La urgencia de ser santos. José Rivera Ramírez
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Como hay algunos –bastantes– que son comunes, quiere decir que caigo en la cuenta del valor de signo que tienen muchísimas cosas: la misa, los sacramentos, la predicación... Pero voy cayendo en la cuenta de qué significan. Porque, si no, lo que pasa es que para unos lo que importa es decir misa y para otros no importa decir misa... y lo que importa es lo interior... La pobreza de espíritu: lo que importa es la actitud interior de pobreza, la radicalidad que decía antes, pero naturalmente los que me dicen que tienen espíritu de pobreza y cada año se han mejorado materialmente en cincuenta cosas... a lo mejor lo hacen para disimular... pero lo que hay que concluir es que no tienen espíritu de pobreza... O es que no veo la forma de realizarlo... pues son unas limitaciones naturales... Una pobreza sin espíritu no sirve para nada, pero un espíritu de pobreza sin pobreza, sin un intento serio de ir siendo cada vez más pobre, [significa] que no existe y ya está. Igual en la obediencia y en todas las cosas.
Podemos caer en las dos cosas; lo más corriente es que caemos en la mediocridad: ni somos muy interiores ni somos muy exteriores, porque no nos conviene ninguna de las dos cosas; si tomamos muy en serio lo exterior: a estas fechas, después de veinte siglos de Iglesia, tantos engorros, tantas cosas que hacer, que es un rollo y, de no ser algunos temperamento muy especiales... procuramos en ese momento recurrir a lo interior. Pero lo interior, una labor seria –la palabra trabajo no me gusta mucho–, de atención a Dios, atención al Espíritu Santo, de atención a nosotros mismos... tampoco tenemos ganas de hacerla. Y entonces estamos ahí a medias, que es la situación más antipática.
La totalidad
Otro aspecto del evangelio, muy importante me parece a mí, es la totalidad. Un sentido de totalidad de recibir al Espíritu Santo, que es simplicísimo y si le recibimos no podemos más que recibirle totalmente, pero nosotros vamos recibiendo al Espíritu Santo –como cualquier objeto humano o material que recibamos– por grados, con aspectos, al menos en lo consciente. Entonces, tenemos que ver: lo que estamos hablando ¿es coherente con el resto del evangelio? Para saber si una cosa viene del Espíritu Santo, una de las normas de discernimiento es esta: ¿es coherente con lo demás? Porque, claro, ver cómo unas personas se fijan en unos aspectos, incluso los desarrollan, y otras personas se fijan en los contrarios... Uno dice, pero bueno... si es que están las dos cosas en el evangelio de verdad, pero lo que pasa es que precisamente no lo han tomado de la raíz, de la raíz del Espíritu Santo que les iluminaría, un poco antes o un poco después, para ver la coherencia, sino que, como viene precisamente de su superficialidad, de su pura manera de ser, no de quién son sino de cómo son, a uno le atrae tal aspecto y, como le atrae, puede realizarlo con facilidad y como lo realiza con facilidad ya se da por satisfecho y procura no fijarse en el otro y desvalorizarlo lo más posible... Y al otro le pasa igual sólo que al revés. Esto es continuo. Y nos llenamos de estupor porque resulta que la gente no cambia, sino que la gente cada vez está peor...
Estaba yo dando ejercicios y una noche tuvimos una reunión para aclarar algunas cosas que había dicho: sobre todo, que había dicho que la caridad no consiste en dar gusto a la gente. Esto a algunos les pareció rarísimo. Fueron hablándose muchísimas cosas. Y dijo un cura:
–“Es que yo ya no sé qué hacer... tengo todos los movimientos que existen en la Iglesia en la parroquia y la gente no cambia...
Debía de tener todo lo habido y por haber... El hombre se veía que era buena persona, que trabajaba... Y uno le sugiere –yo no me atrevía a hacer semejante sugerencia–:
–¿No será que personalmente no acabas de rematar y no haces bastante oración y bastante mortificación, no eres bastante austero..., en fin, no eres tú?
