¿Cómo debemos rendirle culto?. R. C. Sproul
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу ¿Cómo debemos rendirle culto? - R. C. Sproul страница 6
El criterio general para el sacrificio aceptable ante Dios en el Antiguo Testamento era la postura y la actitud de la persona haciendo el sacrificio. Jesús afirmó esta verdad cuando observó a los adoradores haciendo sus ofrendas en el templo (Marcos 12:41-44). Él dio Su bendición a la viuda que ofreció dos blancas, la denominación más pequeña de la moneda. Jesús señaló que su dádiva era más costoso para ella que las ofrendas de los hombres adinerados, que dejaban el equivalente a 10 000 dólares en el plato de la ofrenda. Él dijo eso porque era capaz de leer su corazón cuando ella dio su sacrificio. Los hombres ricos daban porque querían el aplauso de las personas o algo de honor a la vista de Dios, pero Jesús sabía que la viuda pobre tenía un motivo diferente.
El apóstol Pablo nos dijo que el Señor “ama al dador alegre” (2 Corintios 9:7). Escuchamos ese versículo tan a menudo que podemos estar hastiados de él y no detenernos a pensar en su significado. Pablo no estaba diciendo que Dios ama a cualquiera que dé. Después de todo, Caín dio, pero Dios no estaba complacido con él en absoluto. No, Pablo estaba declarando que Dios ama a un tipo de dador en particular, un dador alegre. El término alegre describe la disposición del corazón, la actitud del alma al dar la ofrenda.
Imagina que es domingo en la mañana, y los ujieres vienen a recibir nuestra ofrenda, y supongamos que estamos pensando: “Aquí vienen otra vez con sus manos estiradas, pidiendo el diezmo y la ofrenda, y la gente está viendo si voy a poner algo en el plato. Lo voy a dar porque es mi deber diezmar”. Daría igual si guardamos el dinero del diezmo en nuestro bolsillo porque de acuerdo con las Escrituras ese tipo de sacrificios son detestables para Dios. Pero Él se deleita en aquellos que llevan sus ofrendas con gozo como un acto de adoración.
¿Cómo sabemos que Caín y Abel vinieron a hacer sus ofrendas con diferentes disposiciones de corazón? ¿Estoy leyendo entre líneas, especulando sobre el texto del Antiguo Testamento e imponiendo principios básicos del resto del Antiguo Testamento sobre este pasaje que es tan mudo en su extensión? No, sabemos esto porque la Palabra de Dios afirma claramente que Abel hizo su sacrificio con una actitud diferente.
En Hebreos 11, encontramos una lista de santos destacados que conmemora las actividades heroicas y gloriosas del pueblo de Dios a través de la historia de la iglesia. Hubo algunos que, por causa de la justicia y la fe, fueron cortados en dos, dados como alimento a las bestias, asesinados, apedreados, desechados, odiados y ridiculizados. Pero Dios estaba complacido porque ellos se mantenían fieles. La lista sigue y sigue: “Por la fe Abraham… Por la fe Isaac… Por la fe Jacob… Por la fe Moisés…”. Y justo ahí, entre estos grandes héroes de la fe, está Abel: “Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín” (v. 4). La fe de Abel hizo toda la diferencia.
¿Qué significa que Abel ofreciera un sacrificio en fe? Ahora voy a especular, ya que los silencios en la historia bíblica no han sido llenados.
La promesa de nuestra redención fue anunciada primeramente a Adán y Eva después de que pecaran y violaran su relación moral con Dios. Dios les dio el protoevangelium, el anunciamiento original del evangelio: la Simiente de la mujer heriría a la serpiente en la cabeza, y en el proceso Él sería herido en el calcañar (Génesis 3:15). Si ese versículo fuera la única referencia a la redención en la Biblia, nadie podría penetrar su significado porque es muy enigmático. Sin embargo, dado que tenemos el beneficio de la revelación del plan de redención de Dios a través de los tiempos y de la Escritura, sabemos exactamente a qué se refería Dios en Génesis 3:15. En esa promesa, el evangelio fue dado a Adán y Eva, el evangelio del perdón, la restauración y la comunión con Dios. Era el evangelio que proclama la destrucción del maligno, quien perturba y estropea la belleza y la santidad de la Creación de Dios. Dios prometió que el maligno sería destruido por medio del sacrificio de la Simiente de la mujer, quien sería herido en el proceso de Su conquista. Esta promesa del sacrificio de la Simiente de la mujer fue fundamental para la adoración de Abel. La ironía es que este primer evangelio fue dado en el contexto de la maldición a la serpiente después de la caída.
