La inspiración cristiana en el quehacer educativo. Luis Romera Oñate

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La inspiración cristiana en el quehacer educativo - Luis Romera Oñate Claves

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tiene los cambios?, ¿cómo se sube o baja el sillín? La muñeca, ¿es de las que hablan o de aquellas a las que se les cambian los vestidos? Y la pelota, ¿es de fútbol, de baloncesto o de béisbol?

      El metafísico es el que sugiere a los niños que, por un momento, den un paso atrás y, en lugar de concentrar su atención en la bicicleta, en la muñeca y en la pelota en cuanto bicicleta, muñeca o pelota, las consideren en “cuanto ente”. Y eso conducirá a tres conclusiones que no resuelven ninguna pregunta práctica acerca del uso de los regalos, pero permiten relacionarse con ellos según modalidades de clara trascendencia existencial.

      a) En primer lugar, que los regalos son lo que son. Una obviedad cargada de consecuencias. ¿Se puede llevar la bicicleta de carretera por caminos escarpados de montaña? Por poder, se puede, pero con mucha probabilidad al cabo de pocos minutos se habrá estropeado. ¿Se puede jugar al béisbol con una pelota de futbol? Cabe intentarlo, pero será el partido más aburrido del mundo.

      b) La segunda observación posee mayor relevancia todavía. La bicicleta, la muñeca y la pelota son, ante todo, regalos. Con independencia de su coste y calidad, son regalos. Y eso implica que hay alguien que los ha regalado, alguien que piensa en ti y te quiere. Alguien que te está diciendo que siempre estará ahí, que, pase lo que pase, no te abandonará, que no estás solo ante la vida, con sus avatares, con sus momentos buenos y sus horas malas. Ver los regalos como regalos es mucho más importante que el regalo en cuanto tal objeto. Nos sitúa en un nivel más radical.

      Lo dicho, llevado al campo de la filosofía, significa percatarse de que la realidad, propia y ajena, es ante todo un don. Nosotros somos capaces de muchas cosas. La naturaleza origina un sinfín de seres y eventos. Sin embargo, ni nosotros ni la naturaleza podemos dar el “ser” en cuanto tal, desde la nada; siempre lo damos por supuesto. Porque, curiosamente, el “ser” es algo que nos excede, tanto a los seres humanos como a los dinamismos de la naturaleza. El “ser” lo presuponemos, ni lo causamos ni lo aniquilamos. Las virtualidades técnicas de la humanidad y los procesos causales de la naturaleza consisten en un transformar algo que preexiste: la fabricación de un producto, la obtención de energía atómica, la evolución del universo, etc., consisten siempre en un devenir de algo que ya existe. Dar el ser desde la nada absoluta, por el contrario, supone una novedad absoluta, que no se encuentra al alcance de nuestras posibilidades ni de las posibilidades de la naturaleza. De ahí que su semántica corresponda más a la del don que a la del producir o evolucionar. Y si es un don, descubrimos que hay alguien que lo dona.

      Evidentemente, también cabe la opción —positivista, emancipadora o resignada— de afirmar que los regalos simplemente están ahí; que no son regalos, sino simplemente eventos de los que solo podemos decir que acontecen. Ahora bien, al margen de la inconsistencia intelectual que esta actitud pueda denotar, es claro que desemboca en la senda del nihilismo: no hay nada más que lo inmediato; más allá, nada.

      c) La tercera indicación del metafísico se dirige al enfoque de la existencia. Si la verdad última del ser —por encima de todos los interesantísimos e imprescindibles conocimientos que las ciencias nos pueden otorgar— estriba en que es un don, dádiva de alguien que nos tiene en suma estima, entonces es posible percatarse de que la verdad última de la propia existencia, de cara a la tarea de llevarse a cabo a uno mismo, consiste en darse. El ser humano se realiza en su humanidad no cuando encara la vida con una actitud egocéntrica, sino con la actitud de quien procura dar y darse. De nuevo se presentan dos opciones: la de constituir una sociedad que apela a unas determinadas conductas cívicas que acaban asentándose en principios individualistas, o la de intentar edificar esas conductas sobre la actitud que se inspira en la página evangélica del “buen samaritano”.

      De lo visto hasta ahora, cabe concluir que —desde la perspectiva a la que conduce la metafísica— se puede obtener alguna indicación de interés de cara a la comprensión de lo que significa educar. Sobre todo, si esa metafísica no se recluye en un racionalismo, sino que se abre a una palabra que procede de una instancia que la trasciende: la fe.

      Las páginas que siguen son el resultado de unas jornadas de reflexión sobre la tarea educativa, llevadas a cabo por una prestigiosa institución catalana de centros docentes. Para facilitar el diálogo entre directivos, profesores y padres, se solicitó la intervención de algunas personas que, desde fuera, pudieran sugerir algunas ideas. A mí se me asignó la cuestión de la inspiración cristiana de un centro educativo, cosa que intenté llevar a cabo desde mi competencia académica y, por supuesto, sin ningún propósito de ser exhaustivo. El resultado de la conferencia, con el interesante debate que hubo a continuación, constituye el primer capítulo de este opúsculo. Se ha preferido mantener el tono del discurso y del diálogo para facilitar la evocación de esas jornadas en todos aquellos que participaron. Pido al lector que accede por primera vez al texto la indulgencia de aceptar el estilo ligero de la primera parte.

      Como en las cuestiones planteadas durante el debate y en las conversaciones en pequeños grupos que entablamos al acabar la sesión, surgieron aspectos que deberían ser explicitados, me ha parecido oportuno adjuntar a la conferencia un par de textos, anteriores, que provienen de una revista de pensamiento de Barcelona (Temes d’avui) y de una publicación editada en Roma (Perspectivas de cultura cristiana). Sus contenidos podrán facilitar la comprensión de alguno de los aspectos aludidos en la conferencia. Como es obvio, nos limitaremos a considerar alguno de los muchos aspectos que se pueden tratar cuando se habla de lo que es la inspiración cristiana de la tarea educativa; pero se trata de aspectos que, en mi opinión, no se pueden desdeñar.

      A todos los educadores, con la trascendencia que supone su profesión, se dedican estas líneas. Y, si se me permite, en especial, a las profesoras y profesores de religión, por su inapreciable quehacer educativo.

      L. R.

      [1] CARDONA, C., Ética del quehacer educativo, Rialp, Madrid 2011.

      I.

      IDENTIDAD E INSPIRACIÓN CRISTIANA DE LOS CENTROS EDUCATIVOS

      1. Libertad y autenticidad

      La cuestión que nos planteamos en esta jornada de reflexión puede despertar a priori diferentes reacciones en los presentes. Para algunos, podrá parecer una temática sin excesivo interés, porque la relación entre educación —y centro educativo— e inspiración cristiana, está fuera de dudas. Sin embargo, para otros, se antojará complicada en exceso o incluso inconveniente, en un contexto cultural en el que no son escasas las voces que postulan una dicotomía entre razón y libertad, por un lado, y fe cristiana, por otro. En mi opinión, volver sobre la relación entre el quehacer educativo y la inspiración cristiana tiene por objeto, no solo dirimir la citada dicotomía y reivindicar la legitimidad humana y cívica —y, por ello, democrática—, de una educación que, respetando escrupulosamente la libertad, presta atención a la riqueza antropológica, cultural y religiosa del cristianismo, sino también adentrarse en dicha relación para ser más conscientes de su relevancia.

      Por lo dicho y para abordar el tema con mayor rigor, me parece imprescindible detenernos muy brevemente

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