El gran libro de la reencarnación. Janice Wicka

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El gran libro de la reencarnación - Janice Wicka Colección Nueva Era

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a cabo las ceremonias pertinentes para que volviera a la familia en un próximo alumbramiento, tatuando al muerto para que al volver mostrara esa misma señal en el recién nacido.

      De esta manera muchos niños eran considerados abuelos o padres, y se les trataba como tales.

      En nuestro mundo occidental no es nada raro que un niño de tres o cuatro años le diga a su madre “cuando yo era tu padre no te trataba tan mal”, o “perdóname por haber sido duro contigo cuando era tu abuela”, y suele causarnos gracia, porque pensamos que nuestro hijo o nuestra hija tiene demasiada imaginación, y no lo relacionamos con una posible reencarnación para nada.

      China es muy grande, y el Imperio ha cambiado de tamaño y de fronteras muchas veces en los últimos dos mil años, además de haber impuesto la religión de Confucio y haber prohibido y perseguido oficialmente cualquier otra religión, tanto, que algunos de los dioses que se veneraban a escondidas del estado perdieron sus nombres, o sus devotos los olvidaron convenientemente con el tiempo, dando lugar a más de un Buda, porque a cualquier dios le llamaban de la misma manera dándole atribuciones búdicas, aunque físicamente no se pareciera en nada al Buda original, llegando a contar con hasta diez mil budas que tenían toda clase de poderes, como el de reencarnar, dar vida eterna o resucitar a los muertos.

      Se puede decir que también la reencarnación se practicaba en secreto y como un fenómeno más del capricho de los dioses, que como una creencia normativa al estilo hindú.

      Más que en la reencarnación, se creía en una especie de vida eterna o milenaria, en la cual el muerto podía resucitar a esta misma vida sin dejar de ser nunca él mismo, con su memoria intacta y su conciencia lúcida, tras haber permanecido enterrado, escondido en un sitio sagrado o incrustado en una pintura o en una estatua. De esta forma se reencarnaba sin haber pasado realmente por el trauma de la muerte, pero con el defecto de que al hacerlo también se recuperaba la mortalidad y los problemas que se pueden tener en este mundo físico.

      El Zen, más allá del budismo, no le daba importancia a la reencarnación, y si bien la aceptaba como cualquier fenómeno físico y espiritual, la veía innecesaria porque la propuesta del Zen es la iluminación independientemente de cómo se viva esta vida, y supone que cualquier ser puede alcanzar la liberación espiritual en cualquier momento, porque la iluminación es como un despertar cualquiera, como abrir los ojos, como ver lo que no se veía y entender de pronto, como si se abriera una puerta mágica, lo que hasta ese momento no se entendía, es decir, alcanzar la lucidez; mientras que en el sincretismo del Budismo Zen, la lucidez era una carga difícil y pesada de llevar en esta vida, y la reencarnación era indispensable para evolucionar, crecer interiormente y alcanzar la liberación espiritual.

      Por su parte el taoísmo podía aceptar perfectamente el fenómeno de la reencarnación, ya que una vida no es suficiente para aprender física, mental, anímica y espiritualmente lo que se debe aprender, pero tampoco tenía mucha importancia, porque al final todo se convertía en nada, y las propuestas religiosas y humanas eran simples ilusiones innecesarias.

      El estilo tibetano

      Se puede decir que el budismo tibetano es el único que ha mantenido una visión positiva de la reencarnación, eludiendo el sistema de premios y castigos, y apostando por el perdón y la ceremonia luctuosa en la que se reza y se pide que la próxima encarnación del difunto sea próspera y feliz, y que su paso por el más allá sea lo menos traumático posible.

      En el libro tibetano de los muertos o Bardo Thodol, se relata que muchas muertes son traumáticas y dolorosas, a destiempo y sin que la persona haya completado su cometido en esta vida, con lo que su estancia en el más allá es breve, pero nada agradable, y muchas veces vuelven casi de inmediato (nueve meses en el más allá pueden ser solo un abrir y cerrar de ojos para las almas), generalmente dentro de la misma familia, y pueden hacerlo varias veces hasta que cumplen su cometido.

