La urgencia de ser santos. José Rivera Ramírez
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Cuando vemos que nos hemos equivocado de una manera ya tan gruesa o parecida, démonos cuenta de que estamos como unas cabras o que estamos en una actitud de infidelidad a la gracia de Dios.
Démonos cuenta de muchas incertidumbres que tenemos; si humildemente reconocemos: “aquí o estoy yo especialmente atontado o es que ciertamente no atiendo lo suficiente a la palabra de Dios”, esta humildad me está disponiendo a recibir lo que me falta sencillamente. Pero lo trágico es que nos vamos embotando en una no inteligencia de la Palabra de Dios; que nos vamos embotando no cabe duda, no hay más que oír a la gente hablar, y “la gente” estoy pensando, sobre todo en curas, y si queréis en obispos –y no pasa nada porque queráis–, pues están haciendo interpretaciones del evangelio que son verdaderamente de una falta de inteligencia tremenda. Es imposible que Cristo no les quiera iluminar.
Es evidente que una persona que está acostumbrada –vosotros en esta época no lo habéis conocido, pero yo sí– cuando, por ejemplo, se rezaba el breviario sin fallar ni un solo día... En una tanda de ejercicios un sacerdote se convierte –hay gente que se convierte–, se convierte porque vivía en pecado y el hombre, después de acusar una vida de sacrilegios a todas horas, entre otras muchas cosas dice que ha dejado de rezar el breviario tres veces en cinco años... ¡actualmente eso es para canonizarlo...! Todavía en aquella época era una tercera parte más largo que ahora... Pero, ¿cómo se rezaría? ¿Qué actitud ante la Palabra de Dios puede tener una persona que la reza todos los días y ningún día le da por convertirse? Quiere decir que lo está rezando con un embotamiento impresionante, que no se entera de nada de lo que le dice nuestro Señor. Esto es perfectamente posible.
Y sin llegar a eso de vivir en pecado mortal, puede vivir en gracia de Dios, pero en gracia de Dios [de tal manera] que uno piensa: éste está en gracia de Dios porque aquí hay un misterio y Dios sabrá, pero el que objetivamente está viviendo con tal situación de pecado de omisión... la frase de san Juan: “el que teniendo bienes de este mundo y ve a su hermano padecer necesidad y le cierra las entrañas, ¿cómo diremos que la caridad de Dios habita en él?” .... Y si la caridad de Dios no habita en él es que está en pecado mortal. Este es nuestro lenguaje. Desde luego, así hay un montón de gente y comulgan todos los días y los curas les dan la comunión; aquí hay un embotamiento por parte del que administra y por parte del administrado que ¡yo no sé¡ ¡Dios sabrá¡ Menos mal que no soy yo quien tiene que juzgarla, porque la situación, objetivamente hablando, no hay manera de entenderla. Pues ver cómo entendemos el evangelio. Ver si tenemos esta atención a la liturgia y a la Palabra de Dios.
Llamada, obediencia y oración
Después, la obediencia. Daros cuenta de que posturas, sumamente evangélicas en un aspecto, están en plena desobediencia. Uno dice ¿cómo se puede dar esto? El que atiende a la obediencia, atiende a Cristo en el superior y el que atiende a Cristo en la Palabra es que está haciendo oración. La oración, el examen, sea como sea, la atención a cómo actúa Cristo en mí, cómo respondo yo, los signos de los tiempos, interpretar los signos de los tiempos, darnos cuenta de qué significa cada cosa. Cuando se trata de cosas un poco complicadas yo no digo que tenga que saberlas al principio, pero digo que por lo menos se va creciendo. El irse haciendo cargo, por ejemplo, de qué significa en la gente de los pueblos tal o cual actitud... qué significa que no vayan a misa, qué significa un montón de cosas que objetivamente hablando son muy graves...
[Esto no hay que] solucionarlo con las normas, sino ver qué quiere decir esto en estas personas... Porque se ve cuál es el tiempo en el que estamos y se sabe interpretar; las tendencias políticas, artísticas... uno no puede saberlo todo, pero estoy hablando de una actitud de discernimiento... Y Dios ya me hablará por donde quiera; a cada santo por muchos lugares; lo que creo es que muchas veces no entendemos y entonces no nos dejamos mover. ¿Hay culpa? A última hora la culpa tendrá que juzgarla él. Pero que tengamos la humildad de reconocer que es muy probable que haya ciertos embotamientos por nuestra parte, cierta falta de atención que trae este no entender, estar todavía sin entendimiento, como dice Cristo a los apóstoles.