Yo no recuerdo lo que contestó, porque estaba al otro lado de la mesa y yo esa conversación la dejé que siguiera por sus cauces y no me quise meter en ella, pero esta es la realidad. Sustituimos la acción del Espíritu Santo por alguna cosa parcial, que materialmente hablando coincide con algo que el Espíritu Santo quiere hacer, pero es una cosa suelta, no proviene del Espíritu Santo, proviene de que ahí coincidimos, en esa cosa material. Por ejemplo, tanto la oración, como la atención a los pobres, por no fijarme más que en estos dos aspectos. Hay gente que dice: “pues fulano reza mucho –a veces se ven negros para encontrar un ejemplo...– y luego...” Si reza mucho y luego no funciona, o una de dos: o es que está empezando el hombre a rezar ahora y todavía no ha dado fruto o es que no reza; está en la iglesia sin hacer nada o dando vueltas a lo que le parece, aunque sea el evangelio, pero por su cuenta, porque, si no, es imposible que no tuviera consecuencias...Y la conclusión que sacan es que no hay que rezar tanto... “Los que rezan tanto... los que van a misa... son los peores”. O al revés: siempre se encuentra algún individuo que se ha dedicado a los pobres y por dedicarse a los pobres se ha perdido... Y te dicen enseguida: “vaya, vaya...” Bueno, yo prefiero al P. Llanos12 a muchísimos curas que conozco, entre otras cosas, con su carnet comunista y todo... Pero aparte de eso, ¿y todos los curas que se han despistado y no se han dedicado a los pobres...? Sobre esto tiene cosas muy sabrosas y muy repetidas santa Teresa respecto de la oración, porque, claro, esta objeción no es nueva, estas cosas no son nuevas.
Que nos demos cuenta de que, aparte de que no hay manera de santificarnos, es que escandalizamos mucho. Porque si uno hace una cosa que materialmente está en el evangelio y que, por tanto, tendría que hacer probablemente de una manera u otra, pero no hace las demás, entonces las personas a quienes les cae simpático naturalmente aquello dicen: “eso es lo que es un sacerdote – esto lo habréis oído todos– y no reza tanto y no obedece al obispo; los buenos sacerdotes son los que atienden a la gente y se dejan de tanta obediencia y tanto rezo” O viceversa, al que le cae mal o no tiene ganas de meterse y sentirse más o menos comprometido a una tarea de más caridad con la gente...: “pues D. fulano es bueno sin hacer extravagancias...” Con lo cual nadie puede recibir el testimonio entero. Pues mire usted, es que la oración lleva a esto o no es oración. O la atención a los pobres viene de Jesucristo o no es atención cristiana. Esto es claro para nosotros pero para la gente no es tan claro. Pero, aparte de esto, aunque no diéramos ese escándalo, que le damos de verdad, nosotros no nos santificamos y, por esa razón, basta y sobra para que no santifiquemos a la gente tampoco.
La coherencia
La coherencia en el evangelio incluye una cosa como base: que meditemos el evangelio, que le meditemos con mucha frecuencia, que le meditemos con buenas disposiciones. Cuando digo evangelio quiero decir Sagrada Escritura, pues toda es buena noticia. Que lo meditemos humildemente con las ayudas que necesitamos, pidiendo a Dios, pero pidiendo también el auxilio a los que la Iglesia ha puesto para que nos ilustren –a Julio y a Paco, que para eso los han mandado a Roma–, los libros que nos puedan recomendar, en fin, una atención seria a la Palabra de Dios. Esto es bastante sencillo, no es complicado porque hay libros de exégesis a montones, hay libros malos pero hay muchos muy buenos... El estar atentos partiendo y también en coherencia. El sentirse coherente cuando uno lee la vida de un santo, por ejemplo, y darse cuenta que no hace más que seguir recibiendo la palabra de Dios; porque, por la misma razón que entiendo de la sensibilidad, tendemos a establecer inmediatamente compartimentos totalmente separados para leer la Sagrada Escritura y leer la vida de un santo.
Hay una consideración del P. Cossade que decía: una buena parte de la Biblia consiste en las interpretaciones que da el profeta de asuntos políticos: dar luz a la historia de Israel, las invasiones y todo eso... Sería