Ética bibliotecaria. Adolfo Rodríguez Gallardo

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Ética bibliotecaria - Adolfo Rodríguez Gallardo

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colecciones, pues además del uso ya mencionado, el bibliotecario con gran facilidad podía darse cuenta de qué números de la colección faltaban y reclamar su envío con oportunidad.

      No sólo las bibliotecas han hecho esfuerzos por describir y difundir la información publicada, sino que la industria editorial también produce índices de libros y revistas que facilitan la descripción y acceso a la información, productos que son empleados principalmente por las bibliotecas en función de sus servicios. Los índices describen los artículos contenidos en una revista, con lo cual es posible identificarlos y recuperarlos por autor y por tema sin necesidad de consultar la publicación. El surgimiento de los índices fue seguido por productos más complejos que tenían como objetivo valorar la calidad de la investigación a través de criterios bibliométricos como el factor de impacto y el Índice H, entre otros.

      En cada biblioteca, se elaboró un recurso de información adicional conocido como archivo vertical (vertical file) que incluía literatura gris, recortes de periódico y propaganda, entre otros; parecía un Internet sin computadora. En cada expediente se agregaba la información que, de manera formal o informal, recibía la biblioteca.

      De regreso al ciclo de la información, toca ahora examinar el papel de la biblioteca y del bibliotecario en la preservación de los recursos documentales. La biblioteca ha tenido la aspiración de atesorar una colección lo más rica posible, y en su historia se observan ejemplos de personajes que hacían lo necesario para que su biblioteca tuviera la colección más amplia. Entre las medidas que tomaron, estuvieron la compra de libros, rollos y manuscritos; el decomiso de los materiales que llegaban a los puertos del reino, y la copia de los materiales que no se encontraban en sus colecciones.

      Este esfuerzo de adquisición y conservación marcó el desarrollo de las colecciones y de las bibliotecas reales y monacales. La mayor importancia se daba a la colección, pues los bibliotecarios tenían como objetivo principal enriquecer los acervos de las bibliotecas. Se privilegiaba la colección sobre los usuarios y los servicios, así la biblioteca era valorada por la riqueza de los materiales que contenía y no por la calidad de los servicios que ofrecía. Es necesario remarcar esta característica de las bibliotecas que, aunque pocas, eran grandes para su tiempo, con acervos bibliográficos que contenían libros de gran valor. Esta peculiaridad hacía que el autor y el tema o temas de los libros carecieran de importancia, por lo que no se pensaba necesario el ordenarlos en forma temática.

      De este hecho se deriva la identidad del bibliotecario como conservador de los materiales y como una persona a la que le interesan más los libros que los lectores. Esos fueron los retos y desafíos de aquella época y las habilidades requeridas estaban enfocadas al conocimiento y preservación de la colección. Desde este enfoque, en la colección se encuentra el motivo por el cual se han visto la labor del bibliotecario y la biblioteca como una actividad y un lugar en que lo más importante es la conservación de los materiales bibliográficos; no fue sino hasta el siglo xix que la orientación cambió drásticamente para poner en el centro de las actividades bibliotecarias a los usuarios y los servicios que ellos demandaban. A partir de este nuevo enfoque, surgieron los debates relacionados con los valores de los servicios bibliotecarios, y el bibliotecario enfrentó problemas éticos a los que no se había enfrentado cuando su trabajo se circunscribía al tratamiento de la colección.

      A causa de la aplicación de las tecnologías, especialmente de los sistemas automatizados, del Internet y de los recursos electrónicos, se empezó a reflexionar sobre la actualidad de la organización de la información y de la función del bibliotecario; después de todo, las máquinas eran cada vez más eficientes. Es evidente que dejar que las máquinas, por inteligentes que fueran, asumieran la responsabilidad del bibliotecario, sería una gran equivocación. La organización de la información es una tarea inexcusable, es parte de lo que la sociedad necesita y espera de un bibliotecario.

