Ética bibliotecaria. Adolfo Rodríguez Gallardo

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Ética bibliotecaria - Adolfo Rodríguez Gallardo

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A consecuencia de los movimientos democratizadores de los siglos xviii y xix, la lectura fue vista como una forma de liberar a los individuos. Se ha dicho que los Estados modernos llegaron a esta concepción después de experimentar tres transformaciones: la alfabetización, la industrialización y la democratización.

      La alfabetización permitió que grandes masas de la población tuvieran acceso a la lectura, y con ello fue necesario que el Estado les proporcionara una forma de satisfacer su deseo de leer y acceder a la cultura y la educación; la industrialización ocasionó que una parte importante de la población rural migrara a los centros urbanos, en donde se localizaban las industrias, y que la lectura y escritura fueran consideradas útiles para poder progresar. Además, con el crecimiento del grupo de trabajadores industriales asalariados surgieron los sindicatos y los movimientos democratizadores que encontraron en la lectura un medio para la transmisión de sus ideales y principios.

      En algunos países, como Estados Unidos, surgió primero un amplio movimiento para establecer bibliotecas de renta de materiales bibliográficos y posteriormente uno que propugnaba por el establecimiento de bibliotecas públicas financiadas por las autoridades gubernamentales locales o federales y la sociedad; ante esa demanda social, la biblioteca y el bibliotecario respondieron con nuevos servicios y nuevas habilidades.

      A raíz del surgimiento de la biblioteca pública y de la necesidad de brindar servicio a un creciente número de usuarios, cambió el interés del trabajo bibliotecario; se abandonó el énfasis en las colecciones; en la mayoría de los casos se asumió como objetivo la satisfacción de las necesidades de la comunidad; se realizaron modificaciones en las bibliotecas, tanto en los edificios como en el mobiliario; se puso énfasis en que las bibliotecas se convirtieran en lugares agradables en los que la comunidad realizara una gran cantidad de actividades, y se abrieron al público las estanterías, lo que permitió que los lectores tuvieran acceso directo a los libros. Pero la apertura de las estanterías sólo tenía sentido si los libros estaban ordenados bajo un sistema que pudiera ser usado por todos, usuarios y bibliotecarios, pues tener la posibilidad de llegar a los estantes y no encontrar el libro que se buscaba, de poco servía.

      Este cambio de paradigma es, a mi modo de ver, el más significativo que ha sucedido en el trabajo bibliotecario. Al reconocer que el núcleo de la actividad de la biblioteca es el servicio al lector o usuario y disminuir el interés en la colección, pronto se generalizó la posibilidad de que los lectores interactuaran con la colección, por lo que su organización es fundamental.

      La agrupación u orden de los libros en los estantes de las bibliotecas se basa en la organización del conocimiento, y por ello se encuentra en desarrollo permanente; los esfuerzos por establecer una clasificación temática han acompañado al desarrollo científico especialmente a partir del siglo xvii. Son varios los sistemas de clasificación que han surgido. De entre ellos, posiblemente los más importantes son la Clasificación Decimal de Melvin Dewey, en 1876, que es la más popular entre las bibliotecas públicas y en la que se basó Paul Otlet y Henry La Fontaine para crear la Clasificación Decimal Universal (cdu) en 1905; más adelante, en 1933, Shiyran Ramarita Ranganathan publicó su clasificación Colonada, o Colon, como también se le conoce, y Henry Bliss hizo lo propio con su Clasificación Bibliográfica en 1940. A finales del siglo xix, la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos dio inicio al desarrollo de su propio sistema de clasificación tomando en consideración las mejores clasificaciones. Este sistema de clasificación es muy utilizado entre las grandes bibliotecas, pero difícil de entender para el lector novato. Las anteriores son las clasificaciones generales más destacadas, pero además se desarrollaron otras especializadas en cada área del conocimiento; con el desarrollo de los sistemas de clasificación, se facilitó la localización de los libros en la estantería y el préstamo interbibliotecario, ya que dichos sistemas hicieron más sencilla la identificación de los libros.

