La urgencia de ser santos. José Rivera Ramírez
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La interioridad
El otro aspecto –todos están en relación– es la interioridad. Es muy curioso cómo nosotros estamos continuamente –está en relación con lo anterior– con una serie de cosas que tienen mucha relación precisamente con lo sensible, porque entran por lo menos –aparte que también tienen su sensibilización– en la zona de lo controlable, intelectualmente también razonable, y podemos quedarnos tranquilos. Hay una cosa que leí hace muchísimos años y que me hizo gracia en un libro de Bertot; dije: “pues lleva toda la razón porque a mí me pasa eso”: llegaban los exámenes en el instituto y uno se sentía angustiado porque no sabía nada de la mitad de las asignaturas y entonces... “¡esto no puede ser! ¡esto hay que arreglarlo! ¡hay que empezar a estudiar!” Entonces me cogía los textos –no era el ejemplo que ponía él, pero vamos...– los programas, veía los días que me quedaban, hacía la distribución y esa tarde ya me había quedado tranquilo, como si lo hubiera hecho, ya daba lo mismo, ya no hacía falta estudiar, ya sabía que cada tarde tenía que estudiar tres lecciones de matemáticas, cinco lecciones de física, cuatro de química... Y, una vez que había hecho la distribución, a descansar... porque ya todo está hecho... Luego no estudiabas, claro, pero te habías quedado tranquilo.
Esto nos viene a pasar igual con la vida cristiana: en cuanto podemos colocar unas cuantas normas: “hay que venir a misa, hay que comulgar...” Si veis la historia de la Iglesia, esto va pasando continuamente ¡es divertidísimo! En cuanto se han establecido unas leyes... ya si se guardan importa menos, pero ya tenemos todo legislado, ya sabemos lo que está bien, lo que está mal, y la interioridad se queda como antes... A mí me resulta extraordinariamente curioso porque me parece que una de las notas que más se resaltan en los evangelios, en las discusiones de Jesucristo con los fariseos, es cabalmente esto. Jesucristo no dice nunca que no haya que hacer ciertas cosas, es más, dice expresamente que éstas no hay que omitirlas, pero claro, hay que partir de la interioridad, porque, por ejemplo, lo que mancha al hombre no es lo que entra de fuera sino lo que sale del corazón.
Esto no lo niega nadie, pero luego en la práctica lo practicamos muy poco; [basta] estar en una reunión de superiores... En cuanto nos podemos apoyar en unas cuantas normas externas que se guardan bastante bien, ya tenemos la conciencia tranquila. Y claro, resulta que lo característico del evangelio respecto de las interpretaciones generales de la gente piadosa –no digo de la piadosa de verdad, sino de la gente piadosa oficialmente de los judíos, los fariseos por ejemplo– es cabalmente esto: que Jesucristo busca lo interior y ellos se contentan con lo exterior. Pero es que seguimos igual.
Entonces, pues, examinaros un poco: ¿Qué fuerza tiene en mí la tendencia a lo interior y qué fuerza la tendencia a lo exterior? Una cosa que tenemos que tener en cuenta con mucha frecuencia es si tenemos la capacidad, incluso psicológica, de captar como real lo que no vemos; ya he puesto ese ejemplo muchas veces: hay una obra de teatro que se llama “La barca del pescador” y lo que tiene para empezar es una frase, que creo que es de Voltaire: “si te dijeran que apretando un botón se moría un chino y con eso te daban a ti un tesoro, a que apretabas el botón..., porque un chino ¿qué es eso?”; y nadie niega que un chino sea una persona, pero bueno, como no le conocemos...; en Toledo ahora vemos ya bastante gente de ese estilo, pero como no conocemos o no hemos tratado a ninguno, al lado de la cantidad de chinos que hay... Es una cosa completamente irreal un chino, un vietnamita, uno de Alaska... que se mueran todos ¡qué más da!
