En mi principio está mi fin. José Rivera Ramírez

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En mi principio está mi fin - José Rivera Ramírez Ensayo

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sé que tú tampoco crees que te entienda nada.

      Tal vez es cierto. Pero sí quisiera

      Que me hablases a veces como si te entendiese;

      Quizás así llegase a entenderte mejor.” (Act. III).

      Naturalmente una dificultad para la comprensión son los presupuestos, Sir Claudio y Lady Isabel han dado por supuesto, cada uno, muchas cosas del otro, y así han vivido sin conocerse, sin darse cuenta de los problemas más vitales para el otro (Act. III).

      También el entenderse dos ‒el matrimonio en este caso‒ sirve para entender a otros. Y para Lady Isabel, aún es posible llegar a entenderse.

      La regla de Sr. Claudio:

      “Mi norma es recordar

      Que no comprendo a nadie más

      Sin tener certeza jamás luego

      De que no me comprendas a mí...

      Mejor, acaso de lo que yo quisiera.” (Act. I).

      En resumen, la comprensión aparece como una tendencia hacia el otro, que me une a él ‒que me une a los otros‒ que me cambia a mí. La comprensión de uno mismo está ligada a la comprensión de los demás. Pero lleva toda la limitación, la tendencia a la perfección, el fracaso último ‒solo se comprende demasiado tarde‒ de todo lo humano. Y la comprensión, o mejor, el sentirse comprendido y comprender a la vez, es una vivencia motora (Colby se mueve por eso ‒además de la idea filial‒ a tomar la profesión repugnante).

      Desde el punto de vista sobrenatural, la comprensión ‒tal como está entendida por Eliot en esta obra‒ es un resultado necesario del ser-persona-cristiana. Persona: ser-en-sí, con entendimiento y voluntad y afectividad sensible. Ser abierto a recibir y dar (porque imagen de Dios: imagen - recibe - de Dios da). Ahora, el entendimiento introduce en sí al ser conocido, y la comprensión es acto intelectual - la afectividad va hacia el otro. Así, por la comprensión nos unimos ‒progresiva y siempre imperfectamente‒ al otro. Y reproducimos los actos trinitarios.

      El tema de la vocación

      La tendencia a una realización ‒que es siempre un realizarse personal‒ debería llevar a la actuación. Ahora, la tendencia si es intensa, ama ‒se complace en ella‒ la obra, el operatum. Y entonces viene el dolor de no poder llegar a ser perfecto en la operación. Ante esto hay dos posturas de aceptación: una, la aceptación de ciertas circunstancias exteriores, por las cuales abandonamos la realización de la tendencia como la obra de nuestra vida, y entonces queda relegada a un terreno algo irreal que es como una evasión de lo demás, o la aceptación de una imperfección personal, de la realización imperfecta del mismo operatum.

      Sir Claudio ha tomado la primera postura, una vez convencido de que no llega a la maestría. Colby comienza el mismo camino, pero al descubrir la persona verdadera de su padre ‒un organista no muy bueno‒ decide aceptar esta segunda imposición. Como se ve, en la decisión de Colby influye, en ambos casos, una afectividad extrínseca a la tendencia que en el primer caso (y es bueno notar que el caso es ontológicamente falso) le lleva a la renuncia, y en el segundo a la dedicación humilde.

      Los párrafos dedicados a este tema son especialmente hermosos. La descripción del dolor del Sr. Claudio y de Colby en su renuncia; la comprensión mutua, y la postura de Colby ante la música, que no quiere que otros oigan. Creo que todo el que tenga “llamada” y no “elección” sentirá las palabras de Colby:

      “Siempre que toco para mí, escucho

      La música que hubiera querido escribir yo

      Como dentro de sí la oyó el autor;

      Pero si toco para los demás,

      Me doy perfecta cuenta de que lo que ellos oyen

      No es lo que oigo yo cuando para mí toco.

      Oigo entonces la música de un gran músico, y ellos

      Una interpretación muy inferior.

      Por eso he desistido de tocar delante de la gente.

      Tan sólo soy feliz si toco para mí.” (Act. I)

      (Cambiando música por palabra, por exposición de la verdad, es, literalmente, lo que siento al hablar. Podríamos recordar la poesía de Gerardo Diego: “no el ser sordo, el ser mudo, es mi condenación”).

      Ahora todo esto plantea un problema de sumo interés. No digo que Eliot se lo planteara así, ni tampoco lo niego, simplemente lo ignoro, aunque para esas fechas Eliot aún no vivía en cristiano. Es el problema de la vocación entendida en su sentido religioso. Lo más normal es que los hombres den por supuesto, que las circunstancias externas son siempre y plenamente significativas de lo que hay que hacer, quiero decir, de la voluntad de Dios, de la misión que señala al hombre. Sin embargo, el hombre cristiano tiene una sola misión ‒conocer y amar a Dios, y expandir ese conocimiento amoroso‒ que se realiza en una determinada forma de vivir. Las facultades no se desarrollan lo mismo en una situación que en otra. Las circunstancias externas son una de las manifestaciones de los designios paternales, pero sólo una, y además necesitada de interpretación. Pero hay otras, y es precisamente la tendencia interior, interpretada a la luz de Cristo. “Buscad el Reino de Dios y su justicia, y lo demás se os dará por añadidura”. Todo lo contrario de lo que se hace de ordinario. Se determina que uno debe hacer tales o cuales tareas y ‒no sé por qué ley‒ que Dios tiene que derramar su gracia. Pero esto no es más que una manifestación de la primacía de lo externo sobre lo interno, de los visible sobre lo invisible. No se cuenta con que las circunstancias externas están en manos de Dios, que las cambia a su gusto, y que, además, fortalece el ánimo para luchar contra las dificultades. De esta visión miope brota el miedo a decidirse, el ir aplazando las decisiones y el no realizarse como imagen de Dios.

      Porque, por otra parte, el hombre, aun teniendo su línea vocacional, es plurivalente, puede obtener éxitos en otros campos, y entonces dejarse llevar de ellos y cambiar, destrozando su verdadera personalidad-imagen.

      Es lo que expresa perfectamente Colby a Sir Claudio:

      “Ver que hay algo que soy capaz de hacer

      Y tan lejano de mi interés de un día,

      Me da, en cierta manera,

      Una especie de nueva confianza en mí mismo

      Que nunca tuve antes.”

      (La vocación interpretada con soberbia: llegar a la cumbre de la perfección en la tarea, pese al atractivo, le produce desconfianza. Las nuevas faenas se la dan en cambio, porque le son más fáciles).

      “No obstante, al mismo tiempo,

      Tengo una sensación de confusión.

      Y no aludo al trabajo, sino a mí.

      Es como si estuviese

      Convirtiéndome ya en otra persona

      ...............................

      Pero no estoy seguro

      De que me plazca nada ese otro ser distinto

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