Explotación, colonialismo y lucha por la democracia en América Latina. Pablo González Casanova
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LA LUCHA POR LA DEMOCRACIA: UNA UTOPÍA POSIBLE
¿Pensar la democracia supone luchar por ella? Para una gran parte de científicos sociales es “simplemente” una reflexión; no conlleva una práctica social. Para González Casanova esta postura encubre una visión formalista y esquemática de la democracia. Su propuesta implica una praxis diferente. Ya en 1958, cuando publica Estudios de la técnica social, expone los principios sobre los cuales asienta su concepción de democracia. En primer lugar, debe entenderse
como camino de la ciencia social y del conocimiento teórico […] a fin de comprender su práctica como espacio de articulación del conflicto social; busca encontrar la oposición y hasta fomenta el que se manifieste para construir modelos de control adecuados, para canalizarla inductivamente. Por eso puede decirse que la democracia es el método científico aplicado al control de la sociedad mediante el conocimiento inductivo y experimental.[36]
Por consiguiente, en un segundo momento, imposible de soslayar, la democracia se transforma en un proyecto social de construcción del poder político, proyecto donde el grado de participación social del pueblo en el proceso de toma de decisiones establece la andadura democrática. Igualmente, los niveles de justicia social e igualdad, así como de represión, coacción, negociación y mediación, son parte del proyecto político de articulación democrática. Sin su referencia es imposible responder a la pregunta ¿cómo vamos de democracia?[37]
La acción democrática es una lucha constante, un compromiso del cual emergen valores y prácticas ético-morales afincadas en los principios del bien común. Dicha posición teórica la encontramos expuesta tempranamente en La democracia en México (1965):
Nadie puede ocultarse que ni basta con implantar formalmente la democratización en los países subdesarrollados para acelerar el desarrollo, ni éstos tienen por qué imitar todas y cada una de las formas específicas de la democracia clásica para que haya democracia: la democracia se mide por la participación del pueblo en el ingreso, la cultura y el poder, y todo lo demás es folklore democrático o retórica.[38]
Esta preocupación por la participación del pueblo en los procesos políticos ha acompañado siempre sus consideraciones sobre las dimensiones estratégicas que deben estar presentes en todo proyecto democrático. Un ejemplo se refleja en su ensayo “La crisis del Estado y la lucha por la democracia en América Latina: problemas y perspectivas”. Escrito en 1979 y sometido a dos actualizaciones —en 1989 y 1991—, expresa su posición de manera inequívoca: la lucha por la democracia supondrá siempre un enfrentamiento entre sujetos políticos con proyectos sociales contrapuestos, y este conflicto se centra en la distinta percepción que se tiene cuando se trata de aclarar el nivel de “la participación del pueblo en el ingreso, la cultura y el poder”:
En cualquier caso, la lucha por la democracia, con poder del pueblo, parece seguir siendo en última instancia una lucha por el socialismo democrático, y la lucha por la “democracia limitada” (como se le designa desde la Trilateral) sigue siendo, en última instancia, una lucha por el imperio de las transnacionales y la reproducción ampliada y conquistadora del capital que hoy domina a nivel mundial. En el incierto futuro, la meta de una democracia de la mayoría social y nacional, contra la democracia de minorías o élites políticas neoliberales y transnacionales, parece haberse convertido en el proyecto de primera instancia. Sus objetivos primordiales tienden a resumir y reformular un nuevo proyecto histórico, las experiencias esenciales en materia de sistemas políticos y de Estados, construyendo, desde lo social y lo político, uno y otro.[39]
Otro momento en la elaboración del proyecto democrático en la obra de González Casanova lo constituye la influencia que ejercen los acontecimientos políticos y sociales producidos en América Latina y el mundo. En sus reflexiones se integran hechos históricos cuyas repercusiones han tenido un especial significado político-ideológico y teórico en el acontecer mundial. La Revolución cubana en 1959, la Unidad Popular (UP) en Chile (1970-1973), las dictaduras militares, la Revolución nicaragüense de 1979, la rebelión en Chiapas (1994), los foros de Porto Alegre, São Paulo, son incorporados a su pensamiento, así como los cambios a escala internacional, como lo han sido la caída del Muro de Berlín (1989), la desarticulación del bloque militar y político de la URSS, la revolución tecnológica y las ciencias de la complejidad, y el proceso de mundialización y globalidad.
Incorporar las “lecciones” de la historia se convierte, para Pablo González Casanova, en parte del proyecto democrático, en que lo fundamental sigue siendo construir una hegemonía popular donde las fuerzas sociales explotadas y dominadas participen ampliamente en todos los ámbitos de decisiones. La Revolución nicaragüense dejará una impronta en su praxis teórica de los años ochenta. Entre 1980 y 1983 redacta su ensayo “El poder al pueblo”. En él observamos una influencia en su concepción teórica de la democracia. Sin caer en una imitación absurda o plantear su repetición, expone:
La lucha hegemónica, como la de clases, no puede librarse de la misma manera en los distintos países, regiones y organizaciones. La experiencia de Nicaragua no es la óptima ni puede ser modelo universal. Lo generalizable es el frente, el Pueblo, y la necesidad de una política hegemónica; pero la composición y organización del frente […], la educación política del pueblo […], y la lucha ideológica por la redefinición del nacionalismo […], de la democracia […], de la justicia social […], y del poder popular […], son objetivos que no pueden ser aplicados en igual forma en todas partes como la lucha nacional y la lucha y definición actual de la democracia. Si en general las experiencias latinoamericanas revelan un proceso de profundización y definición que va de los objetivos abstractos […] a los concretos […], no por ello en todos los países, en todos los casos, todos los actores han de seguir ese proceso.[40]
En esta lucha del pueblo explotado y dominado por construir una nueva hegemonía de representación y poder democrático, el compromiso ético de Pablo González Casanova se convierte en una práctica radical desde la cual aporta su hacer político como ciudadano. Sin vacilación ni ambigüedad, señala:
O el pueblo trabajador es soberano, o no hay democracia. O las mediaciones llevan a un creciente poder del pueblo, o engañan y someten al pueblo. Tan sencillo como esto: luchamos “contra el poder seductor que crea sensaciones de representación”. Luchamos por una democracia con poder.[41]