La vuelta al mundo en ochenta días. Julio Verne
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Читать онлайн книгу La vuelta al mundo en ochenta días - Julio Verne страница 8
Señor cónsul respondió Fix , esas gentes las sentimos más bien que las reconocemos. Hay que tener olfato, y ese olfato es un sentido especial nuestro, al cual concurren el oído, la vista y el olor. He agarrado durante mi vida a más de uno de esos caballeros, y con tal que mi ladrón esté a bordo, os respondo que no se me irá de las manos.
Lo deseo, señor Fix, porque se trata de un robo importante.
Un robo soberbio respondió el agente entusiasmado . ¡Cincuenta y cinco mil libras! ¡No siempre tenemos semejantes ocasiones! ¡Los ladrones se van haciendo muy mezquinos! ¡La raza de los Sheppard se va extinguiendo! ¡Ahora se hacen ahorcar tan sólo por algunos chelines!
Señor Fix respondió el cónsul , habláis de tal manera que os deseo ardientemente buen éxito; pero, os repito, lo creo difícil en las condiciones en que os encontráis. ¿Sabéis que con las señas que habéis recibido, ese ladrón se parece absolutamente a un hombre de bien?
Señor cónsul respondió dogmáticamente el inspector de policía , los grandes ladrones se parecen siempre a los hombres de bien. Ya comprenderéis que los que tienen traza de bribones no tienen más que un recurso, que es el de ser probos, sin lo cual serían presos con facilidad. Las fisonomías honradas son las que con más frecuencia hay que desenmascarar. Convengo en que este trabajo es dificultoso, siendo más bien hijo del arte que del oficio.
Entretanto, el muelle se iba animando poco a poco. Marineros de diversas nacionalidades, comerciantes, corredores, mozos de cordel y “fellahs” afluían allí para esperar la llegada del vapor, que no debía estar muy lejos.
El tiempo era bastante hermoso, pero el aire frío, a consecuencia del viento que soplaba del Este. Algunos minaretes se destacaban sobre la población bajo los pálidos rayos del sol. Hacia el Sur se prolongaba una escollera de dos mil metros, cual un brazo, sobre la rada de Suez. Por la superficie del Mar Rojo circulaban varias lanchas pescadoras o de cabotaje, algunas de las cuales han conservado el elegante gálibo de la galera antigua.
Mientras andaba por entre toda aquella gente, Fix, por hábito de su profesión, estudiaba con rápida mirada el semblante de los transeúntes.
Eran entonces las diez y media.
¡Pero no acabará de llegar ese vapor! Exclamó al oír dar la hora en el reloj del puerto.
Ya no puede estar lejos respondió el cónsul.
¿Cuánto tiempo ha de estacionarse en Suez? Preguntó Fix.
Cuatro horas, el tiempo de embarcar su carbón. De Suez a Adén, a la salida del Mar Rojo, hay mil trescientas diez millas, y necesita proveerse de combustible.
¿Y de Suez se marcha directamente a Bombay?
Directamente y sin descarga.
Pues bien dijo Fix , si el ladrón ha tomado pasaje en ese buque, tendrá el plan de desembarcar en Suez, a fin de llegar por otra vía a las posesiones holandesas o francesas de Asia. Bien debe saber que no estaría seguro en la India, que es tierra inglesa.
A no ser que sea muy entendido respondió el cónsul , porque ya sabéis que un criminal inglés siempre está mejor escondido en Londres que en el extranjero.
Después de esta reflexión, que dio mucho que pensar al agente, el cónsul regresó a su despacho, situado allí cerca. El inspector de policía se quedó solo, entregado a una impaciencia nerviosa y con el extraño presentimiento de que el ladrón debía estar a bordo del “Mongolia”; y en verdad, si el tunante había salido de Inglaterra con intención de irse al Nuevo Mundo, debía haber obtenido la preferencia del camino de la India, menos vigilado o más difícil de vigilar que el Atlántico.
Fix no estuvo mucho tiempo entregado a sus reflexiones, porque la llegada del vapor fue anunciada por algunos silbidos. Todo el tropel de ganapanes y de “fellahs” se precipitó sobre el muelle en tumulto algo inquietante para los miembros y trajes de los pasajeros. Se destacaron de la orilla unos diez faluchos para ir al encuentro del “Mongolia”.
Pronto se percibió el gigantesco casco de este buque, que pasaba entre las márgenes del canal, y daban las once cuando vino a atracar en la rada, mientras que el vapor se desprendía con estrepitoso ruido por los tubos de escape de la máquina.
Eran los pasajeros bastante numerosos a bordo. Algunos se quedaron en el entrepuente contemplando el pintoresco panorama de la ciudad, pero la mayor parte desembarcaron en las lanchas que se habían arrimado al “Mongolia”.
Fix examinaba escrupulosamente a todos los que desembarcaban.
En aquel momento se le acercó uno de ellos después de haber repelido vigorosamente a los “fellahs” que lo asediaban con sus ofertas de servicio y le preguntó con mucha cortesía si podía indicarle el despacho del agente consular inglés. Y al mismo tiempo, este pasajero presentaba un pasaporte, sobre el cual deseaba que constase el visado británico.
Fix tomó instintivamente el pasaporte, y con rápida mirada lo leyó, escapándose por poco cierto movimiento involuntario. El papel tembló en sus manos. Las señas que constaban en el pasaporte eran idénticas a las que había recibido del director de la policía británica.
Este pasaporte no es vuestro dijo Fix al pasajero.
No respondió éste , es el pasaporte de mi amo.
¿Y vuestro amo?
Se ha quedado a bordo.
Pero repuso el agente es necesario que se presente en persona en el despacho del consulado a fin de identificarlo.
¿Y eso es necesario?
Indispensable.
¿Y dónde está la oficina?
Allí en la esquina de la plaza respondió el inspector, indicando una casa que distaba unos doscientos pasos.
Entonces, voy a buscar a mi amo, que no tendrá mucho gusto en molestarse.
Después de esto, el pasajero saludó a Fix y se volvió a bordo del vapor.
VII
El inspector volvió al muelle y se dirigió con celeridad al despacho del cónsul; en seguida, por petición suya, urgente, fue introducido a la presencia de dicho funcionario.
Señor cónsul le dijo sin más preámbulo , tengo poderosas presunciones para creer que nuestro hombre ha tomado pasaje a bordo del “Mongolia”.
Y Fix refirió lo que había pasado entre el criado y él con motivo del pasaporte.
Bien, señor Fix respondió el cónsul , no sentiría ver el rostro de ese bribón. Pero tal vez no se presentará si es lo que suponéis. Un ladrón no procura dejar detrás de sí rastros de su paso, sobre todo no siendo obligatoria la formalidad del pasaporte.
Señor cónsul respondió