      La tecnología de la información se emplea en apoyo a la organización de la información para hacerla más eficiente y expedita, pero la descripción de la información sigue respondiendo a los criterios y normas que han usado los bibliotecarios durante siglos: se identifica al autor y el título de una obra, el tema o temas que trata y se indica su ubicación, independientemente de si se trata de una obra impresa o electrónica. Con ello se cumple la meta de almacenar y recuperar la información para el uso del lector.

      Lista de referencias

      Cutter, C. A. 1904. Rules for a dictionary catalog. Washington: Government Printing Office.

      Miksa, F. L. 1974. Charles Ammi Cutter: Nineteenth-century systematizer of libraries. Chicago: University of Chicago.

      La tecnología y el bibliotecario

      La incorporación de la tecnología a las bibliotecas ha ocasionado una larga discusión, especialmente en las últimas décadas, sobre la función y carácter del bibliotecario. Los tecnólogos, especialmente los que trabajan en el campo de la computación, han tenido la sensación de que los bibliotecarios se resistían a utilizar las “nuevas tecnologías”. Esa apreciación representa una visión equivocada; las bibliotecas han hecho uso de los instrumentos tecnológicos en la medida en que éstos se han ido incorporando a la sociedad, y en algunas ocasiones dichos instrumentos han sido empleados inicialmente en las bibliotecas. Sin embargo, hay una corriente de pensamiento que sostiene que la bibliotecología, las bibliotecas y los bibliotecarios se resisten al cambio, de modo que una parte de la sociedad los percibe como inmutables.

      Ante la espectacularidad de la tecnología de la información y comunicación, algunas de las tecnologías que las bibliotecas incorporaron a sus actividades, incluso desde el siglo pasado, parecen insignificantes. Es el caso de la transición del catálogo en forma de libro al catálogo en tarjetas, en el que las fichas se sujetaban a unos cajones ad hoc, mediante una varilla para evitar que fueran retiradas, desorganizadas o extraviadas. El catálogo en tarjetas representó una mayor posibilidad de recuperación de la información; a diferencia de los catálogos en forma de libro que se consultaban de principio a fin, el catálogo en tarjetas era tan dinámico que permitió localizar la información por autor, título o tema en un solo orden alfabético (catálogo diccionario), e incluso se subdividió en los catálogos de autor, título y tema (catálogo dividido). La biblioteca también incorporó la máquina de escribir a sus actividades, y con ello abandonó la elaboración de fichas catalográficas escritas a mano; el uso de la máquina de escribir permitió tener registros más claros y legibles, así como el uso de tintas de diferente color para distinguir la información que contenía el registro. La electrificación de los edificios bibliotecarios es un ejemplo más de la incorporación de la tecnología a las bibliotecas: el primer edificio público alumbrado por electricidad en Washington, D. C., fue el de la Biblioteca del Congreso. Es posible que electrificar ese edificio haya obedecido a la necesidad de contar con una mejor iluminación para la lectura, pero sobre todo porque ese alumbrado era más seguro que las antiguas lámparas de petróleo que se utilizaban.

      Se pueden encontrar muchos ejemplos más sobre el uso de las tecnologías en la biblioteca, pero por el momento se abordarán las tecnologías que se integraron a ella durante la segunda mitad del siglo xx, y a casi todas las actividades del ser humano, debido a que generaron la impresión de que el uso de la computadora cambiaría la forma de adquirir, organizar y difundir la información, y por consiguiente ocasionaría la desaparición de la biblioteca y del bibliotecario.

      A partir de la segunda mitad del siglo xx, se integró gradualmente a la práctica bibliotecaria la llamada “nueva tecnología” y los productos derivados de ésta. Así, por ejemplo, al finalizar la Segunda Guerra Mundial se sumaron a los servicios bibliotecarios la fotocopia de documentos, primero en papel húmedo y posteriormente en papel seco, mejor conocidas como copias Xerox por el nombre del equipo empleado. Más adelante fue el turno

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