Historia intelectual y opinión pública en la celebración del bicentenario de la independencia. María Isabel Zapata Villamil

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Historia intelectual y opinión pública en la celebración del bicentenario de la independencia - María Isabel Zapata Villamil Taller y oficio de la Historia

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la reflexión sobre las fiestas conmemorativas ha girado alrededor del quinto centenario del descubrimiento de América. Este evento produjo mucha polémica en torno a la pregunta ¿qué celebrar? Pero, sobre todo y desde la perspectiva de un pensamiento crítico, se desarrolló el interrogante ¿tenemos algo que celebrar? Acorde con esa línea, se publicaron reflexiones como la de Rafael Díaz14 y Pedro N’dongo Ondo Andeme.15 Ambos trabajos afirmaban que, en lugar de celebrar y conmemorar, se debía rechazar, denunciar, objetar y crear conciencia, para dar origen a un mundo distinto, en el que la convivencia y la tolerancia fueran el centro de las relaciones sociales.

      Por otro lado, en la medida en que los países latinoamericanos pasaron por las celebraciones de los bicentenarios de las independencias, los estudios sobre los festejos empezaron a aparecer como reflexiones sobre qué, cómo y para qué celebrar.16 Recientemente, Carlos Martínez Assad publicó el texto La patria en el Paseo de La Reforma.17 Dicho estudio muestra cómo se conmemora desde 1812 el inicio de una nación con diferentes actividades, según el momento histórico que se vivía, hasta la última prolongación del paseo, que se presenta como un lugar privilegiado de la memoria mexicana. De hito en hito, narra cómo a lo largo de la historia mexicana se ha discutido si es más relevante el momento del Grito de Independencia o la consumación de esta; según el autor, asunto relacionado con la filiación política del gobernante de turno. Se destaca además el libro de Mauricio Tenorio Trillo, Artilugio de la nación moderna,18 por medio del cual se analiza la participación de México en las exposiciones universales hasta 1930, como reflejo de la configuración del concepto de nación moderna en México. Para el presente estudio fue muy valiosa la primera parte de aquel análisis, la cual estaba dedicada especialmente a la participación en la Exposición Universal de París en 1889, como ejemplo a seguir para llevar a la nación a la modernidad.19 Igualmente, encontramos la tesis doctoral de Mariana Borrero Opinión pública sobre la presencia de México en la exposición Universal de París en 1889.20 A lo largo de su monografía, la autora analizó la imagen que México promovió de sí mismo como uno de los países participantes en la Exposición Universal de París de 1889, así como los resultados que aquello tuvo en términos de acercamiento económico, político y cultural con ese país. Dicho trabajo se organizó acorde con las propuestas del historiador Roger Chartier, lo cual permitió ver cómo diversos grupos integrantes de la sociedad tuvieron una imagen de México según su propia forma de ver el mundo,21 y comprender cuál fue la estrategia publicitaria que utilizó Porfirio Díaz para lograr una base social que legitimara su proyecto de política exterior. Aunque dicho trabajo no se centró en el centenario, sí sirvió para contemplar las dinámicas de la opinión pública mexicana a finales del siglo XIX. Además fue posible encontrar y revisar el texto publicado durante la celebración de centenario titulado Los banquetes del centenario, de Rosario Hernández Márquez, en el cual se describen fielmente uno a uno los diversos platos que se sirvieron en los eventos de la celebración del centenario de la independencia.22 Con tal estudio, es posible percibir la inmensa influencia que ejerció la cultura francesa en aquel momento, producto entre otras cosas de la participación directa de México en la Exposición Universal que tuvo lugar en París en el año de 1889.

      El texto de Annick Lempérière23 se vale de las propuestas de Reinhart Koselleck sobre cómo cada sociedad establece sus propias relaciones con el pasado, el presente y el futuro, precisamente para plantear que la celebración de 1921 establece una relación más estrecha con el pasado y con su proyección al futuro. En últimas, Lempérière arguye que se establece una memoria culturalista que limpia al presente de culpa: la antropología, nueva ciencia de la sociedad, sirve en lo sucesivo a la política indigenista y a la integración.

