Los hermanos Karamazov. Федор Достоевский

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Los hermanos Karamazov - Федор Достоевский страница 23

Los hermanos Karamazov - Федор Достоевский

Скачать книгу

en extremo sensual y algo dementes. Tu hermano Iván se entretiene ahora escribiendo artículos de teología, con propósitos estúpidos, puesto que es ateo, bajeza que confiesa. Por otra parte, se dedica a conquistar a la novia de su hermano Mitia y, al parecer, está cerca de conseguirlo. ¿Cómo puede ser esto? Puede ser porque tiene el consentimiento del propio Mitia, que le cede la novia con el único fin de deshacerse de ella y poder unirse a Gruchegnka. Y todo esto, obsérvalo, a pesar de su nobleza y de su desinterés. Estos individuos son los más temibles, porque le desorientan a uno. Reconocen su vileza, pero no dejan de conducirse vilmente. En fin, escucha lo que viene ahora. Un viejo se opone a los planes de Mitia, y ese viejo es su propio padre. Pues éste está locamente encaprichado de Gruchegnka: la boca se le hace agua cuando la mira. Ya ves el escándalo que ha armado a causa de ella, sólo porque Miusov ha osado calificarla de criatura depravada. Está más enamorado que un gato. Al principio, Gruchegnka estaba sólo a su servicio en ciertos negocios sucios. Después, tras haberla observado atentamente, se dio cuenta de que le gustaba, y desde entonces no piensa más que en ella y no cesa de hacerle proposiciones, deshonestas, por supuesto. Pues bien, aquí es donde chocan el padre y el hijo. Pero Gruchegnka no se declara en favor ni del uno ni del otro; está vacilante y mantiene a los dos en la inquietud; se pregunta cuál de los dos le conviene más, pues si bien es verdad que al padre le puede sacar mucho dinero, éste no se casará con ella jamás y tal vez llegue un momento.en que cierre su bolsa, mientras que ese pobretón de Mitia puede ofrecérle su mano. Sí, es capaz de eso. Abandonará a Cataiina Ivanovna, su prometida, una belleza incomparable, rica, noble, hija de un coronel, por casarse con Gruchegnka, que hasta hace poco fue la amante de Samsanov, viejo mercader, mujik depravado y alcalde de la ciudad. No cabe duda de que todo esto puede provocar un conflicto y un crimen. No espera otra cosa tu hermano Iván. Así matará dos pájaros de un tiro: será dtieño de Catalina Ivanovna, de la que está enamorado, y se embolsará una dote de sesenta mil rublos, cosa nada desdeñable para un pobre farsante como él. Y observa una cosa: obrando así, no solamente no ofenderá a Mitia, sino que éste le quedará agradecido para toda la vida. Sé de buena tinta que la semana pasada, en un restaurante donde estaba borracho en compañía de unos bohemios, Mitia dijo a voces que era indigno de Katineka, su prometida, y que su hermano Iván, en cambio, era digno de ella. Catalina Ivanovna acabará por aceptar a un hombre tan encantador como Iván Fiodorovitch. Ahora vacila entre los dos hermanos. ¿Pero qué veis en ese Iván para quedaros con la boca abierta ante él? Iván Fiodorovitch se rie de vosotros.

      –¿De dónde has sacado todo eso? ¿En qué te fundas para hablar con esa seguridad? —preguntó Aliocha, de súbito y frunciendo las cejas.

      –¿Y por qué me interrogas temiendo por anticipado mi respuesta? Eso quiere decir que sabes que he dicho la verdad.

      –A ti no te es simpático Iván. A Iván no le atrae el dinero.

      –¿De veras? ¿Y tampoco la belleza de Catalina Ivanovna? No, no se trata únicamente de dinero, aunque sesenta mil rublos sea una cifra seductora.

      –Iván tiene miras más altas. Los miles de rublos no le deslumbran. No busca el dinero ni la tranquilidad: lo que sin duda busca es el sufrimiento.

      –¡Otra fantasía! ¡Vivis en el limbo!

      –Micha, su alma es impetuosa y su espíritu está cautivo. Hay en él una gran idea de la que todavía no ha encontrado la clave. Es una de esas personas que no necesitan millones, sino la solución de su pensamiento.

