Ética bibliotecaria. Adolfo Rodríguez Gallardo

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Ética bibliotecaria - Adolfo Rodríguez Gallardo

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al análisis de los valores el tema de la formación profesional del bibliotecario, pues cuando una persona decide convertirse en bibliotecario, debe tomar total conciencia de que está eligiendo convertirse en un intermediario activo entre la información y los usuarios. Y en esta naciente decisión su formación profesional y posteriormente su actualización permanente deberán partir de la necesidad que la sociedad tiene de su hacer. Otros aspectos podrían complementar a los mencionados, sin embargo se cree que los elegidos son básicos para comprender la bibliotecología y los retos que ha enfrentado y enfrentará en los próximos años.

      Con este trabajo, se pretende reflexionar acerca de los desafíos que afrontan los bibliotecarios respecto de sus valores, tradiciones y función social, así como sobre una profesión que conserva sus tradiciones, al mismo tiempo que hace frente a los desafíos de innovar sus servicios, y en cuanto a la forma en que sus valores constituyen la esencia de la educación bibliotecaria y de la práctica profesional.

      Los bibliotecarios profesionales deben ser propositivos e idear las mejores formas de hacer llegar la información que demanda el usuario en forma rápida y suficiente, conduciéndose profesional y éticamente. No se trata de sepultar a los usuarios en un cúmulo de información desordenada y de poca relevancia para sus necesidades, sino de facilitarles el acceso a la información que requieren.

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      ∞ Finalmente, quiero agradecer el apoyo profesional que me brindaron las licenciadas Minerva del Ángel Santillán y Gabriela Olguín Martínez en las diferentes etapas de este trabajo: corrección de citas, búsqueda de materiales, elaboración de bibliografía, y en la revisión del texto original y pruebas tipográficas. Su trabajo ha sido de alto profesionalismo y rigor académico.

      La organización, tarea primigenia

      del bibliotecario y pilar de los servicios

      El primer aspecto a tratar es la labor que el bibliotecario realiza a fin de servir a la sociedad, y que constituye la característica principal de la profesión: la organización. Tanto la de la información, como la organización de la institución encargada de proporcionar esa información.

      La necesidad de preservar y difundir los registros legales y contables fue el punto de partida de las bibliotecas. La elaboración de registros en arcilla, concha, papiro u otros materiales o formas demandó que esos registros fueran ordenados para poder acceder a ellos. Surgió entonces una doble tarea: por un lado, conservar la información y, por el otro, tener acceso a ella; recuérdese que en la época antigua el bibliotecario organizaba los rollos de papiro y códices en recipientes –vasijas, cajas, cestas y ánforas– con la finalidad de recuperarlos cuando aquél a quien servía o los grupos sociales en el poder los requerían.

      De ahí que las bibliotecas están estrechamente relacionadas con el orden que se da a la información sin el cual la biblioteca no sería tal, sino una acumulación de libros y otros materiales de difícil utilización. La ordenación en la biblioteca obedece a normas precisas que permiten distinguirla de una bodega y de una librería, en la que se acumulan materiales bibliográficos y se ordenan para su venta respectivamente.

      La organización de la información es un componente fundamental en el ciclo de la información, tan importante como su selección, registro, preservación, recuperación y diseminación para la generación de nuevo conocimiento. Es vital señalar que la investigación, de cualquier tipo, no es el único fin al brindar acceso a la información; también lo son la educación, la recreación, el entretenimiento y los negocios, entre otros. El solo proceso de obtener la información y guardarla no es suficiente; la construcción de una colección, en cualquier formato, requiere que la información que ésta encierra pueda ser localizada de forma oportuna por el lector para que pueda disponer de ella y utilizarla en la resolución de sus problemas de información.