Meditación, estudio, lectura para entender
¿Qué distribución hacemos de nuestro tiempo, por ejemplo? Las dosis de actividad pastoral misma, las dosis de descanso, en qué descansamos, las dosis de estudio... ¿Cómo va a entender lo mismo el individuo que pone un interés serio por entender la palabra de Dios –meditarla, estudiar exégesis, preguntar, autores que le vayan aclarando, leer cómo lo han entendido los santos– que el individuo que decide que todo eso no tiene tiempo para hacerlo. Lo que os decía antes era una cosa que a mí me llenaba de extrañeza: ¿cómo podía un cura haber rezado durante cuarenta años los salmos todos los días sin saber qué querían decir?; esto es realmente intrigante, para mí por lo menos; puede ser una falta de curiosidad humana absoluta, pero, vamos, es que, muchas veces, sí que tenían curiosidad humana; no era eso, eran otras cosas: es que veías que no había estudiado una exégesis nunca, sencillamente; mientras que, vas cogiendo la vida de los santos y ves cómo, de una forma y otra, se interesaban; en la vida de san Juan de Ávila y las cartas que escribe a los curas está bastante claro... [Hay] pues que investigar a ver qué me dice Dios.
¿Tengo esta actitud de recibir la palabra de Dios con los medios normales que Dios me ilumina de tantas maneras? Porque todo esto no es que se me ocurra a mí, es que está requete recomendado en todos los documentos últimos de los papas: que estudiemos, que recemos, que meditemos, que nos examinemos... Naturalmente, cuando uno reza el breviario con atención le van viniendo luces, se va dando cuenta, va planteándose problemas, que el que no reza con atención no se plantea nunca. Es muy peligroso decir: “yo tengo buena voluntad”; ¿a qué llamamos buena voluntad? La bondad es algo positivo, no meramente negativo...
Ya os he contado... en los tiempos en que el seminario se iba deshaciendo... claro la culpa la tenía D. Demetrio que estaba allí... venían, me consultaban... al cabo de un mes volvían a aparecer... y ya me preguntan un día:
–“¿Pero qué pasa que tenemos buena voluntad y sin embargo...?”
–“Pues yo no sé a qué llamarás buena voluntad... si llamas buena voluntad a no poner bombas en los sagrarios, no seducir a las abadesas y no matar a los obispos... pues bueno, tenéis buena voluntad, pero si la buena voluntad es una cosa positiva, que es buscar a Dios, no la veo por ninguna parte; por lo menos, los consejos que yo os doy no hacéis maldito el caso, volvéis a los tres meses a preguntar lo mismo, claro que estáis un poco más embotados que la vez anterior, no pasa más que eso...”
Y al final ya, se marchaban porque tenían estas actitudes; pero que eran bastantes... por eso se quedó vacío el seminario.
La sensación de actuar nosotros mismos
Otro pecado, otro desconcierto, respecto a la llamada es la sensación que tenemos muchas veces de actuar nosotros. [Porque] una cosa es atender y otra la sensación. Evidentemente, la acción del Espíritu Santo nos va dando cada vez más consciencia de que es Él el que actúa; por lo cual se va ayudando esta actitud de discernimiento también, pues cuando estamos con una persona y ella es más diestra que nosotros en lo que sea, no nos es tan difícil un poquito de humildad y preguntarle. Es una oposición a esta llamada de Jesucristo, a esta actividad de iniciativa de Cristo en nosotros, el ver las cosas como si las tuviera que hacer yo por mi cuenta.
Tenemos, por un lado, la falta de confianza. Entraría también aquí esa especie de angustia: ... “no sé qué hacer...” Pues que te lo diga... te lo puede decir por cualquiera de estos modos que he recordado ahora mismo. Por otra parte, [está] la sensación de autosuficiencia, de actividad propia y de iniciativa propia –tanto en cuanto a lo que tengo que hacer como en cuanto a lo que he hecho ya–, de atribuirme las cosas que hago o que me guste simplemente que me atribuyan lo que hago. El que a uno le guste que reconozcan