      –Eso es un plagio, Aliocha: repites las ideas de tu starets. Iván os ha planteado un enigma —exclamó con visible animosidad Rakitine, cuyo semblante se alteró mientras sus labios se contraían—. Un enigma estúpido en el que no hay nada que adivinar. Haz un pequeño esfuerzo y lo comprenderás todo. Su artículo es ridículo y necio. Le he oído perfectamente cuando ha desarrollado su absurda teoría. «Si no hay inmortalidad del alma, no hay virtud, lo que quiere decir que todo está permitido.» Recuerda que tu hermano Mitia ha dicho sobre esto que lo tendría presente. Es una teoría seductora para los bribones… No; para los bribones, no. Esta vehemencia me trastorna… Es seductora para esos fanfarrones dotados de «una profundidad de pensamiento insondable». Es un charlatán, y su teoría, una bobada. Por lo demás, aunque no crea en la inmortalidad del alma, la humanidad hallará en si misma el vigor necesario para vivir virtuosamente. Esa fuerza se la proporcionará su amor a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad.

      Rakitine se había entusiasmado y apenas podía contenerse. Pero, de pronto, se detuvo como si se acordara de algo.

      –¡Bueno, basta ya! —dijo con una sonrisa forzada—. ¿De qué te ries? ¿Crees que soy tonto?

      –No, eso ni siquiera me ha pasado por el pensamiento. Eres inteligente, pero… En fin, dejemos esto. He sonreído tontamente. Comprendo que te acalores, Micha. Tu vehemencia me ha hecho comprender que Catalina Ivanovna te gusta. Ya hace tiempo que lo sospechaba. Por eso Iván no te es simpático. Tienes celos.

      –Llega hasta el final; di que los celos se deben también al dinero de ella.

      –No, Micha; no quiero ofenderte.

      –Lo creo, porque eres tú quien lo dice. Pero que el diablo os lleve a ti y a tu hermano Iván. Ninguno de los dos comprendéis que, dejando aparte a Catalina Ivanovna, Iván no es nada simpático. ¿Por qué he de quererle, demonio? Él me insulta. ¿No tengo derecho a devolverle la pelota?

      –Nunca le he oído hablar ni bien ni mal de ti.

      –¿No? Pues me han informado de que anteayer, en casa de Catalina Ivanovna, habló mucho de mí, tanto interesa este amigo tuyo y servidor. Después de esto, querido, no está claro quién está celoso de quién. Dijo que si no me resignaba a la carrera de archimandrita, si no visto el hábito muy pronto, partiré hacia Petersburgo, ingresaré en una gran revista como critico y, al cabo de diez años, seré propietario del periódico. Entonces le imprimiré una tendencia liberal y atea, a incluso cierto matiz socialista, aunque tomando precauciones, es decir, nadando entre dos aguas y dando el pego a los imbéciles. Y tu hermano siguió diciendo que, a pesar de este tinte de socialismo, yo ingresaría mis beneficios en un Banco, especularía por mediación de un judío cualquiera y, finalmente, me haría construir una casa que me produjese una buena renta, además de servirme para instalar la redacción de mi revista. Incluso señaló el sitio donde se levantaría el inmueble: cerca del puente de piedra que se proyecta construir entre la avenida Litenaia y el barrio de Wyborg.

      –¡Ah, Micha! —exclamó Aliocha, echándose a reír alegremente sin poderlo remediar—. A lo mejor, eso se cumple punto por punto.

      –¡También tú te burlas, Alexei Fiodorovitch!

      –¡No, no; ha sido simplemente una broma! Perdóname. Estaba pensando en otra cosa. Pero, oye: ¿quién te ha dado todos esos detalles? Porque tú no estabas en casa de Catalina Ivanovna cuando mi hermano habló de ti, ¿verdad?

      –No, no estaba. Pero Dmitri Fiodorovitch refirió todo esto en casa de Gruchegnka y yo le oí desde el dormitorio, de donde no podía salir mientras estuviera allí Mitia.

      –Comprendido. Ya no me acordaba de que Gruchegnka es parienta tuya.

      –¿Parienta mía? ¿Gruchegnka parienta mía? —exclamó Rakitine, enrojeciendo hasta las orejas—. ¿Has perdido el juicio? ¡No sabes lo que dices!

      –¿Cómo? ¿No es parienta tuya? Pues lo he oído decir.

      –¿Dónde? ¡Ah señores Karamazov! Tenéis humos de alta y vieja nobleza, olvidándoos de que vuestro padre era un simple bufón en mesas ajenas, donde se ganaba un plato de comida. Yo no soy sino el hijo de un pope, nada a vuestro lado; pero no me insultéis con esos aires de alegre desdén. Yo también tengo mi honor, Alexei

Скачать книгу