La urgencia de ser santos. José Rivera Ramírez
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La gravedad del pecado venial
Bossuet tiene un sermón –no me acuerdo si es a religiosas o es a la corte, porque la mayor parte de sus sermones son en esos ambientes– de cómo se puede llegar a cualquier pecado de los que parecen incluso más alejados del propio temperamento personal... Y va haciendo una historia: empieza por la codicia, la codicia me va llevando a la envidia... y acabo eliminando al que sea... si puedo, claro; y se puede llegar al asesinato... Darse cuenta que podemos llegar a cualquier cosa ¡Y esto tampoco nos lo creemos! Y lo que ya decía: que un pecado venial es una cosa muy grave. Después del pecado mortal no hay nada más grave que un pecado venial. Y que, por consiguiente, entre un pecado venial, que no hay por qué cometer, y, en fin, un terremoto, el terremoto no tiene importancia ninguna... Que han muerto siete mil personas, que se tenían que morir de todas formas... Dios les habrá dado la gracia para morir bien... Pero es que un pecado venial es mucho más grave que un terremoto; el que se muera una persona no tiene importancia ninguna y no es que lo diga yo, es que lo dice Nuestro Señor Jesucristo: “no temáis a los que matan el cuerpo y no pueden hacer más...” Es que eso no tiene importancia, no va a pasar nada, más que os maten... El Espíritu Santo, inspirando a los escritores sagrados habla así...
Iba antes a decir una guerra, pero una guerra es distinto porque tiene muchísimos pecados mortales por necesidad, pero un terremoto... ¿Me creo de verdad esto? Es que el embotamiento nuestro... Como de hecho pecamos, y como de hecho vemos que la gente peca, terminamos por embotarnos. Una cosa es que tengamos que ser misericordiosos... Pero no sólo no está en contradicción, sino que depende una cosa de la otra: sólo puedo ser muy misericordioso cuando me parece mucha desgracia el pecado. Yo no puedo tener mucha misericordia... ¿para qué la voy a tener si no le pasa nada a nadie? ¿Cómo voy a tener misericordia de mí mismo si resulta que no me pasa nada...? No puedo compadecerme, es decir, dolerme, arrepentirme, tener contrición de mí mismo más que cuando me parezca muy grave lo que hago, porque me encuentro realmente muy mal.
El desorden espiritual
En tercer lugar, que somos pecadores se manifiesta por todos los desórdenes, lo que dice san Ignacio: desorden en las operaciones, y lo que dice san Juan de la cruz –y suelo expresarlo yo más así–: toda la multitud de apegos que tenemos, es decir, por la multitud de vicios; porque los apegos son siempre resultado de unos vicios; si no, estaríamos mucho más desprendidos. Una santa Teresa del Niño Jesús, una santa clásica inocente, tiene muy poquitos apegos, aunque fuera pecadora; no hay más que leer lo que cuenta ella misma: un poco de mimo y casi nada más después. Acabo de leer la vida de santa Bernardita, los apuntes que deja, es igual: tiene muy pocos apegos, simplemente que tiene la concupiscencia y que todavía no se ha desarrollado, pero no ha enquistado los que tiene, que es lo que hacen los vicios, los apegos, las tendencias desordenadas, y por tanto no se le han desordenado más. Pero es que los desórdenes nuestros son el fruto de nuestros vicios, que han funcionado por esos niveles: por esas formas temperamentales más propias. Y estamos llenos de ellos.
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