E-Pack Deseos Chicos Malos 2 - abril 2020. Varias Autoras

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fin podía vivir sola. Vivir con su suegra había sido horrible, pero tras la muerte de Robert, Monica había intentado manipularla como había manipulado a su «Robbie». Y, sintiendo compasión por ella, Danielle se había dejado manipular demasiadas veces.

      Pero, al final, decidió que ya era suficiente. Un amigo de Robert le había ofrecido aquel ático por un alquiler irrisorio y firmar el contrato le había quitado un peso de encima. Era un sitio precioso y se sentía feliz allí. Le encantaban el espacioso salón, la cocina y la terraza, que daba al mar. Rodeada de tal belleza sintió que podía respirar otra vez. Sí, eso era exactamente lo que necesitaba y, además, era solo suyo. Durante un año, al menos.

      Y ahora esto.

      Ahora le debía doscientos mil dólares a la compañía Donovan y no sabía cómo iba a pagarlos. Pero los pagaría. No se sentiría bien si no lo hiciera. Robert había pedido el dinero prestado y ella era su viuda…

      Pero los cinco mil dólares que había ahorrado de su trabajo a tiempo parcial no eran nada. Y no pensaba darle ese dinero a Donovan. No podía hacerlo. Era la única seguridad que tenía, en una cuenta de la que Robert no sabía nada. Afortunadamente. Él no quería que fuese independiente, de modo que había tenido que pelear mucho con Robert y con su madre para conservar su trabajo.

      Tendría que encontrar alguna manera de pagar ese dinero, pero no acostándose con Flynn Donovan. Aunque no podía negar que su corazón se había acelerado al verlo.

      El magnate era muy bien parecido. Más que eso, tenía unos rasgos tan masculinos que acelerarían el corazón de cualquier mujer.

      Alto, fuerte, sexy. Con unos hombros que a una mujer le gustaría acariciar y un espeso pelo oscuro en el que una mujer querría enterrar los dedos.

      Quizá algunas mujeres no habrían dudado en acostarse con un hombre de preciosos ojos negros, boca firme y aspecto descaradamente sensual. Pero para ella era una cuestión de supervivencia.

      Flynn Donovan era uno de esos hombres que daba una orden y esperaba que todo el mundo la obedeciera al instante. Pero ella había pasado tres años sintiéndose asfixiada por un hombre que quería controlarla en todo momento y no pensaba volver a mantener una relación así… por mucho dinero que tuviera Flynn Donovan.

      Danielle acababa de inclinarse para recoger unos cristales del suelo cuando sonó el timbre. Sobresaltada, se cortó un dedo y, sin pensar, se lo llevó a la boca como cuando era niña. Afortunadamente, era un corte pequeño.

      El pesado marco que le había caído en la cabeza mientras estaba intentando colocarlo ya le había provocado un chichón. Le daban ganas de tirarlo a la basura.

      Pero todo eso quedó olvidado cuando abrió la puerta y se encontró a Flynn Donovan al otro lado, con un traje de chaqueta que, evidentemente, estaba hecho a medida.

      –He oído ruido de cristales rotos –dijo él, sin preámbulos, mirándola de arriba abajo.

      Era una mirada seductora, sensual… y Danielle sacudió la cabeza, recordando quién era aquel hombre y qué quería de ella. Como mínimo, querría dinero.

      Y en el peor de los casos…

      –¿Cómo ha entrado en el edificio? Se supone que el código de seguridad sirve para alejar a los indeseables.

      –Tengo mis contactos –respondió él, con la arrogancia de los hombres muy ricos–. ¿Y los cristales rotos?

      –Se me ha caído un cuadro.

      –¿Te has hecho daño?

      –No, un cortecito nada más –Danielle levantó el dedo para enseñárselo, pero al ver que el pañuelo estaba manchado de sangre se asustó.

      –Eso no es un cortecito –murmuró él, tomando su mano.

      Ella intentó apartarse, intentó que no le gustase el roce de su piel, pero Flynn no la soltaba.

      –No me habría cortado si usted no hubiera llamado al timbre. Estaba recogiendo los cristales.

      –La próxima vez dejaré que te desangres –murmuró él, quitándole el pañuelo para observar la herida–. No creo que tengan que darte puntos. ¿Alguna otra herida?

      «Dile que no, dile que se vaya».

      –Solo un chichón en la cabeza.

      –A ver, enséñamelo.

      –No es nada…

      –Está sangrando.

      Danielle tragó saliva.

      –Me lo curaré ahora mismo.

      –¿Dónde tienes el botiquín?

      –En la cocina, pero…

      Flynn la tomó del brazo.

      –Vamos a limpiar la herida.

      –Señor Donovan, supongo que tendrá cosas mejores que hacer que jugar conmigo a los médicos.

      Él la miró entonces. No tenía que decir en voz alta lo que pensaba.

      En cuanto llegaron a la cocina y Danielle sacó la cajita que hacía las veces de botiquín, Flynn empezó a buscar un algodón y ella aprovechó para apartarse un poco. Y para respirar.

      –Siéntate en ese taburete, bajo la lámpara. Así podré verte mejor.

      Eso era lo que Danielle se temía. Pero, con el corazón golpeando contra sus costillas, decidió no protestar. Lo mejor sería acabar con aquello lo antes posible.

      Flynn se acercó, la bola de algodón que tenía en la mano en contraste con lo bronceado de su piel. Olía a una cara colonia masculina. Lo había notado cuando entró en su casa, pero el aroma se había intensificado ahora que estaban tan cerca.

      Danielle dio un salto cuando él apartó un mechón de pelo de su frente y empezó a rozar la herida con el algodón. El roce era suave, pero firme, como debía ser el roce de un hombre. ¿Sería igual en la cama? Oh, sí, él sabría cómo encender a una mujer…

      –Señor Donovan…

      –Flynn –la interrumpió él.

      –Señor Donovan, creo que…

      –¿Cuánto tiempo tardarías en hacer la maleta?

      –¿Cómo?

      –Para ir a Tahití. Tengo que ir allí en viaje de negocios y mi jet está esperando en el aeropuerto. Podemos irnos en una hora.

      –¿Tahití? –repitió ella, sin entender.

      –Tengo una casa allí. Nadie nos molestará.

      ¿De verdad creía Flynn Donovan que ella haría algo así?

      –¿Se puede saber quién cree que es? ¿Cree que puede hacerme saltar con solo

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