      De una muerte inesperada, traumática o incompleta pueden desprenderse tanto fantasmas protectores o almas en pena que no saben dónde están ni hacia dónde ir, y que molestan a los vivos o intentan ayudarlos.

      Otras almas se quedan a la espera de un familiar o persona querida para guiarla en el más allá cuando le llegue la hora de su muerte, incluso si han renacido, porque las almas elevadas pueden existir en varios cuerpos a la vez, lo mismo que pueden existir conscientemente en el más allá al tiempo que viven físicamente en este mundo.

      El budismo tibetano comparte muchas creencias sobre la reencarnación con el budismo hindú, pero en el orden social ambas sociedades son muy distintas y, por lo tanto, su visión de la evolución espiritual suele ser distinta en varios aspectos, por ejemplo, para el budismo tibetano no hay dioses, ninguno, y el Nirvana es para todos y cada uno de los seres que habitan la Tierra, no solamente para algunos ni exclusivo de los humanos; las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres, y a veces alguno más, como la poliandria o que las mujeres pueden tener más de un marido al mismo tiempo, por lo que no dependen de los hombres para sobrevivir o para gozar de un alma, por lo que puede haber monjes y monjas en los templos y en los monasterios. Que Buda haya nacido varón es solo un accidente, no un hecho de superioridad.

      Las almas elevadas, como la de Buda,

      pueden renacer en varios cuerpos.

      Todo ser elevado al morir, ya sea hombre o mujer, ve cómo su alma se abre al igual que una flor de mil pétalos de colores, los cuales son como semillas de nuevas vidas encarnadas en cuerpos humanos, con lo que una sola alma puede dar lugar a mil almas nuevas encarnadas para el bien de la humanidad.

      A nivel popular, las creencias tibetanas sobre la muerte y la reencarnación se parecen mucho a las creencias de innumerables pueblos alrededor de la Tierra, y están basadas más en la experiencia personal y tradicional que en la religión o en la ciencia, por lo que no es raro que tengan ciertos puntos en común con el purgatorio cristiano, El Libro de los Muertos egipcio, las tradiciones inca o los pensamientos yoruba, las leyendas griegas o los mitos de las culturas náhuatl, donde los muertos nunca se van del todo, sino que vuelven o permanecen con la familia para siempre, y solo desaparecen aparentemente con el olvido, cuando se pierde la memoria de su existencia. En buena parte de Europa, antes y después del cristianismo, existen creencias muy similares donde los vivos comparten existencia con los difuntos.

      Como en la cultura náhuatl, la vida es pasajera y hay que prepararse siempre para tener una buena muerte, que es lo que promete un buen estadio en el más allá, o un buen regreso a este planeta.

      En el budismo tibetano la idea de la reencarnación es más refinada y definida que en el resto, ya que contempla la muerte como un tránsito en el bardo, o estado intermedio, que dura 49 días de los nuestros, aunque para el alma de la persona difunta esos 49 días puedan parecerle un segundo o una eternidad, dependiendo de sus propios demonios, creencias, dependencias, apegos, ataduras, ignorancia, conocimientos, emociones y ego.

      Durante su estancia en el bardo, el alma es acompañada por los rezos de la comunidad, para que despierte y sea consciente, e incluso para que alcance la lucidez y, con ello, la liberación espiritual, escapando así del samsara, la rueda del destino, y pase al plano espiritual para siempre, evitando una nueva reencarnación en este valle de lágrimas, apetitos y sufrimientos.

      Si el alma despierta, podrá partir al Nirvana, aunque en algunos casos puede volver a la vida reencarnándose en un ser elevado que ayudará al resto de la humanidad a acceder a la vida verdadera, a la existencia plena espiritual, como lo hacen los Dalai Lama, o como hizo el Bodhidarma, el gran Buda, en su momento.

      Si el alma no despierta, si aún no está preparada para cruzar la Puerta, el Guardián Azul le

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