La urgencia de ser santos. José Rivera Ramírez
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Cuando Jesucristo empieza invitándonos a la conversión y en todo el relato del comienzo de su vida pública, aparece ya el Padre, aparece Jesucristo, aparece el Espíritu Santo y aparece también el demonio. Es decir, que lo primero que aparece es precisamente que Jesucristo viene a luchar contra Satanás. Esto para nosotros tiene dos aspectos: uno que llevaría a colocar estas meditaciones bastante más adelante, como un aspecto de nuestra tarea, y otro que tenemos, al convertirnos, que salir del influjo del pecado en nosotros mismos. Hablaremos de los dos aspectos al mismo tiempo. Y además es que desde Carrión de los Condes no he vuelto a hablar del pecado... Estuvimos hablando tres días o por ahí... Hoy no tenemos tanto tiempo... Entonces, vamos a hablar un poco en general del pecado.
En primer lugar la idea. La idea para sentirla una realidad viva, como desde los dos aspectos a que me he referido antes. Lo realmente importante es el perdón; la conversión es un perdón ya sin más; la Virgen, estrictamente, convertirse no se ha podido convertir nunca, ha ido progresando, que es distinto. Nosotros todos hemos tenido que ser convertidos, por lo menos por el bautismo cuando éramos pequeños, pero además es que ahora mismo, sin intención de ofendernos, convertirnos supone también salir de un dominio, de una manera u otra, del pecado y ciertamente para luchar contra el pecado en general y, en última hora, contra el diablo o contra los diablos, porque son muchos, según decían ellos...
El pecado como rechazo de los dones paternales de Dios
El concepto del pecado ¿qué es? El pecado consiste en que Dios nos ofrece paternalmente, por Cristo, la vida, siendo Cristo mismo la vida y comunicándonos al Espíritu Santo como principio de vida, y nosotros lo rechazamos. Si lo que rechazamos es la vida misma, pues tenemos un pecado mortal, y los que rechazan la vida se mueren...Si lo que rechazamos no es la vida pero sí el crecimiento, el acrecentamiento de la vida que tenemos, entonces hay un pecado venial. Entre paréntesis, y aunque no esté de acuerdo con el lenguaje del Papa propiamente hablando, pero al Papa le enseñaron otra cosa, pues estudió con el Padre Lagrange donde leí esta observación que me gustó hace muchísimos años: no suelo decir pecado grave y leve, porque si decimos pecado leve da la impresión de que es un pecado sin importancia. Es “leve” respecto del pecado mortal, pero nos fijamos más en lo de la levedad que en lo de pecado y, a última hora, un pecado leve no tiene importancia... Pecado venial ya es una cosa muy especial y puede ser más fácil que la gente capte que se trata de un pecado. Es cuestión de lenguaje.
El pecado, algo no jurídico sino ontológico
En todo caso se trata, en primer lugar, de algo ontológico. El ejemplo que he puesto muchísimas veces: si un padre ofrece la comida al niño y al niño no le da la gana de comer, suponiendo que el padre le dejara esa libertad... (porque si al niño no le da la gana de comer, el padre o la madre tienen varios sistemas: le pueden tapar la nariz y abre la boca, le pueden contar un cuento en el que hay que abrir la boca y cuando abre la boca el niño le meten la cuchara y, si no, para que abra la boca por delante se le da un azote por detrás y también es un sistema que puede dar resultado...), de manera que si un niño rechazara el alimento sin más, el niño se moriría; y no es que desobedezca o no desobedezca, es simplemente que es así; en cambio, si el niño no rechaza el alimento pero rechaza ciertas clases de alimento que le hacían falta y no come más que chocolates y cosas por el estilo, el niño se cría pero se cría canijote... No es una cuestión en primer lugar jurídica el pecado. El individuo que rechaza la vida sin más comete pecado mortal. Y el individuo que rechaza aspectos que le acrecentarían la vida, no se muere pero se cría canijo, que suele ser la situación más general por desgracia dentro de la Iglesia, y entre la gente que hace ejercicios, porque los otros no hacen ejercicios.