      Al basar la clasificación bibliográfica en la del conocimiento, fue posible que el lector pudiera recuperar la información que requería no de una sola fuente, sino de aquellas que yacían junto al libro buscado, así se aprovecharon aún más las colecciones. No obstante, surgió el problema de diferenciar libros que trataban el mismo tema y que eran de diferentes autores pero de igual nombre; es decir, homónimos. Así que se volvió la mirada a la Clasificación Expansiva de Cutter publicada en 1882, especialmente a lo que en inglés se llamó call number, que se componía de la clasificación más una serie de letras y números que simbolizaban el apellido del autor, lo que permitió la identificación del libro correcto y la creación del catálogo topográfico que representa la colección en la secuencia en la que se encuentran los materiales en la estantería.

      Unido al sistema de clasificación y a la representación del autor, se agregó un elemento más, relacionado con la ordenación temática de los libros: los encabezamientos de materia, conocidos como catalogación temática. El registro catalográfico se complementó con palabras o frases sencillas que expresaban el tema del que trata la obra; de ahí que fuera posible conocer la totalidad de libros que tiene una biblioteca sobre un tema sin recurrir necesariamente a la clasificación, aunque existe una estrecha relación entre ésta y el primer tema que se le asigna a un libro.

      La lista de encabezamientos de materia más conocida fue la publicada a partir de 1923 por Sears; no obstante, muchas bibliotecas desarrollaron sus propias listas a partir de los libros que adquirían, pero ante la ambigüedad, la sinonimia y los conceptos de garantía literaria y garantía de uso, entre otros, de los términos empleados, fue necesario construir lo que se denominó “catálogo de autoridades”, que es una serie de relaciones y referencias sobre los términos utilizados y no utilizados en la descripción temática de los materiales para la recuperación de la información.

      Para complementar el orden que brindan los sistemas de clasificación bibliográfica señalados anteriormente, e incluso previo a ellos, se han desarrollado una serie de códigos para la descripción o catalogación de los documentos. Entre las normas catalográficas, se encuentran las Reglas Vaticanas, las Reglas de Catalogación de la ala, las Reglas de Catalogación Angloamericanas, las del Instituto Bibliográfico de Bruselas y, recientemente, las rda (Recursos, Descripción y Acceso, por sus siglas en inglés).

      Acerca de la catalogación y los catálogos, sería imperdonable omitir el aporte de Charles Ammi Cutter. En sus Library Catalogues y Rules for a Dictionary Catalog (1904), Cutter proporcionó no sólo un manual para hacer un catálogo diccionario, sino que cuestionó la teoría de la catalogación que antes de él no se había considerado sistemática.

      Por primera vez, se había elaborado un trabajo sobre la catalogación exhaustivo y exigente. Su aportación inicial consistió en sistematizar los objetivos de un catálogo, y la segunda en señalar que el catálogo debía cumplir con esos objetivos de forma económica tanto para el usuario como para el catalogador. Así se concluyó que los objetivos de un catálogo surgían de los tipos de consultas que los usuarios hacían a la biblioteca. Para Cutter, los principios básicos de un catálogo son:

      […] identifying individual books in order to help users locate them effectively as unique items (finding principle); grouping, that is, classifying the uniquely identified books into categories that users commonly sought (gathering principle); and supplying bibliographical information and other annotations that would enable users to effectively choose a book on the basis of the catalog entry itself (evaluating principle) (Miksa 1974, 373-374).

      Es preciso considerar que a pesar de que Cutter fue un bibliotecario de finales del siglo xix, sus ideas han estado vigentes durante más de un siglo.

      Por otra parte, las publicaciones periódicas se ordenaron en la estantería alfabéticamente por título y a continuación en forma cronológica; para que el lector supiera con qué recursos de este tipo contaba la biblioteca se ponía a su disposición un kardex, que era un registro estructurado de inventario (entradas) de los volúmenes y números recibidos por la biblioteca, el nombre

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