Viage al Parnaso La Numancia y El Trato de Argel. Miguel de Cervantes Saavedra

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Viage al Parnaso La Numancia y El Trato de Argel - Miguel de Cervantes Saavedra

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style="font-size:15px;">       Que destruyó la vengativa Juno.

       No fué del Vellocino á la jornada

       Argos tan bien compuesta y tan pomposa,

       Ni de tantas riquezas adornada.

       Quando entraba en el puerto la hermosa

       Aurora por las puertas del oriente,

       Salia en trenza blanda y amorosa.

       Oyose un estampido de repente,

       Haciendo salva la real galera,

       Que despertó y alborotó la gente.

       El son de los clarines la ribera

       Llenaba de dulcisima harmonia,

       Y el de la chusma alegre y placentera.

       Entrabanse las horas por el dia,

       A cuya luz con distincion mas clara

       Se vió del gran bagel la bizarria.

       Ancoras echa, y en el puerto pára,

       Y arroja un ancho esquife al mar tranquilo

       Con musica, con grita y algazara.

       Usan los marineros de su estilo,

       Cubren la popa con tapetes tales

       Que es oro, y sirgo de su trama el hilo.

       Tocan de la ribera los umbrales,

       Sale del rico esquife un caballero

       En hombros de otros quatro principales.

       En cuyo trage y ademan severo

       Vi de Mercurio al vivo la figura,

       De los fingidos dioses mensagero.

       En el gallardo talle y compostura,

       En los alados pies, y el Caduceo,

       Simbolo de prudencia y de cordura;

       Digo, que al mismo paraninfo veo,

       Que truxo mentirosas embaxadas

       A la tierra del alto coliseo.

       Vile, y apenas puso las aladas

       Plantas en las arenas venturosas

       Por verse de divinos pies tocadas:

       Quando yo revolviendo cien mil cosas

       En la imaginacion, llegué á postrarme

       Ante las plantas por adorno hermosas.

       Mandóme el dios parlero luego alzarme,

       Y con medidos versos y sonantes,

       Desta manera comenzó á hablarme:

       O Adán de los poetas, ó Cervantes!

       Qué alforjas y qué trage es este, amigo?

       Que asi muestra discursos ignorantes.

       Yo, respondiendo á su demanda, digo:

       Señor, voy al Parnaso, y como pobre

       Con este aliño mi jornada sigo.

       Y él á mí dixo: ó sobrehumano, y sobre

       Espiritu Cilenio levantado!

       Toda abundancia, y todo honor te sobre.

       Que enfin has respondido á ser soldado

       Antiguo y valeroso, qual lo muestra

       La mano de que estás estropeado.

       Bien sé que en la Naval dura palestra

       Perdiste el movimiento de la mano

       Izquierda, para gloria de la diestra.

       Y sé que aquel instinto sobrehumano

       Que de raro inventor tu pecho encierra,

       No te le ha dado el padre Apolo en vano.

       Tus obras los rincones de la tierra,

       Llevandolas en grupa Rocinante,

       Descubren, y á la envidia mueven guerra.

       Pasa, raro inventor, pasa adelante

       Con tu sotil disinio, y presta ayuda

       A Apolo; que la tuya es importante:

       Antes que el escuadron vulgar acuda

       De mas de veintemil sietemesinos

       Poetas, que de serlo están en duda.

       Llenas van ya las sendas y caminos

       Desta canalla inutil contra el monte,

       Que aun de estar á su sombra no son dinos.

       Armate de tus versos luego, y ponte

       A punto de seguir este viage

       Conmigo, y á la gran obra disponte.

       Conmigo segurisimo pasage

       Tendrás, sin que te empaches, ni procures

       Lo que suelen llamar matalotage.

       Y porque esta verdad que digo, apures,

       Entra conmigo en mi galera, y mira

       Cosas con que te asombres y asegures.

       Yo, aunque pense que todo era mentira,

       Entré con él en la galera hermosa,

       Y vi lo que pensar en ello admira.

       De la quilla á la gavia, ó estraña cosa!

       Toda de versos era fabricada,

       Sin que se entremetiese alguna prosa.

       Las ballesteras eran de ensalada

       De glosas, todas hechas á la boda

       De la que se llamó Malmaridada.

       Era la chusma de romances toda,

       Gente atrevida, empero necesaria,

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