Los hermanos Karamazov. Федор Достоевский

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Los hermanos Karamazov - Федор Достоевский

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levantó la mano para bendecirle. Aunque experimentaba grandes deseos de quedarse, Aliocha no se atrevió a hacer ninguna objeción ni a preguntar lo que significaba la profunda inclinación del starets ante su hermano Dmitri. Sabía que el starets se lo habría explicado espontáneamente si hubiera podido. Si no se lo decía era porque no se lo debía decir. Aquella prosternación haste tocar el suelo había dejado estupefacto a Aliocha. Tenía alguna finalidad misteriosa. Misteriosa y a la vez terrible. Cuando hubo salido del recinto de la ermita sintió oprimido el corazón y tuvo que detenerse. Le parecía estar oyendo las palabras del starets que predecían su próximo fin. Las predicciones minuciosas del starets se cumplirían: Aliocha lo creía ciegamente. ¿Pero cómo podría vivir sin él, sin verlo ni oírlo? ¿Y adónde iría? El starets le había ordenado que no llorase y que dejara el monasterio. ¡Señor, Señor…! Hacía mucho tiempo que Aliocha no había experimentado una angustia semejante.

      Atravesó rápidamente el bosquecillo que separaba la ermita del monasterio y, sintiéndose incapaz de soportar los pensamientos que le abrumaban, se dedicó a contemplar los pines seculares que bordeaban el sendero. El trayecto no era largo: quinientos pasos a lo sumo. A aquella hora no solía haber nadie en el camino. Sin embargo, en el primer recodo Aliocha se encontró con Rakitine. Evidentemente, éste esperaba a alguien.

      –¿Me esperas a mí? —le preguntó Aliocha al llegar a su lade.

      –Sí —dijo Rakitine sonriendo—. Vas a la comida que da el padre abad: lo sé. Desde el día que recibió al obispo y al general Pakhatov, ya recordarás, no había celebrado ningún festín. Yo no estaré allí, pero tú sí, porque has de servir la mesa… Oye, Alexei: lo esperaba para preguntarte qué significa ese misterio.

      –¿Qué misterio?

      –Ese de arrodillarse ante tu hermano Dmitri. ¡Vaya topetazo que ha dado el viejo!

      –¿Te refieres al padre Zósimo?

      –Sí.

      –¿Un topetazo?

      –Ya veo que me he expresado de un mode irreverente. Pero no importa. ¿Qué significa ese misterio?

      –Lo ignoro, Micha .

      –Ya sabía yo que no te lo explicaría. La cosa no me sorprende. Estoy acostumbrado a las santas cuchufletas. Pero todo está hecho con premeditación. Ahora las bocas van a tener trabajo en el pueblo, y por toda la provincia correrá la pregunta: «¿Qué significa ese misterio?» A mí me parece que el viejo, con su perspicacia, ha olfateado el crimen. Vuestra casa apesta a eso.

      –¿Qué crimen?

      Rakitine deseaba dar suelta a su lengua.

      –En vuestra familia habrá un crimen: entre tus hermanos y tu acaudalado papá. Ahí tienes per qué el padre Zósimo ha tocado el suelo con la frente. Así, después se dirá: «Eso lo predijo, lo profetizó el santo ermitaño.» Sin embargo, ¿qué profecía puede haber en darse un golpe en la frente? Otros dirán que es un acto simbólico, alegórico y sabe Dios cuántas cosas más. El caso es que todo esto se divulgará y se recordará. Se dirá que previó el crimen y señaló al criminal. Los « inocentes» obran así: hacen sobre la taberna la señal de la cruz y lapidan el templo. Y así precede también tu starets: para el sabio, bastonazos; para el asesino, reverencias.

      –Pero ¿qué crimen?, ¿qué asesino? ¿De qué estás hablando?

      Aliocha se había quedado clavado en el sitio. Rakitine se detuvo también.

      –¡Come si no lo supieras! Apostaría a que ya habías pensado en ello. Oye, Aliocha; tú dices siempre la verdad, aunque siempre estás sentado entre dos sillas. ¿Has pensado en eso? Contesta.

      –Sí, he pensado —dijo Aliocha en voz baja.

      Esta afirmación impresionó vivamente a Rakitine.

      –¿De modo que también tú lo habías pensado ya? —exclamó.