Esto nos está pasando continuamente; ¿por qué nos ponemos a pensar un rato en la capilla o en el cuarto y vemos tan claro que hay que amar al prójimo y apenas salimos resulta que el prójimo nos resulta tan poco fácil de amar? Sencillamente, porque hacemos una abstracción de lo que a nosotros nos parece real el rato que estamos [orando]... La sensación que tenemos es: lo real es que este es así... es un pesado... Esto está ligado con lo otro, lo de la sensibilidad y superficialidad, en resumidas cuentas. Y esto nos dificulta continuamente el ir a lo interior realmente y el estar continuamente colocando las cosas que son sensibles como signos. [Por eso hay que] ver qué significa esto en esta persona... La mayor parte de las veces no lo podemos saber ni en nosotros mismos. Esto que he hecho ¿qué significa en mí? Cada acto puede significar cincuenta actitudes distintas... o por lo menos cuarenta y nueve; y resulta que esto es complicado, nos exige pensar... Es más fácil decir “este ha dicho esto luego piensa esto”... Este ha dicho esto y puede pensar lo contrario, porque está significando tal o cual cosa. Esto tiene una manifestación y realización continua en toda la vida espiritual.
La gente en general, en España, está catequizada –los que están, vamos– pero no está evangelizada. ¿Por qué? Porque catequizar es enseñar, expresar de una manera racional y con unas normas morales... y hasta ahí hemos llegado todos. En cambio, evangelizar es dar un testimonio de Cristo y a Cristo no se le ve. Y Cristo sí que es sensible pero nosotros no le podemos ver todavía. Y lo mismo pasa con las actitudes interiores: la actitud interior no sé cuál es. Me importan mucho más todas las tendencias legales que en cierto sentido las tenemos un poco todos...
¡La cara de asombro que pone la gente cuando digo cosas de estas! No es lo mismo dar clase que ser profesor: dar clase es algo necesariamente concreto que tiene sus horarios determinados, sus tesis, sus apuntes, su instrumental... y se ve enseguida... Ser profesor es toda una actitud: profesar algo. La obligación no es dar clase, la obligación es ser profesor, que quiere decir que te ligas tú –una persona– con Dios que te envía, con las personas a quienes se te envía, con aquellas a las que se te envía inmediatamente y con una multitud de personas en que va a estar redundando lo que enseñes. Ahí el dar clase es uno de los signos y, como es uno de los signos nada más, pierde mucha categoría.
La gente que se caracteriza porque cumple muy bien con su obligación suelen ser cargantísimos. Es al revés: ¿qué quiere decir ser profesor? (profesor de EGB estoy pensando, pues no se puede decir maestro, que es una palabra mucho más bonita pero que está muy desacreditada, precisamente porque es más bonita), quiere decir que llego a clase a las nueve y media en punto y salgo a la una y media en punto, y he estado soltando rollos toda la mañana menos la media hora de recreo... y como he hecho esto pues ya está... y si no han aprendido peor para ellos... y si no me he explicado bien pues peor para ellos... Un maestro de verdad es un individuo que tiene el dinamismo interior de comunicar y de formar a esas personas y entonces está continuamente –en cierto sentido, moralmente hablando– viendo cómo puede enseñar mejor, a fulanito que es muy torpe y a menganito que es más listo de lo corriente... En fin, supone mucho más... supone una vida personal. Ver, pues, si tenemos y hasta qué punto la tendencia a quedarnos en lo exterior.
También podría haber –no porque haya [interioridad] de verdad sino porque nos disculparíamos así– un disculparnos de no saber significar lo interior [en lo exterior]. Lo interior necesariamente tiene sus signos en el ser humano, ya que de alguna manera tiene que manifestarse, y entonces, por ejemplo, tienen que existir unas normas en el seminario, en las clases, de alguna manera hay que hacer las cosas, porque tenemos cuerpo y vivimos en el tiempo. Pero es completamente distinto que una interioridad vaya creando unas formas de expresión a que nos quedemos puramente en las normas de expresión.
Esto