Otra historia del tiempo. Enrique Gavilán Domínguez
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[9] El agobiante peso de la historia que en su Segunda intempestiva Nietzsche consideraba «Schaden, Gebreste und Mangel der Zeit». El peso contra el que arremetía «… weil ich sogar glaube, daß wir Alle an einem verzehrenden historischen Fieber leiden und mindestens erkennen sollten, daß wir daran leiden»; F. Nietzsche, Zweites Stück: Vom Nutzen und Nachteil der Geschichte für das Leben, en KGA, Múnich, 1999, vol. I, p. 246.
Capítulo I
El romanticismo y la rueda del tiempo: la música como idea, de Wackenroder a Wagner
The movement and irreversibility of time is the specific «subject» of all music[1].
En el principio fue la ficción. romanticismo, música y tiempo
Es un tópico relacionar romanticismo y revolución, dos transformaciones que se desarrollan de forma paralela en Alemania y Francia, y cuyos efectos cambian Europa. A finales del siglo XVIII se produce un doble movimiento: transformación de las formas de organización social y cambio no menos radical en el modo de comprender al hombre y su mundo. El romanticismo representa una revolución en las ideas no menos profunda que la que ocurre al otro lado del Rin, y es en parte consecuencia de esos sucesos. Aunque el movimiento romántico sea resultado de fuerzas muy diversas, el impacto de 1789 parece decisivo. La experiencia inaudita de la Revolución hacía necesaria una visión del mundo que ayudara a entender un panorama radicalmente nuevo. En todo caso, no cabe entender esa nueva imagen como una mera consecuencia de un elemento dinámico (la revolución, las transformaciones socioeconómicas, etcétera); esa nueva imagen contribuiría a cambiar a los europeos de un modo tan profundo como la propia revolución. En su último libro, Isaiah Berlin decía:
[El romanticismo] es el movimiento reciente más importante que ha transformado las vidas y el pensamiento del mundo occidental. Me parece el mayor cambio individual que ha ocurrido en la conciencia de Occidente, y todos los otros cambios que se han producido en el curso de los siglos XIX y XX me parecen en comparación menos importantes, y en todo caso están profundamente influidos por él[2].
No es una valoración descabellada, pero incluso quienes no admitieran su rotundidad, y quisieran limitar su alcance, la aceptarían con menos resistencia en el terreno de la estética y se verían obligados a aplaudirla en el de la música. Tras el panegírico del romanticismo, el mismo Berlin señala que quien trate de definirlo siempre encontrará alguien que le presente pruebas que hablen en sentido contrario, que demuestren que esas características ya estaban presentes en Homero, Kalidasa o la poesía española de la Edad Media, entre otros muchos ejemplos. No es sencillo ponerse de acuerdo en el contenido del concepto, porque en realidad designa al menos dos cosas diferentes, cada una de las cuales presenta una complejidad considerable. Con el término romanticismo se denomina tanto a una época muy concreta de la historia de la cultura europea particularmente confusa y contradictoria, como a un determinado planteamiento estético que desborda ampliamente esa época y tiene un impacto extraordinario en autores que se mueven en épocas que estarían caracterizadas por rasgos opuestos. Esta situación se acentúa en el caso de la música.
Por sus propias características, resultaría insensato pretender definir con nitidez la idea de romanticismo, pero sí pueden apuntarse con cierta vaguedad algunos rasgos que ayudan a entender mejor el modo en que se configura la nueva idea de la música. Más que como una serie de valores determinados, el romanticismo se caracteriza ante todo como una actitud, un nuevo modo de mirar. La mirada romántica tiende a ennoblecer determinados aspectos de la naturaleza, de la sociedad, del hombre, del arte, etcétera. Novalis decía:
El mundo debe ser romantizado. Se reencuentra así el sentido original. Romantizar no es otra cosa que una potenciación cualitativa. En esta operación el yo inferior se identifica con un yo superior. De la misma forma, nosostros mismos somos una serie cualitativa de potencias. Esta operación resulta todavía completamene desconocida. En tanto doy a lo común un sentido superior, a lo habitual una apariencia secreta, a lo conocido la dignidad de lo desconocido, a lo finito una apariencia infinita, lo romantizo. La operación contraria para lo elevado, desconocido, místico, ilimitado, de este acortamiento se convierte en logaritmo…[3].
El romanticismo podría definirse como la exaltación de la contemplación como proceso de transfiguración de la realidad, proceso que transforma al mismo tiempo al sujeto que contempla. El romanticismo puede interpretarse como una reacción al desencantamiento (Entzauberung) del mundo diagnosticado por Max Weber. Éste explicaba que la Entzauberung surgía en el terreno de la religión –retroceso de la fe en la magia y en los medios mágicos utilizados por la mayoría de las religiones, como los sacramentos– y, desde allí, se extendía a todos los ámbitos. Constituía un rasgo capital del proceso de racionalización que había acabado por dominar la sociedad occidental. A través del proceso de Entzauberung, los acontecimientos del mundo pierden su hechizo, «son» y «suceden», pero ya no «significan»[4]. El romanticismo intenta devolver significado al mundo a través del arte. En este sentido, el movimiento trata de asumir el papel exacto que había tenido la religión, aunque invirtiendo la dirección: si el desencantamiento (Entzauberung) surge de la religión y se extiende a toda la sociedad (Weber), el reencantamiento (Verzauberung) romántico parte del arte para extenderse a toda la sociedad.
El sujeto. Lo más característico de la mirada romántica es su reflexividad, la atención hacia el que mira. El sujeto adquiere un papel dominante y se convierte en centro de gravedad. El genio y el artista llenan la imaginación, pero también el crítico, cuya mirada posee la capacidad para hechizar las obras de aquéllos. Walter Benjamin buscaba aquí el rasgo definidor de la estética romántica[5]. Frente a Goethe, que sostenía la pérdida irremediable de la plenitud artística alcanzada por los griegos y reducía así la tarea de la crítica al lamento por esa pérdida, Friedrich Schlegel y los románticos otorgaban a la crítica una función decisiva. El crítico era también un creador; en cierta medida, la obra de arte surgía en la construcción del crítico. Frente a la identificación goethiana del arte griego con los modelos originarios (los Urbilder) de las musas, Novalis sostenía que la Antigüedad no existía, que había sido una creación de la crítica posterior. Para Friedrich Schlegel la obra de arte está en proceso, se convierte a través del trabajo de la crítica en algo eterno. Como se verá, ningún ejemplo hubiera servido mejor que la música para respaldar esa tesis.
Centralidad de la estética. Del interés por el mirar y por el modo en que la mirada transfigura la realidad deriva una preocupación por la percepción y, por tanto, se afirma el papel central de la estética, pero no entendida ya como mera ciencia de la percepción, sino elevada a un nivel muy superior. En efecto, la estética se convierte en metafísica del arte, como consecuencia del nuevo papel que adquiere éste. La tendencia alcanzará su forma más acabada en la filosofía de Schopenhauer, pero aparece formulada ya antes en todos los registros por la mayoría de los teóricos románticos, desde Friedrich Schlegel hasta E. T. A. Hoffmann pasando por Jean Paul Richter.
Nueva función del arte.