En mi principio está mi fin. José Rivera Ramírez
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Estudio de “El misterio de la redención” de Richard. El libro es bueno, sin valores muy extraordinarios. Pero el tema es grandioso. Y voy sintetizando cada vez más. Y, cada vez más, siento el angustioso vacío intelectual de nuestro clero. ¿Cómo van a predicar la Palabra, si apenas saben nada de ella?
Segunda lectura detenida ‒en el texto inglés‒ de la conferencia de Eliot sobre Johnson. Como sucede con toda persona auténtica, genial, nuevas lecturas descubren nuevos matices, nuevas profundidades. Angustia de Eliot, que vuelve continuamente sobre el caos de nuestra época; el antiintelectualismo, y la falta de unión. Esa ansia de originalidad, ese aprecio por ella, esa desestima de lo que él llama “estilo común”, significa, bien claramente, la carencia de unión de los hombres de nuestro tiempo.
Quería haber terminado las observaciones al libro “Sobre la poesía y los poetas”; pero no tendré tiempo. Son las 6,30 ‒he comenzado hoy a trabajar a las 3‒ y tengo que escribir un artículo para “Ambiente”. Por supuesto, Dios puede hacer lo que quiera, pero yo no le veo más utilidad que la puramente negativa, de preservar el hígado de X, que sufre vivamente con mis retrasos continuos, en las entregas de todos los meses.
Mañana hablaré con el Obispo: le plantearé, una vez más, lo insostenible de esta situación, él me observará, todavía más seriamente, que es absurdo, que no puede llevarse una vida como la mía, que el P. Úbeda dijo... y luego todo seguirá igual. En espera del milagro...
El ritmo de trabajo intenso, desde altas horas de la madrugada, la cantidad y variedad de lecturas diferentes, la amplitud de los temas, su amor a la literatura y a la música, además de la teología y la filosofía… todo eso queda patente en el texto que acabamos de citar. Pero la profundidad de los Cuadernos de Estudio va más allá, nos descubre una misteriosa cruz en el corazón de José Rivera: una vocación intelectual que se sacrifica por una vocación mayor, que luego se tornará fecunda en la predicación. El sacrificio de su vocación intelectual queda vivamente reflejado en esta anotación del 5 de mayo de 1966:
Hace días que me siento con una capacidad intelectual extraordinaria. Y hay un curioso contraste en mis propias disposiciones psicológicas. Una sensación muy intensa de fracaso, no poder realizar algo que, en el fondo, me había sentido llamado a realizar. Y puede ser que haya fracasado en el sentido más estricto, pues si yo hubiera sido fiel a la gracia de Dios, tal vez mi vida se hubiese deslizado por otros cauces, más intelectuales, y hubiese realizado la obra para la que me creía dotado, y por la cual me sentía atraído. Y es indudable que hoy ya no puedo llevarla a cabo.
He pensado siempre, que tales obras serias se ejecutan de los 40 a los 60 años, en que el hombre alcanza, ordinariamente, una suficiente madurez. En que puede haber acumulado suficientes datos, para que su personal originalidad le permita cumplir la obra señalada. Y es, precisamente en este cuadragésimo año mío, cuando yo ‒que sigo sosteniendo esa idea como general‒ me declaro en quiebra, y me anuncio: ya no hay nada que hacer.
Pero al mismo tiempo, nunca me he sentido con más capacidad realizadora, y sobre todo, y esto me sucede por primera vez desde hace muchísimo tiempo, nunca me he sentido con más deseos, con más necesidad de producir. Quiero decir de escribir. La necesidad de leer, de pensar, no se ha eliminado, pero sí se ha amortiguado, y siento, en cambio, y a veces como preponderante, la urgencia de expresar mi propio pensamiento. No precisamente la de comunicarlo ‒eso es otro aspecto distinto, y que, al menos por hoy, no pasa de ser algo que me gustaría‒, sino la de escribir. Como siento la precisión, el apremio físico a levantarme, a pasear. En realidad, esto responde exactamente al pensamiento antiguo: una cierta madurez, la reflexión está bastante formada para tender a salir a luz. Imagino que algo así debe suceder con la maternidad: el niño está bastante hecho para vivir por su cuenta, no tiene ya nada que hacer encerrado en la oscuridad del seno materno.
