La urgencia de ser santos. José Rivera Ramírez
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Amor a la vida y horror al pecado
Ver qué vida tenemos; podemos medirla precisamente por esto: qué horror tenemos a la muerte –a la muerte natural no, al pecado–, qué horror tenemos al deterioro, qué amor tenemos a la vida, qué amor tenemos a la salud, al desarrollo. Naturalmente no nos puede chocar todo este terrorismo, por ejemplo, que se cargue con tanta facilidad a una serie de personas, que les estorban en cuanto que hace falta dar un golpe que sea sonado, porque las personas concretas no saben ni quiénes son en muchos atentados, todo lo que es el aborto y todas estas cosas... No puede extrañarnos... ¡Es que nosotros no tenemos amor a la vida...! Esa frase, creo del Libro de la Sabiduría, “Señor, amigo de la vida”... Dios ama la vida, porque es la vida misma; nosotros podemos constatar lo que hay en nosotros de hijos de Dios, de personas vivas, por el horror que tenemos a la muerte, por el horror que tenemos a todo lo que es peligroso; y no sólo a la muerte, sino a lo que nos amortigua, a lo que nos deja con falta de vida. Y, por supuesto, no tenemos que esperar que se acaben poco menos que de golpe todas estas actitudes de aborto, de eutanasia, todas estas cosas, sino al revés, tenemos que esperar que aumenten porque no están en proporción a argumentos, sino que están en proporción al amor a la vida que hay en el mundo.
Mientras no haya un número –no sé cuántos tienen que ser, tendrán que ser muchos porque el mundo tiene muchos habitantes en estos momentos– de personas que amen realmente la vida, simplemente el amor a la vida no prevalece en la tierra; prevalece el egoísmo y la muerte no asusta y se van encontrando inmediatamente razonamientos... que, francamente, si no se tiene un sentido muy sobrenatural, me parecen muy difíciles de eliminar muchos de esos razonamientos; no estoy tan seguro qué razones tenemos mejores que ellos, aparte de la fe claro. Si no partimos de la fe... el aborto, la eutanasia, la eliminación de los subnormales, de los enfermos mentales, crónicos... yo no la veo tan absurda... Si no hay más que esto ¡qué pinta toda esa gente? No pinta nada... Y esto no son teorías porque esto es lo que ha pasado hace cuarenta años en el mundo; esto es lo que hizo Hitler... Y el que no piensa como nosotros, pues simplemente está estorbando, y esto es lo que hizo Stalin... Ahora dirán lo que quieran... Pero, en resumidas cuentas, tampoco están en una línea muy diferente, ya lo veis. Lo único que se hace de una manera más suave, más poco a poco; en los regímenes totalitarios es mucho más rápido, más eficaz, y, en último término, tiene más sentido común, dentro de la línea que están; los regímenes democráticos van a paso de tortuga, pero van llegando a lo mismo exactamente; y lo mismo digo de todas los demás errores y aberraciones que puede haber en cualquier nivel.
La gravedad del pecado
Darnos cuenta, examinando un poco, todas estas implicaciones del pecado. Un aspecto también del pecado –hablando en general– [es su gravedad] ¿Me doy cuenta de la gravedad en sí mismo? Decía santa Teresa –la frase está escrita de otra manera, pero la idea es esta– “¡que no me digan que no tiene importancia que yo sé que Dios quiere una cosa, por chica que sea, y yo hago otra!”. Aquí el lenguaje es bastante expresivo, lo que decía antes de los pecados leves... el empeño que tiene la gente por llamar faltas [a los pecados]... No sé si os dais cuenta que la gente un poco “educada” no se acusa de pecados, se acusa de faltas... y la verdad es que casi siempre son sobras... “pues me he enfadado... y ya no me acuerdo de más faltas...” Pero le cuesta un horror decir que ha pecado. Falta desde luego que es, falta de amor de Dios.