La adoración a Dios siempre ha involucrado la palabra de promesa hablada y, desde el principio mismo, Dios frecuentemente agregaba a la palabra algún tipo de señal sensorial tangible. Él le dijo a Noé: “Nunca más destruiré el mundo con un diluvio. Mira el cielo Noé. He puesto Mi arco en el cielo” (ver Génesis 9:13-16). Él le dijo a Abraham: “He aquí, te haré el padre de una gran nación, y tu descendencia será como las estrellas en el cielo y como la arena a la orilla del mar. Y esto será una señal para ti y para todas las generaciones, la señal de la circuncisión” (ver Génesis 17:1-14; 22:17). En estas y otras ocasiones, la palabra de promesa era respaldada por una señal tangible.
En términos generales, la palabra de promesa a través de cada página del Antiguo Testamento es la promesa del Redentor que vendría, quien salvaría a Su pueblo de sus pecados al ofrecer un sacrificio perfecto. Desde el principio, la redención estaba atada al sacrificio. Por eso el dramático reforzamiento de la palabra de promesa a través del Antiguo Testamento es un ritual elaborado que se enfoca en el sacrificio. Esto no empezó con Moisés. Lo vemos aquí en Génesis 4, cuando Abel vino con un sacrificio de fe.
¿Por qué lo hizo? Cuando llegó el tiempo de adorar a Dios, ¿por qué Abel buscó adorar por medio de un sacrificio? Obviamente este tipo de adoración fue instituido y ordenado por Dios mismo.
Esta es mi especulación: no puedo imaginar que nuestros primeros padres no les explicaran a sus hijos la esperanza que los sostenía. Esa esperanza era la promesa más importante que Adán y Eva habían recibido, la promesa de que la Simiente de la mujer destruiría la cabeza de la serpiente a expensas de la herida de Su calcañar. ¿Cuántas horas supones tú que Adán y Eva se sentaron con sus hijos a predicarles el evangelio y enseñarles los elementos de una adoración apropiada?
Sin embargo, no era suficiente para Caín y Abel que simplemente escucharan a Adán y Eva hablar de la promesa. El problema era si confiarían en la promesa. ¿En qué confiarían ellos en última instancia para reconciliarse con el Padre? ¿En qué confiarían para recibir la bendición de Dios?
No hay necesidad de especular sobre la confianza de Caín cuando trajo su ofrenda. A través de la historia de Israel, hay una herejía que se ha perpetuado de una familia a otra, e incluso Jesús tuvo que combatirla al tratar con los rabinos de Su época. Era el linaje. Esta era la idea que llevaba a muchos a decirse a sí mismos: “Soy el primogénito, así que mi futuro reposa en mi estatus superior como el hijo mayor. Iré a la iglesia y pasaré por los rituales como lo hacen todos los demás. Traeré mi ofrenda, la dejaré caer en el plato de recolección. Pero mi confianza está en mi estatus, en mi linaje”.
Casi que podemos oír a Dios diciéndole a Caín: “Caín, Caín, si confías en ti mismo de cualquier forma, en la posición de tu familia, en tus propias fuerzas, en tus habilidades como agricultor o cualquier trabajo que puedas hacer, incluso en tu propia fe–nada de eso me agrada. Tu adoración es una abominación para Mí. Pero tu hermano no tiene nada de este mundo en que confiar. Él es un siervo; es un pastor. Es un pecador que sabe que no puede salvarse a sí mismo, y cuando entra a Mi casa, viene confiando en Mi misericordia, confiando en Mi palabra, confiando solamente en Mi promesa. Amo su sacrificio porque lo amo a él. Lo amo porque él es justo. Pero tú no lo eres. Tu padre te enseñó que la única manera