en cualquier caso, un pacto de federación muy particular[140]. No siempre se repara en la afirmación que Hidacio hace a continuación de la noticia del reparto: «Los hispanos de las ciudades y castella que habían sobrevivido a los desastres se sometieron a la servidumbre de los bárbaros que dominaban las provincias»[141]. Teniendo en cuenta la percepción que Hidacio mantiene sobre los bárbaros, es probable que hubiese escrito lo mismo caso de haberse alcanzado un acuerdo concreto y preciso por parte de los usurpadores, pero en su afirmación parece implícito que no se dio un reparto ordenado de papeles. En el mejor de los casos, la «paz» firmada implicaría un reparto del territorio: Geroncio y Máximo conservaban la Tarraconense y permitían que los bárbaros se repartiesen el resto del territorio según su propio criterio, que sí pudo ser el demográfico, lo que indicaría que silingos y alanos eran los más numerosos y potencialmente los más poderosos[142]. En el futuro, Hidacio no tendrá inconveniente en anunciar los acuerdos alcanzados por los bárbaros y en denunciar su ruptura de los mismos. Se tratará ya de acuerdos alcanzados con autoridades que el cronista considerará legítimas, bien con la corte de Rávena, bien con los intermediarios godos legitimados por el imperio o, incluso, con las aristocracias o el pueblo de Gallaecia, cuya representatividad y legitimidad intentaremos desentrañar más adelante.
La desaparición de Geroncio y el temporal extrañamiento de Máximo, cuya pista se pierde hasta el 420, iban a significar la recuperación de la soberanía de Rávena sobre los territorios hispanos. Es ahora cuando, si atendemos el testimonio de Orosio, los pueblos asentados en Hispania pidieron un acuerdo con el Imperio[143]. De su silencio se deduce que no hubo respuesta por parte de la corte de Rávena, pues afirma conocer que en ese momento continuaban las guerras en Hispania entre los distintos pueblos, con grandes matanzas. La última noticia que transmite le ha llegado con la anterior: el rey godo Valia es el que está buscando conseguir la paz[144]. Hidacio es ahora más preciso, nos dice que el patricio Constancio, responsable en estos momentos de los asuntos de Galia e Hispania, impulsó a los visigodos, primero a Ataúlfo y tras su muerte violenta a Valia, con el cual ha firmado un acuerdo de paz en el 416, para que llevasen la guerra en la Península, contra los alanos que se habían establecido en la Lusitania y contra los vándalos silingos, a quienes en el reparto del 411 les había correspondido la Bética[145]. Para el 417 apunta en su crónica que el rey godo, «Romani nominis causa», ha llevado a cabo una gran masacre contra los bárbaros en Hispania[146]. Éstas eran las contrapartidas militares, ahora absolutamente evidentes, a cambio de las cuales los visigodos recibieron, formalmente en el 418, tierras para cultivar y una zona de asentamiento en el sur de la Galia[147].
El Imperio, en su intento por restablecer el orden en sus territorios más occidentales, decide recurrir a la opción militar y para ello opta por una alianza con los godos de Valia, enviando a éste contra los demás pueblos asentados en Galia e Hispania. Para este momento, la presencia de tropas regulares del Imperio en Hispania parece haber desaparecido por completo, aunque la corte de Rávena pugnará hasta su desaparición por ejercer algún control sobre la península Ibérica, quizá con el establecimiento de alguna guarnición temporal, caso de la ya mencionada de Pamplona. De momento este control sólo alcanza a la Tarraconense y el protagonismo inicial se cede a los godos que incluso instalan una capital temporal en Barcelona[148]. Durante dos años (418-420) Rávena recupera la iniciativa en la península Ibérica[149]. En estos años se nombró por última vez un uicarius Hispaniae, Maurocello, y en el 420 sabemos que un tal Astirio, Hispaniarum comite[150], luchaba contra los bárbaros en Hispania, quizá con un ejército de nueva creación que se ha identificado con las tropas recogidas en Notitia Dignitatum Occidentalis[151].
Los intentos iniciales del patricius Constancio, por medio del visigodo Valia, habían sido la recuperación de Lusitania y Bética, que ocupaban alanos y vándalos silingos[152]. Probablemente el objetivo primero era alejar de la costa mediterránea a los pueblos afincados en Hispania, aunque el cronista ignora la Cartaginense; cabe la posibilidad de que el control de esa extensa provincia por los alanos, a quienes les había correspondido en el 411, no hubiese sido posible. Su actuación dio lugar a un encadenamiento de conflictos entre los pueblos bárbaros. Hidacio dice que Valia acabó con los silingos[153]. Los alanos, que por un tiempo se habían impuesto sobre suevos y vándalos asdingos, sufrieron tales pérdidas que los supervivientes, muerto su rey Addax, no volvieron a pensar en un reino propio y se colocaron bajo la protección del vándalo Gunderico que estaba asentado en Gallaecia[154]. Los godos interrumpen en este momento su campaña cuando son reclamados por Constancio para que regresen a la Galia donde les son entregadas las tierras de Aquitania, entre Tolosa y el océano[155]. Es posible que la