El conde de Montecristo ( A to Z Classics ). A to Z Classics

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El conde de Montecristo ( A to Z Classics ) - A to Z  Classics

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      -¿Cuál era su empleo a bordo?

      -Sobrecargo.

      -Si hubieseis llegado a ser capitán, ¿le conservaríais en su empleo?

      -No; a depender de mí, porque creí encontrar en sus cuentas alguna inexactitud.

      -Bien. Decidme ahora ¿presenció alguien vuestra última entrevista con el capitán Leclerc?

      -No, porque estábamos solos.

      -¿Pudo oír alguien la conversación?

      -Sí, porque la puerta estaba abierta y aún… esperad… sí… sí… Danglars pasó precisamente en el instante en que el capitán Lederc me entregaba el paquete para el gran mariscal.

      -Bien -murmuró el abate-, ya dimos con la pista. Cuando desembarcasteis en la isla de Elba ¿os acompañó alguien?

      -Nadie.

      -¿Y os entregaron una misiva?

      -Sí, el gran mariscal.

      -¿Qué hicisteis con ella?

      -La guardé en mi cartera.

      -¿Llevabais vuestra cartera? ¿Y cómo una cartera capaz de contener una carta oficial podía caber en un bolsillo?

      -Tenéis razón. Mi cartera estaba a bordo.

      -Luego fue a bordo donde colocasteis la carta en la cartera.

      -Sí.

      -Desde Porto-Ferrajo a bordo, ¿qué hicisteis de la carta?

      -La tuve en la mano.

      -Cuando abordasteis de nuevo al Faraón, ¿pudieron ver todos que llevabais una carta?

      -Sí.

      -¿Y Danglars también lo vio?

      -También.

      -Poco a poco. Escuchad bien: refrescad vuestra memoria. ¿Os acordáis de los términos en que estaba concebida la denuncia?

      -¡Oh!, sí, sí: la he leído y releído muchas veces, y tengo sus palabras muy presentes.

      -Repetídmelas.

      Dantés reflexionó un instante y repuso:

      -Así decía textualmente:

       «Un amigo del trono y de la religión previene al señor procurador del rey que un tal Edmundo Dantés, segundo del Faraón, que llegó esta mañana de Esmirna, después de haber tocado en Nápoles y en Porto-Ferrajo, ha recibido de Murat una carta para el usurpador, y de éste otra carta para la junta bonapartista de París.

       »Fácilmente se tendrá la prueba de su crimen prendiéndole, porque la carta se hallará en su poder, o en casa de su padre, o en su camarote, a bordo del Faraón.»

      El abate se encogió de hombros.

      -Eso está claro como la luz del día -dijo-, y es necesario tener un alma muy buena, y muy inocente, para no comprenderlo todo desde el principio.

      -¿Lo creéis así? -exclamó Edmundo-. ¡Oh! ¡Sería una acción muy infame!

      -¿Cuál era la letra ordinaria de Danglars?

      -Cursiva, y muy hermosa.

      -¿Y la del anónimo?

      -Inclinada a la izquierda.

      El abate se sonrió:

      -Una letra desfigurada, ¿no es verdad?

      -Muy correcta era para desfigurada.

      -Esperad -dijo.

      Y diciendo esto, cogió el abate su pluma, o lo que él llamaba pluma, la mojó en tinta, y escribió con la mano izquierda en un lienzo de los que tenía preparados, los dos o tres primeros renglones de la denuncia.

      Edmundo retrocedió, mirando al abate con terror:

      -¡Oh! ¡Es asombroso! -exclamó-. ¡Cómo se parece esa letra a la otra!

      -Es que sin duda se escribió la denuncia con la mano izquierda. He observado siempre una cosa -prosiguió el abate.

      -¿Cuál?

      -Todas las letras escritas con la mano derecha son varias, y semejantes todas las escritas con la mano izquierda.

      -¡Cuánto habéis visto! ¡Cuánto habéis observado!

      -Continuemos.

      -¡Oh!, sí, sí.

      -Pasemos a mi segunda pregunta.

      -Os escucho.

      -¿Podía interesar a alguien que no os casaseis con Mercedes?

      -Sí, a un joven que la amaba.

      -¿Su nombre?

      -Fernando.

      -Ese es un nombre español.

      -Era catalán.

      -¿Y creéis que ése haya sido capaz de escribir la carta?

      -No, lo que él hubiera hecho era darme una puñalada.

      -Eso es muy español. Una puñalada sí, una bajeza, no.

      -Además, ignoraba todos los pormenores que contiene la delación -indicó Edmundo. -¿No se los habíais contado a nadie?

      -A nadie.

      -¿Ni a vuestra novia?

      -Ni a mi novia.

      -Pues ya no me cabe duda alguna: fue Danglars.

      -¡Oh!, ahora estoy seguro.

      -Esperad un poco… ¿Conocía Danglars a Fernando?

      -No… sí… ahora me acuerdo…

      -¿Qué?

      -La víspera de mi boda los vi sentados juntos a la puerta de la taberna de Pánfilo. Danglars estaba afectuoso y al mismo tiempo burlón, y Fernando pálido y como turbado.

      -¿Estaban solos?

      -No; se hallaba con ellos otro compañero, muy conocido mío, y que fue sin duda el que los relacionó… , un sastre llamado Caderousse; éste estaba ya borracho… Esperad, esperad… ¿cómo no he recordado esto antes de ahora? Junto a su mesa había un tintero… , papel y pluma… -murmuró Edmundo llevándose la mano a la frente-. ¡Oh! ¡Infames! ¡Infames!

      -¿Queréis

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