La sensación de fracaso viene simplemente de que el niño se ha formado mal, va a salir deficiente, con un miembro de menos, deforme, monstruoso... Me faltan datos, me faltan medios expresivos... pero a pesar de todo ya está constituido. En cuanto esto se puede decir de una idea. No me importa ya dedicar, como ahora mismo estoy haciendo, un rato a describir mis sentimientos, dejando nuevos estímulos que me aguardan, dejando nuevos datos que asimilar u ordenar.
Es, sin embargo, curioso la tranquilidad interior, que parece un bien adquirido. La sensación de fracaso no me atormenta. La interrupción de estas tareas, para predicar, acudir a cualquier sitio, recibir a cualquier persona, no me turba en absoluto. Creo que el continuo ejercicio de fe, realizado en otras épocas, me ha constituido como natural, esta disposición, este hábito de ver las cosas venidas de Dios, y con sentido bastante, para que lo demás pierda todo sentido en ese momento. Pero creo que si aún ahora me dejaran en relativa soledad, podría tal vez dar cima a la obra, que pugna por lanzarse fuera esa expresión de una vida espiritual concebida a lo largo de mi vida, y que parece ser, en su conjunto, verdaderamente original, y sin embargo, absolutamente fiel a la doctrina entera de la Iglesia.
El mismo D. José Rivera destruyó la mayor parte de estos Cuadernos, en un momento decisivo de su vida, allá por el año 1972. Sin embargo, se salvaron algunos que habían quedado extraviados en algún momento. Estos cuadernos corresponden a los años 1965, 66, 67 y 68. Son, por tanto, en estos años en los que se encuadran las reflexiones aquí publicadas.
Como los temas de los Cuadernos de Estudio son muy diversos, su extensión demasiado amplia para un libro y su orden es escaso, como corresponden a unos cuadernos de trabajo, hemos hecho un trabajo de selección, arriesgado y seguramente injusto, agrupando exclusivamente los comentarios dedicados al estudio del teatro y la poesía del poeta inglés T.S. Eliot. Dejamos para otra ocasión los comentarios sobre los ensayos de Eliot, el resto de estudios literarios y los estudios sobre las Sagradas Escrituras, los comentarios sobre filosofía, sobre teología y otros temas diversos. Para que el lector se haga una idea global de lo que supone esta selección le resumo una posible clasificación del contenido total de los Cuadernos de estudio y la longitud aproximada en folios de cada parte:
Estudios Bíblicos…290
Estudios Literarios Contemporáneos…480
Estudios Literarios Latinos…200
Estudios Filosóficos…210
Estudios Teológicos…270
Dentro de los Estudios Literarios Contemporáneos, prácticamente la mitad están dedicados a T.S. Eliot, y de esa parte, la mitad la dedica a sus ensayos y la otra mitad a su obra en verso (poesía y teatro), que es la incluida en este volumen. Para entender la predilección de José Rivera por Eliot, podemos ir a sus propios escritos: El 12 de diciembre de 1969 apunta: Cada poco tiempo vuelvo a Eliot, cada retorno me lo manifiesta más evidentemente como enorme, insólito poeta. Un retrato de T.S. Eliot acompañaba a José Rivera en su biblioteca-despacho. ¿Por qué atrae a José Rivera el estudio de T.S. Eliot? En febrero del 66 señala:
Pero ante todo surge una cuestión fundamental, ¿qué sentido tiene para mí, sacerdote, el estudio de un poeta? No, evidentemente, la simple consideración de una técnica literaria ‒por más que personalmente me resulte atractiva tal materia‒; pero tampoco la penetración del pensamiento del autor. Lo único que puedo buscar es la visión del planteamiento de asuntos vitales, por un autor moderno. Siendo una cabeza realmente privilegiada ‒incluso en el orden religioso‒