La diferencia entre el pecado y la imperfección me parece que deberíamos expresarla así: la imperfección es aquello que nosotros no somos todavía capaces de hacer o no hemos sido capaces en ese momento, por falta de darnos cuenta, pero no ha sido una acto humano, responsable. Eso es una imperfección. Pero en el momento mismo en que yo concibo que el Espíritu Santo quiere una cosa y a mí no me da la gana de hacerlo, eso se llama pecado venial. Porque en eso consiste el pecado venial: si yo sé que el Espíritu Santo quiere –si no lo sé no puede haber pecado– que en este momento esté estudiando y no me da la gana, eso es un pecado venial cabalmente, decirle al Espíritu Santo que no, rechazar la acción del Espíritu Santo que me quiere santificar; si yo sé que el Espíritu Santo quiere que atienda a esta persona y no me da la gana atenderla, eso es un pecado venial... “Total ¿qué importancia tiene?” Pues la importancia que el Espíritu Santo tendría en sus planes, que yo no lo sé ... ¡y a mí no me da la gana de dejarle desarrollarlos...! Ahora ¡si no tiene importancia contradecir al Espíritu Santo! no sé qué es lo que tiene importancia en este mundo ni en el otro.
La gente procura no hablar de pecado. Yo me acuerdo –y hace muchos años ya, porque era en Salamanca en el colegio hispanoamericano– una noche di una plática sobre esto... “Bueno... ¿entonces eso es pecado?...” Me quieres decir qué más te da el nombre... Lo que es tremendo es que tú hayas contrariado al Espíritu Santo... El que le llames pecado o le llames falta me da igual... Sabía que os ibais a dar más cuenta si le llamaba yo pecado... Pero que lo que hacéis son pecados... Otro ejemplo que he puesto otras veces: después que uno se acusa de sesenta pecados veniales, dice: “... y para que haya materia...” Pues ¡vaya con los pecados de la vida pasada!, ni que los pongas ni que los quites... si materia hay de sobra..., lo que no hay es arrepentimiento ni conciencia ni nada; por lo cual, la confesión esta me temo que no sirve para nada, menos mal que no sirve para hacer un pecado más porque no tiene usted mala voluntad... Una de las razones del poco fruto y del poco adelanto y, probablemente del abandono de la confesión, en la práctica, es cabalmente que se ha sacado poco fruto y se ha sacado poco fruto por el dado poco arrepentimiento sencillamente.
La gravedad para uno mismo y para los demás
Ya podéis examinar un poco: ¿tengo esta conciencia de la gravedad del pecado? La gravedad del pecado en tres aspectos: primero en sí mismo; lo que estoy diciendo: decirle que no a Dios. En segundo lugar, la gravedad que tiene en cuanto a mí mismo; pensar que nos pasamos la vida trabajando para desvivirnos...Ya os comenté esta idea de Sartre: que ser ateo idealmente, intelectualmente, es muy fácil, o sea, negar la idea de Dios, expresamente, reflejamente, pero que, en cambio, ser ateo materialmente, realmente, es muy difícil y que a él le costó mucho trabajo... ¡lástima de trabajo! De manera que, desde los once o doce años que tuvo la intuición de que Dios no existía –y no ha vuelto a tener dudas, según él– ya tuvo que ir trabajando toda su vida para elaborar el ateísmo, porque la sociedad no es atea, está el mundo lleno de la conciencia de la divinidad todavía... “y hay que trabajar para ver esto cómo lo quitamos porque es un desastre”14. Y uno piensa: “y que este pobre hombre estuviera venga trabaja y trabaja para hacerse ateo... también es pena...” En rigor es lo que estamos haciendo todos... Lo que pasa es que, por la misericordia de Dios no lo conseguimos. ¡El trabajo que nos tomamos para pecar! Yo creo que la experiencia de todos nos dice que, cuando no nos dejamos mover por Dios, sufrimos inevitablemente porque estamos distorsionándonos a nosotros mismos; es como el individuo que trabajara para torcerse los brazos y las piernas... ¡y luego a ver cómo se las colocan! “No sabe usted el trabajo que me ha costado dislocarme los brazos ¡he tenido que hacer unos esfuerzos!” ¡Ese hombre está completamente loco! Pues ¡completamente locos estamos, claro!
En tercer lugar, la gravedad para los demás. ¡Pensad la cantidad de gente que estaría mejor si yo hubiera respondido a la gracia de Dios! Todos podéis tener experiencia –todavía podéis tener alguna– de que hay personas que están mejor (no es una declaración de fe, porque no se definen estas cosas), de que hay gente que está mejor porque nos ha tratado; la persona está mejor porque se ha encontrado