      Asimismo, Rebeca Earl postula un estudio que aborda desde la perspectiva comparada las fiestas cívicas realizadas en el siglo XIX en América Latina.24 En ese trabajo, apoyándose en palabras de Eric Hobsbawm, analiza cómo los líderes inculcaban valores y normas con base en el acto de la repetición, estableciendo así una continuidad con el pasado; continuidad cruzada por el debate sobre el origen de las naciones: situación que muestra, a su vez, la postura de los líderes nacionales con la incorporación de las comunidades indígenas. Earl plantea que la evolución de los partidos políticos a lo largo del siglo XIX muestra una estrecha relación con una visión específica de la historia nacional. Los liberales proponían que la nación tenía su origen en el remoto mundo indígena prehispánico, mientras que los conservadores proponían que surgió con la llegada de Colón a América. A lo largo del tiempo, se difundió la aceptación de la perspectiva conservadora, en la cual la afirmación del pasado indígena fue en algunos países una manera de rechazar precisamente el presente indígena. La autora termina por afirmar que, en últimas, el origen de la nación consiste en el encuentro de americanos y españoles, lo cual dio como resultado un mundo criollo y no mestizo.

      En lo que respecta a Colombia, la contribución de Gerson Ledezma consiste en un artículo que aborda la formación de identidad en Popayán durante la celebración del centenario.25 Aquel estudio hace referencia a las consecuencias que tuvo para los payaneses la desmembración del Gran Cauca, lo cual obedeció a la reforma administrativa emprendida por el general Reyes durante el Quinquenio; asimismo, muestra cómo esto se vio reflejado en la celebración del centenario.

      Por otro lado, en el estudio titulado “¿Cómo representar a Colombia?”, Frederic Martínez ve la celebración del centenario como un esfuerzo por sintetizar varios elementos de la representación nacional de una manera ecléctica. Del mismo modo, Martínez afirma que lo anterior obedece a la intención de los organizadores de no convertir la fiesta en la representación de un proyecto postulado acorde con los intereses de partido y el egoísmo político. Añade el autor que, por más que intenten impedirlo sus gestores, algunos de esos discursos se encuentran impregnados del hispanismo clásico del cuarto centenario del descubrimiento de América, de la independencia y de un hispanismo idealista y mesiánico de las generaciones centenaristas latinoamericanas de 1910; hito cuyo más claro exponente fue Lorenzo Marroquín, quién definía la raza colombiana como nueva y neolatina.26

      En su artículo “Memorias enfrentadas: centenario, nación y Estado 1910-1921”,27 el historiador Raúl Román Romero presenta el tema del centenario del 20 de julio de 1810 según otra perspectiva que constituye una visión mucho más amplia del asunto. Así, Romero no la contempla como un momento cuya ocasión propiciara que el país se reuniera en torno a una fecha unificadora, sino que, por el contrario, muestra la conmemoración como un hecho problemático en sí mismo. Su tema central es la forma como algunos grupos de Cartagena expresaron su descontento en el periódico El Porvenir, ante la imposición de esa fecha desde el centro del país. Tal postura es provechosa para la historiografía nacional, en la medida en que evidencia la pugna que puede haber detrás de la construcción de la memoria, entre lo que se recuerda y lo que se olvida. No obstante, el análisis carece de preocupación por el manejo de la fuente.

      A pesar de todos esos trabajos, es notorio cómo existen aún varias imprecisiones contextuales en torno al periodo, en algunos estudios que tocan el tema. Un caso diciente de lo anterior es el trabajo de Santiago Castro-Gómez,28 en el que se le adjudican los festejos del centenario a la presidencia del general Rafael Reyes, y no se observa la complejidad política propia del momento de la conmemoración, la cual fue expresada en la celebración misma. Si bien es cierto que la expedición del decreto y el nombramiento de la primera junta dedicada a la planeación de los festejos se hicieron bajo la presidencia del general Reyes, el nombramiento de la junta y de su organización definitiva correspondió al Gobierno del general Ramón González Valencia, en un momento en el que el país vivía una intensa agitación política debido al ascenso de la Unión Republicana. Como vemos, tal situación no corresponde a un problema de quién expidió el decreto, o de quién era el presidente por entregar el cargo, o de quién estaba a punto de posesionarse. En esa medida, la exactitud de los hechos no es en sí misma una preocupación muy apremiante; sin embargo, en la medida en que estos pueden conducir a dilucidar el significado otorgado a la celebración en su momento, estos son fundamentales:

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