      Así pues, es crucial reconocer que la organización es el pilar de los servicios bibliotecarios. Los catálogos han sido vistos como un conjunto de registros bibliográficos que describen las características de las colecciones que posee la biblioteca, pero se olvida que son las herramientas que han facilitado el acceso a la información. Acaso en nuestros días esta peculiaridad sea más evidente debido a que los catálogos modernos incluyen vínculos al texto completo. Ahora preguntémonos, ¿sin catálogos –en forma de libro, en fichas, microfichas o en línea– hubiera sido posible acceder a las colecciones de las bibliotecas? Me parece que la respuesta es evidente: no, o al menos no de manera eficiente ni efectiva.

      Los objetivos sociales de preservar los registros de información y al mismo tiempo facilitar su consulta se mantienen como la base de la bibliotecología; podría decirse que, para lograr su propósito a lo largo de la historia, esta disciplina ha sufrido cambios de forma, mas no de fondo; que los instrumentos utilizados en sus actividades le han permitido ser cada vez más eficiente en el logro de sus objetivos, pero que la necesidad de reunir y divulgar la información es la misma desde hace siglos.

      La profesión bibliotecaria ha afrontado retos y procesos que la han caracterizado en sus diferentes periodos; si bien tiene fama de ser una profesión conservadora, en realidad no lo es, ni en su enseñanza ni en su práctica. Posiblemente esa idea errónea surge de la percepción social del bibliotecario como la persona encargada de conservar los libros que integran las colecciones de una biblioteca. Sin embargo, el trabajo bibliotecario es mucho más que eso.

      Reflexionar sobre las competencias y habilidades que debe poseer el bibliotecario para ofrecer eficientemente servicios nuevos y tradicionales resulta indispensable. La profesión bibliotecaria se ha conformado de tradiciones como la organización y preservación de información desde que ésta era producida en tablillas de arcilla, las cuales eran agrupadas por el asunto que trataban; por ejemplo, las que estaban relacionadas con la posesión de la tierra o con el pago de impuestos se reunían y guardaban, respectivamente, en los lugares destinados para ello. Con el paso del tiempo, se inició la práctica de escribir en los bordes una breve inscripción que permitía identificar el asunto y la tablilla que se estaba buscando. Recordemos a Calímaco y sus pinakes (tabillas), ejemplo de los primeros ejercicios de organización documental, y de la ampliación del acceso de los usuarios a la información. Cuando el papiro, producto de la planta que se encontraba en abundancia en la cuenca del Nilo, demostró sus propiedades, los documentos escritos en este material fueron enrollados y organizados por asunto en muebles de madera. La tradición se ha visto enriquecida por nuevos procedimientos, derivados de los avances tecnológicos de distinto tipo, que han impactado en la organización de la información, la conservación, la difusión y, fundamentalmente, en los servicios bibliotecarios.

      Hacia el final del Imperio Romano, se produjo una serie de cambios, entre ellos el uso del pergamino, la iluminación de textos y el surgimiento de bibliotecas “públicas” que continuaron sirviendo a un grupo limitado y selecto de personas, pues la mayoría no sabía leer y escribir. Estas colecciones y otras nuevas se destinaron a las comunidades religiosas como las iglesias y los conventos, lo que provocó el surgimiento de las grandes bibliotecas religiosas en la Edad Media. En esa época, se fortalecieron la iluminación de libros, el arte de la caligrafía y la encuadernación, y surgió una nueva forma de conservar el conocimiento: el codex, una serie de páginas reunidas en forma de cuadernillo y cosidas entre sí en uno de sus extremos. Así se formó el libro, que permitió la escritura por ambos lados de las páginas y que era más fácil de manejar y de almacenar. Es necesario diferenciar entre copistas y bibliotecarios; los primeros se encargaban de copiar un texto o una iluminación, los otros de cuidar esos libros y permitir a los lectores el acceso a ellos. Entre los primeros, era posible que, aunque algunos fueran diestros copistas, no supieran leer ni escribir ni les interesara el tema que trataba el libro; entre los segundos estaban personas eruditas y bilingües, quienes estaban preocupados por la utilización

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