En esto, lo primero es recalcar que se trata de algo real, de algo ontológico, que no se trata de unas normas que Dios pone y si no las cumples te castiga; se trata de que esto es así y no puede ser de otra manera. Como Jesucristo es la vida... En el evangelio de san Juan yo creo que sólo hay un pecado concreto, que es rechazar a Jesucristo, en lo cual va implícito las demás cosas. Luego, naturalmente, el ofrecimiento de la vida puede tomar muchos aspectos; como los alimentos, la madre puede ofrecer muchos alimentos al niño... Y ya entonces tenemos las diversas virtudes y diversos matices dentro de cada virtud... Pero el pecado consiste en eso: en la repulsa del don paternal. Por eso, el perdón no quiere decir más que Dios nos vuelve a ofrecer lo que habíamos rechazado y, es más, nos lo ofrece con mayor abundancia, porque per normalmente es una partícula abundancial, significa que hay abundancia. Perduración es abundancia de duración y así sucesivamente...
El pecado a la luz del relato de Gn 3: autoafirmación
e independencia
Sobre el pecado, vamos a recordar dos relatos: uno es el del pecado original. Dejando aparte muchas cosas que ahora no nos interesan, ahí lo que se está enseñando es que Dios Padre les está ofreciendo a Adán y Eva la vida y su amistad y Adan y Eva lo que hacen es preferir rechazar el don de Dios, autoafirmándose a sí mismos, y anteponiendo, en esa autoafirmación, el proyecto que se hacen... Uno decía: “si en lugar de prohibirles comer la manzana les hubiera prohibido comer la serpiente, ¿qué hubiera pasado?” Pues a lo mejor se hubieran comido la serpiente. Al [desear] ser como dioses –ya eran a imagen y semejanza de Dios– lo que no quieren Adán y Eva es ser dependientes de Dios, fue un acto de independencia. Y en esta narración lo que resalta también es que eso ni siquiera es un acto de independencia como comienzo, sino una sugerencia externa, algo que viene del demonio. Esto es lo que caracteriza siempre al pecado: el que nosotros nos autoafirmamos, es decir, nos afirmamos a nosotros mismos frente a Dios y hacemos nuestro proyecto, pensamos que así vamos a ser más felices. Por tanto, no nos fiamos de Dios ni le obedecemos, pero no obedecerle quiere decir que no recibimos su Palabra, no recibimos la vida que nos ofrece. Y esto es un engaño porque, en primer lugar, no hay tal autoafirmación, sino que estamos bajo otros influjos, el influjo diabólico, y porque las consecuencias –ya las conocéis– no son precisamente la felicidad que uno ha planeado: conocer el bien y el mal siendo como Dios sino, al revés, es sentir mucho más todavía la dependencia y quedarse sin los bienes.
El quedarse sin los bienes es algo también ontológico; si Dios es la fuente del bien, propiamente el que se aparta de Dios se queda sin bien ninguno; en la tierra no se nota; en el infierno... no se nota del todo, porque como Dios no nos quiere aniquilar, no quiere dejar de crearnos, pues esto toma un tono distinto, pero, en realidad, a lo que tiende el pecado ciertamente es a la aniquilación porque si yo estoy siendo creado y rechazo a quien me crea evidentemente a lo que tiendo es a desaparecer. Pero es que ni siquiera puedo eso; el pecado está manifestando siempre nuestra impotencia, impotencia porque no puedo hacer lo que a mí me parece, sino que hago lo que alguien me sugiere, alguien superior a mí, e impotencia porque no consigo lo que quería, ni muchísimo menos, sino que consigo realmente lo contrario; y a última hora no consigo ni siquiera –lo que llega al colmo de la desesperación– la aniquilación porque no puedo aniquilarme. El que se suicida, se suicida, pero no queda aniquilado.
El pecado a la luz de la parábola del hijo pródigo
El relato del hijo pródigo es igual. El hijo pródigo no pide nada nuevo, pide menos de lo que tiene: “dame la parte de hacienda que me toca”; la situación en que estaba, según le dice el padre al hijo mayor “todo lo mío es tuyo”, tenía todo, pero tenía todo inmediatamente de modo filial, recibido todo del padre, y él lo que quiere es tener menos, pero suyo, hacer lo que le parece a él. Y entonces hace su proyecto; no me le contó, pero lo que fuera... Irse por ahí a vivir por su cuenta... Y tampoco le sale; alguna temporada... y después se queda sin nada. Observo que el hijo pródigo era idiota por otras razones, aparte de otras cosas más monumentales, porque dice el relato que quería algarrobas y nadie se las daba... ¡Para comer algarrobas no hace falta que te las dé nadie, vamos! Si estaba él guardando los cerdos, las algarrobas estarían a su disposición, pero ya se ve que el muchacho era tonto de capirote... Lo cual no tiene