      –No, no es que lo haya pensado —murmuró Aliocha—; es que al oírte decir todas esas cosas raras que has dicho, me ha parecido haberlo pensado.

      –Óyeme: hoy, viendo a tu padre y a tu hermano Mitia, has pensado en un crimen, ¿verdad?

      –Vayamos—por partes —replicó Aliocha, turbado—. ¿Qué es lo que te hace sospechar todo eso? Y, sobre todo, ¿per qué te interesa tanto esta cuestión?

      –Dos preguntas muy distintas, pero muy lógicas. Responderé a ellas per separado. ¿Qué es lo que me hace sospechar todo esto? Yo no habría sospechado nada si hoy no hubiera comprendido, de pronto y enteramente, cómo es tu hermano Dmitri Fiodorovitch en relación con cierta línea. En las personas rectas, pero sensuales, hay una línea que no se debe franquear. Por eso creo a Dmitri capaz de dar una cuchillada incluso a su padre. Y como su padre es un alcohólico y un libertino desenfrenado que jamás ha conocido la medida en nada, uno de los dos no podrá contenerse, y, ¡plaf!, los dos a la fosa.

      –Si sólo te fundas en eso, Micha, respiro. Las cosas no irán tan lejos.

      –Entonces, ¿por qué tiemblas? Te lo voy a decir. Por recto que sea tu Mitia (pues es tonto, pero recto), es, ante todo, un sensual. En esto se basa su naturaleza. Su padre le ha transmitido su abyecta sensualidad… Oye, Aliocha, hay una cosa que no comprendo: ¿cómo puedes ser virgen? Eres un Karamazov, y en tu familia la sensualidad llega al frenesí… Tres Karamazov sensuales se espían con el cuchillo en el bolsillo. ¿Por qué no has de ser tú el cuarto?

      –Te equivocas en lo que concierne a esa mujer —dijo Aliocha, estremeciéndose—. Dmitri la desprecia.

      –¿Te refieres a Gruchegnka?. No, querido, tu hermano no ¡la desprecia. Ha abandonado por ella a su prometida; de modo que ` no hay tal desprecio. En todo esto, amigo mío, hay algo que tú no comprendes todavía. Si un hombre queda prendado del cuerpo de una mujer, incluso solamente de una parte de su cuerpo (un voluptuoso me comprendería en el acto), es capaz de entregar por ella a sus propios hijos, de vender a su padre, a su madre y a su patria. Aunque sea honrado, robará; aunque sea bueno, asesinará; aunque sea fiel, traicionará. El cantor de los pies femeninos, Pushkin, los ha ensalzado en verso. Otros no los cantan, pero no pueden mi— Írarlos con serenidad. ¡Y eso que sólo se trata de los pies…! En estos casos, el desprecio no puede nada. Tu hermano desprecia a Gruchegnka, pero no puede libertarse de ella.

      –Comprendo todo eso que dices —declaró Aliocha súbitamente.

      –¿De veras? Para haberlo confesado tan rápidamente es preciso que lo comprendas —dijo Rakitine con maligno júbilo—. Es una declaración preciosa, y más aún habiéndola hecho impensadamente. Por lo tanto, la sensualidad es para ti cosa conocida: ¡ya has pensado en ella! ¡Ah, la gatita muerta! Eres un santo, Aliocha, no cabe duda; pero eres también una gata muerta, y sólo el diablo sabe lo que no has pensado todavía y lo que dejas de saber. Eres k virgen, pero conoces el fondo de muchas cosas. Hace tiempo que lo vengo observando. Eres un Karamazov, un Karamazov de pies a cabeza. Por lo tanto, la raza y la selección significan algo. Tu padre te ha legado la sensualidad y tu madre la inocencia. ¿Por qué tiemblas? Eso prueba que tengo razón. ¿Sabes lo que me ha dicho Gruchegnka? «Tráemelo (se refería a ti) y yo le arrancaré el hábito.» Y, ante su insistencia, me he preguntado por qué sentiría tanta curiosidad por ti. Es una mujer extraordinariá, ¿sabes?

      –Júrame que le dirás que no iré —dijo Aliocha con una sonrisa forzada—. Acaba de decirme.lo que tengas que decir, Micha. En seguida te expondré yo mis ideas.

      –La

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