En mi principio está mi fin. José Rivera Ramírez
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Para Sir Claudio, pese a sus éxitos como financiero, lo real es lo otro. Es contemplando a solas sus objetos, cuando siente
“Un angustioso éxtasis
Que me hace la vida soportable.
Es todo cuanto tengo. Me imagino que acaso
Ocupe el sitio de la religión”.
Por eso aconseja a Colby la huida hacia su mundo “verdadero”:
“Quiero proporcionarte un buen piano
El mejor, desde luego.
Así, cuando estés solo en la tarde con él
Creo que has de escaparte por la puerta secreta
Hacia ese verdadero mundo tuyo”. (Act. I).
Todo esto crea una disposición que hace irreal al hombre mismo, que le impide realizarse;
“Las personas que son de verdad religiosas
‒No conocí ninguna‒
Podrán tal vez hallar cierta unidad.
Y los hombres geniales.
Otros hay, me parece, que lo más que consiguen
Es vivir en dos mundos,
Ambos como una especie de artificio.
Esos somos tú y yo.” (Act. I).
Ya hemos visto la relación de la realidad con la comunión. Y la relación de la comunión con Dios. Por eso tenemos un concepto de realidad, mucho más importante que el corriente. El simple adaptarse a las circunstancias, creer en los hechos sin más, lleva a una vida falsa. Es curioso, pero a la postre, es Lady Isabel quien encuentra a su hijo, mientras Sir Claudio acaba sabiendo que su hijo no ha existido nunca. Y, sin embargo, es Lady Isabel quien dice a Sir Claudio
“Yo no creo en los hechos, y tú sí.
Esa es la diferencia que existe entre nosotros”.
Y Colby señala la diferencia entre hechos vivos y hechos muertos. Lo que importa no es la pesadumbre material del hecho o de la cosa, sino su significado
“Y es mejor no saber que conocer un hecho
Y advertir que eso nada significa.
..................................
En el instante en que nací
El que fuese mi madre ‒si de verdad lo es‒
Era, sí, un hecho vivo.
Ahora es ya un hecho muerto.
Y de los hechos muertos no es posible
Que nada vivo brote” (Act. II).
Lo real está dentro del hombre, porque el hombre es ante todo espíritu ‒no solo espíritu‒. Así Lucasta.
“¿Sabes que estoy un poco celosa de tu música?
Y eso es porque la veo como un medio
De establecer contacto con un mundo
Más real que ninguno de cuantos he vivido.”
La realidad es incognoscible en su perfección. Sin embargo, el hombre puede conocerla hasta cierto punto, pero no hay que llamar realidad sin más a lo que se ve, pues entonces falseamos la misma esencia de lo que vemos. Es como, si viendo un objeto creyéramos que era simplemente color ‒como el arco iris‒ y quisiéramos cruzar por medio de él. Nos romperíamos el cuerpo. Ahora, el sentido de las cosas es ser signo de Dios. Todo otro conocimiento es aún más irreal que el simple desconocimiento, y toda aceptación de las cosas como las vemos, nos lleva al fracaso, a la muerte, como a Sir Claudio, a quien define Colby:
“Usted se ha convertido ya en un hombre
Que no tiene ninguna ilusión para sí
Ni tampoco ambiciones.” (Act. III).
Por otra parte, la realidad sensible ‒y aun no sensible‒ la creamos nosotros. Para que sea real perfectamente debe ser signo nuestro.
El tema de la aceptación
Es necesario aceptar las realidades que se nos presentan. Sir Claudio es evidente entusiasta de esta idea:
“Cuando no se poseen fuerzas para poderle
Imponer a la vida condiciones,
Hay que aceptar las que ella nos imponga”. (Act. I)
…
“¿Comprendes ahora
Lo que quise decir cuando te hablaba
De que hay que aceptar
Las condiciones que la vida impone
Aun hasta ese punto
De aceptar .... lo ficticio?” (Id).
Y la Señora Guzzard:
“Es preciso que todos sepamos adaptarnos
Al deseo que ha sido satisfecho.
Sé que el proceso habrá de ser penoso”. (Act. III).
Pero habrá que distinguir: hay aceptación de cosas y sucesos y aceptación de personas. La simple aceptación de lo que es puede llevarnos a dos posturas: al simple recibir, y es la postura de Sir Claudio, que acaba llevando a la esterilidad y, más aún, incluso a la aceptación de la falsedad (en la realidad ‒que no era tal‒ y en la postura, la actividad); y la aceptación para trabajar sobre ella. Sólo la aceptación humilde, pero aceptación de algo que viene de Dios, por tanto, junto con una fuerza activante, es la aceptación cristiana. La aceptación de una realidad temporal supone, en primer lugar, el estímulo al conocimiento. Sir Claudio, con su postura de pura aceptación ‒por decirlo así‒ se ha engañado respecto de sus capacidades, respecto de las capacidades de Colby, e incluso respecto de su propia paternidad, que es sencillamente falsa, inexistente. Es Lady Isabel ‒que no cree en los hechos‒ la que descubre la realidad de los hechos. Dentro de todo el conjunto, Lady Isabel es la única que, al menos, cree en cierta espiritualidad, obra ‒sin sentido común‒ por cierta inspiración... y averigua la verdad. Lo mismo ocurre con las personas. Ciertamente no es ordinario ser aceptado simplemente ‒a Lucasta nunca le había sucedido‒; pero aceptar una realidad es aceptarla como es en su totalidad, como Dios la conoce ‒y la crea‒ con todas sus posibilidades. Aceptar a una persona es aceptarla ‒accipere - recibirla‒ con todos sus defectos, pero también con todas sus posibilidades, sus perfectibilidades. Y esto es lo que se olvida. Al hombre que no admite sus posibilidades, al que reniega de ellas, Dios no le acepta, le arroja al infierno: “idos malditos al fuego eterno...”. Si aceptamos el pecado ‒el acto, la persona que peca‒ es porque es expiable.