La urgencia de ser santos. José Rivera Ramírez
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9 Antiguo partido político, integrado ahora en el Partido popular; era un partido de “derechas”, en ciertas cosas más afín a los planteamientos de la Iglesia; el psoe (partido socialista obrero español) es un partido de “izquierdas”, más opuesto, en cuestiones de moral familiar, defensa de la vida, educación, a los planteamientos morales de la Iglesia.
10 Parece referirse al seminarista de veinte años, que ya debería tener un nivel de santidad bastante alto.
3. La continuidad de la llamada y el riesgo de no escuchar
La llamada a la santidad como conciencia de la actividad gratuita y constante de Cristo
La llamada a la santidad es una llamada. Por consiguiente [mantengamos] la conciencia de que la iniciativa siempre es de Dios. Esto no significa una continuidad de conciencia refleja de la llamada ni menos de la expresión estricta de que “estamos llamados a ser santos”, sino que significa la continuidad de la actividad gratuita santificante de Jesucristo y del Padre. Y de esto tenéis: “Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos” y estaré como el que os envía. “Cristo vive en mí” y “el que permanece en mí y yo en él ese da mucho fruto”. Es una permanencia de Cristo y Cristo actuando. Aunque yo estoy pensando en vosotros como ministros, esto se da en cualquier bautizado, con matices diversos. Esta continuidad, como recuerdo siempre, se refiere a cada momento, de manera que siempre la actividad gratuita de Cristo es preveniente; antes de que nosotros podamos hacer algo, Cristo nos mueve a que lo hagamos. Esto en todo.
Cristo llama continuamente
Y es continua en el sentido de que no se acaba nunca. El deseo de Cristo no se acaba nunca porque en el cielo prosigue, aunque allí ya no hay problema, ya no hay peligro de que no nos dejemos mover. Pero quiere decir también que, en la tierra, esté uno en la situación que esté, Cristo le sigue llamando; de manera que, [por ejemplo] nos llaman a dar la unción (ya la van a dar al mismo tiempo que el bautismo, porque el bautismo cada vez lo atrasan más y la unción la empiezan a dar antes, de manera que llegaremos a que a los quince años se dé todo junto y luego ya no hay nada que hacer...); por el momento, si nos llaman a dar la santa unción a un enfermo –porque a veces se da a los enfermos todavía– y está el hombre realmente apartado, objetivamente hablando, en peligro de irse inmediatamente a la gehenna, y además de prisa..., no tenemos que acudir [sólo] a ver si lo salvamos; tenemos que acudir para que Dios le perdone, para que Cristo, de alguna manera, le dé la plenitud de la santidad a la que le había llamado, porque Cristo sigue llamando. De modo que, la llamada de Cristo, mientras estamos en condición terrena, o en condición de purgatorio o en condición celestial, es continua, eterna; únicamente si la rechazamos hasta el último momento de nuestra existencia en condición terrena, y nos vamos al infierno, se interrumpe.
Contemplar el amor de Cristo en esta llamada
Aquí lo que me parece que hay que meditar un poco, en primer lugar, contemplarlo, porque creerlo ya lo creemos, es lo que significa el amor de Cristo, del Padre y del Espíritu Santo, que quieren mantenernos en esta intimidad, a nuestra manera, es decir, progresiva. La Virgen es llena de gracia, pero una plenitud de gracia que va progresando; en nosotros también va progresando; la diferencia, aparte de otros aspectos muy importantes, es que en la Virgen no tiene el carácter de perdón, porque en la Virgen era progresiva ya en esta condición terrena pero no era falible, mientras que nosotros somos progresivos y falibles y fallamos. Ciertamente, esta continuidad de la llamada de Cristo, progresiva, tiene el aspecto de que nos hace progresar perdonándonos las desatenciones anteriores. Pero tiene que ser de tal forma que estos fallos queden inmediatamente, o bastante por lo menos, enjugados por la acción gratuita del perdón de Jesucristo. Contemplar, pues, este amor de Cristo, ver si nos lo creemos, para nosotros y para los demás.
Realmente, poco a poco, cada vez más, la primera visión que [hemos de] tener de una persona, la expresemos o no la expresemos, la que tenemos enfrente, es que está llamada a la santidad, no la de que es de una manera o de la otra, sino simplemente que es una persona que Cristo la está amando tanto que la llama a ser santa. Y esto, por consiguiente, quiere decir, que si vive Cristo en nosotros, así nos lo hace ver; esto es lo primero. Lo otro11, una de dos: o es algo puramente terreno que no tiene importancia o es algo que puede ser, porque nosotros no podemos tener un juicio absoluto, precisamente una repulsa de esa actividad gratuita de Cristo; y esto es una invitación por parte de Cristo a nosotros para que, colaborando con él, perdonemos también y colaboremos a ayudarle [a esa persona], a fortalecerle y que no falle tanto por lo menos; no caiga en pecado mortal, por ejemplo, y vaya saliendo de los hábitos de pecado venial.
La atención a Cristo que se nos comunica
Nosotros podemos fallar –examinémonos– por falta de atención a Cristo. No es una atención continuamente refleja y angustiosa, porque esto no sería atender a Cristo; el que se angustia –dejando las angustias patológicas que no son culpables, claro– pensando en cómo sé lo que dice Cristo, es que no sabe todavía quién le está hablando; Cristo se expresa muy bien; nosotros mismos ya sabemos expresarnos, cuando queremos una cosa ya sabemos decirla. Por muy como niños que nos hagamos... Jorge tiene año y medio y no sabe hablar pero lo que quiere ya se lo expresa... Jesucristo se expresa perfectamente, por tanto, no hay que estar nervioso a ver qué dice. Hay que atender; en los salmos decimos, muchas veces, que estamos así como los ojos de los esclavos están fijos en el señor, pero estamos fijos en el Señor que precisamente me ama con esta intimidad.
Esta atención, naturalmente, sabe también –cada vez con más espontaneidad, con más certeza– cuáles son los signos por los que actúa Jesucristo: es la Palabra, la liturgia, que [nos] dice bastante, al cabo de cada día, a nosotros; es la obediencia; la liturgia, tomando la Palabra de Dios con toda la confianza, tomándola en serio; con la actitud de que no vamos, de golpe, a entenderlo todo, pero que no nos pase como a los apóstoles que lo oían y no lo entendían tantas veces; nosotros hemos recibido ya el Espíritu Santo; por lo menos unas equivocaciones tan gordas como las que tenían los apóstoles, que les habla de la levadura de los fariseos y se ponen a decir que no tienen pan... sandeces por el estilo, esas no debemos tenerlas nosotros ya que hemos recibido al Espíritu Santo, y ellos todavía no lo habían recibido. Pero incluso las faltas de entendimiento, démonos cuenta de que, generalmente hablando, en nuestro caso –el de nuestros feligreses o personas seglares puede no ser culpable–, algo de culpabilidad tiene que haber ya.
Me pregunta uno, al salir de clase:
–“Y un cura que dice “yo tengo derecho natural a casarme, es así que el Papa no me permite casarme, luego yo tengo derecho natural –que es anterior– a desobedecer al Papa; por tanto, como tampoco el gobierno español me deja casarme (porque no había matrimonio civil todavía en aquel momento) pues entonces me junto y ya está...”
–Le