E-Pack Bianca y Deseo abril 2020. Varias Autoras

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escena.

      –Estaba agotada, Dante. Casi no había dormido en dos semanas, y tenía los nervios destrozados. No me quedaba energía para nada. Solo quería recoger mis cosas y volver al hospital. Tanto es así que tardé bastante en sentir dolor por lo sucedido.

      Dante asintió, enternecido por la crudeza de su historia.

      –Bueno, por cruel que fuera su comportamiento, te hicieron un favor.

      –¿Qué quieres decir con eso?

      –Que, al menos, supiste la verdad. Si no los hubieras visto en la cama, no habrías sabido lo que ocurría –observó él–. Afrontar la verdad siempre es mejor que vivir en una mentira.

      –Ya, pero fui una estúpida al confiar en él. ¿Cómo pude ser tan tonta? No volveré a cometer ese error. Solo confiaré en mi familia, es decir, en Orla y Finn.

      –No confíes en nadie –dijo Dante, pensando en su padre.

      De repente, Dante estaba furioso; pero no con su difunto padre, sino con las personas que habían abandonado a Aislin cuando más necesitaba su apoyo. Nadie se merecía que lo dejaran solo con semejante carga.

      –¿Y tú? ¿Ha habido alguien importante en tu vida? –se interesó ella.

      –No, las relaciones largas no son lo mío –respondió Dante–. Me gusta la vida de soltero.

      –Si no tuviera miedo de caerme de la hamaca, alzaría mi zumo para brindar por la soltería –declaró ella, rompiendo la seriedad del momento con un poco de humor.

      A partir de entonces, se dedicaron a hablar de asuntos menos comprometidos emocionalmente. En opinión de Dante, era lo mejor que podía pasar. Pero su cuerpo no parecía estar de acuerdo, porque insistía en traicionarlo con el deseo.

      Aislin metió un pie en la piscina de la azotea, y descubrió que el agua estaba tan templada como Dante le había asegurado. Luego, se sumergió hasta los hombros, apoyó la cabeza en el borde y contempló el cielo nocturno.

      El ruido de la ciudad era un murmullo distante, apenas perceptible. Todo estaba sumido en la tranquilidad más absoluta, y la única persona que podría haberla roto descansaba en la barra del bar, jugando silenciosamente con su teléfono: Ciro, el joven que había sacado su equipaje cuando llegó a la casa.

      Dante se había ido a la villa de su difunto padre por algún tipo de urgencia, y ella había aprovechado la ocasión para quitarse la ropa y ponerse el bañador que se había comprado en la boutique ese mismo día. En parte, porque no se habría atrevido a usarlo delante de él.

      Llevaban dos días juntos y, con excepción de las horas de sueño, era la primera vez que se separaban. Sus conversaciones habían sido de lo más productivas, y no tenía ninguna duda de que convencerían a cualquiera sobre el carácter supuestamente real de su noviazgo. Sin embargo, disfrutaba tanto de ellas que a veces olvidaba la razón por la que estaba allí.

      Ni siquiera sabía por qué le había hablado de Patrick. Hasta entonces, la única persona que estaba al tanto de lo sucedido era Orla. ¿Se lo habría contado quizá porque cada vez se sentía más cerca de él? Probablemente. Y, por muy consciente que fuera de que Dante le podía partir el corazón, había algo en sus ojos que la animaba a arriesgarse, algo que la enternecía y la excitaba.

      En cualquier caso, se había divertido bastante aquella mañana, cuando Dante la llevó a la boutique de un diseñador muy conocido, Mecca. En cuanto llegaron, el diseñador le presentó al asistente personal que la iba a ayudar con las compras y, tras probarse más cosas de las que se había probado en su vida, terminó con cuatro vestimentas de día, dos vestidos de noche, uno para la boda, el bañador, zapatos, accesorios y hasta una maleta para guardarlo todo.

      A pesar de ello, seguía sin entender por qué había permitido que el asistente la convenciera de comprar ropa interior nueva. ¿Qué tenía de malo la suya? Era perfectamente funcional y, por otra parte, nadie la iba a ver en paños menores. Pero se dejó convencer de todas formas; tal vez, porque se sentía culpable por haber rechazado el precioso vestido dorado que le intentó vender. Un vestido ideal para una modelo, pero no para una chica de Kerry.

      No quería ni pensar en la cara que pondría Dante cuando viera la factura. Pero no por el dinero, que no significaba nada para él, sino por la posibilidad de que llevara un desglose de lo que había comprado. ¿Se la imaginaría con su nueva ropa interior? Y, tanto si se la imaginaba como si no, ¿por qué le excitaba esa idea?

      Aunque Dante hubiera demostrado ser mejor de lo que se imaginaba, seguía siendo un mujeriego. Las sospechas de Riccardo eran ciertas. Se parecía mucho a su padre, como demostraba la propia farsa en la que estaban embarcados. Y había que estar loca para encapricharse de un hombre tan peligroso como él.

      Justo entonces, la voz de Dante interrumpió sus pensamientos. Acababa de volver y, cuando Aislin giró la cabeza, vio que estaba hablando con Ciro.

      Luego, se dirigió hacia ella con una cerveza en la mano. Y a ella se le encogió el corazón.

      AISLIN se maldijo para sus adentros por haberse quedado demasiado tiempo en la piscina. No quería que Dante la viera en bañador; pero ya era tarde.

      –¿Disfrutando del agua? –preguntó él, extrañamente tenso.

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