Explotación, colonialismo y lucha por la democracia en América Latina. Pablo González Casanova
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Pensar y hacer requieren esfuerzo y disciplina; son una facultad cuya práctica exige responsabilidad. En el ámbito del saber científico implica un compromiso con los valores éticos que deben preceder al trabajo teórico. Sin este límite, la facultad de pensar se confunde con la acción técnica de un saber instrumental ajeno a la creación intelectual.
Pensar no es pensar sobre algo: es facultad creadora, una praxis teórica. De su realización emerge el pensamiento propio; pero éste no es habitual, requiere ahuyentar miedos inquisitoriales, despojarse de la autocensura. Es fácil topar con intelectuales que asumen una concepción pragmática del mundo sometida a los requerimientos del poder político; que operan al margen de la creación intelectual: social-conformismo versus praxis teórica.
El ejercicio de la praxis teórica exige una relación, un diálogo y una complicidad desde la cual desplegar el conjunto de potencialidades del juicio reflexivo. Obliga a adentrarnos en la acción crítica sometida a valores éticos, y evitar caer en el idiota aristotélico. Es crítica al poder, diálogo, participación, ética política y compromiso social. Pablo González Casanova responde a estos postulados. Ha ejercido la praxis, ha mantenido una relación ética entre pensamiento y responsabilidad política. Su praxis es una búsqueda permanente, donde la satisfacción intelectual cede paso a un compromiso democrático en el que no caben las relaciones sociales de explotación y dominio erguidas sobre el colonialismo global.
La solución va más allá de lo ideológico y de las posiciones particulares. Corresponde a una posición en que el humanismo sólo puede realizarse como democracia, como liberación y como socialismo. En ese compuesto complejo, la autopoiesis o creación de nuevas relaciones sociales tiene un atractor general: una democracia organizada en que la moral pública triunfe frente a todos los intentos de intimidación, corrupción del neoliberalismo y de la acción cívica, que manipula la guerra de baja intensidad como nueva tiranía, como nuevo imperialismo y como nuevo capitalismo autodestructivo.[13]
Como ya hemos señalado, en la obra de Pablo González Casanova destaca el valor otorgado a los conceptos y categorías de las ciencias sociales. De ellos dependen las propuestas de cambio social. El rigor en su elaboración es parte de la lucha teórica en este campo. En América Latina, la discusión sobre el valor epistemológico de los conceptos y categorías quedó enmarcada dentro del proceso de institucionalización de las ciencias sociales en los años cincuenta y principios de los sesenta.[14] La recepción del cuadro metodológico de investigación social suscitó aclarar cuál era el papel de la sociología como ciencia de la sociedad, cuál el rol del sociólogo y de sus investigaciones, qué investigar, cómo hacerlo y con qué herramientas, y por último, el método: ¿cualitativo o cuantitativo?
La sociología en América Latina ha quedado estigmatizada por esta circunstancia. El quehacer del sociólogo enfrentó una discusión ideológico-política, y a la vez teórica, de construcción de la ciencia social y de la realidad. Pablo González Casanova no elude este momento de creación de conocimiento científico: se posesiona mostrando el carácter que vincula al hombre con la producción social en su obra La falacia de la investigación en las ciencias sociales:
Así, la lucha entre dos estilos, cuantitativos y cualitativos, de hacer sociología, tiene una base política y no se funda nunca en proposiciones teóricas puramente científicas, en el sentido naturalista de la palabra; las ciencias del hombre no dejan de ser ciencias políticas ni cuando más se parecen a las ciencias de la naturaleza y más se acercan a la manipulación cuantitativa de los fenómenos sociales. Por ello, un modelo de investigación integral y básica requiere ir a las fuentes cualitativas de la investigación, realizar en la elaboración del propio modelo el vaivén de los términos cualitativos a los cuantitativos, y viceversa.[15]
¿Por qué es tan contundente al señalar el contenido político de los métodos de investigación social? Él lo explica: “La pérdida de un sentido moral de las ciencias sociales en relación al sistema dado, las acerca simultánea e inevitablemente a las ciencias naturales y a una posición conservadora del sistema”.[16] El enfrentamiento fue total. De su seno nacerían las dos grandes escuelas de pensamiento sociológico en América Latina: la autodenominada “sociología científica”, cuyo exponente más destacado sería Gino Germani; y la sociología crítica. Desde una posición comprometida desmitifica una de las bases sobre las cuales se levantó la “sociología científica”: la naturalización del método y la objetividad del conocimiento social.
Su crítica asume todo lo radical del pensamiento teórico; emerge el sentido ético-moral de la propuesta humanista. La ética-política y la crítica teórica son inseparables. Y esta posición se mantiene hasta hoy. La recogemos de su texto Las nuevas ciencias y las humanidades…:
Los elementos clave para la construcción social del sistema alternativo corresponden a fuerzas morales articuladas a la lógica de poder hasta formar unidades compuestas de moral y poder. Sólo ellas podrán impedir que a las derrotas físicas se añadan las cooptaciones y las corrupciones de individuos y clientelas, características de los “conflictos de baja intensidad” y formuladas por “el capitalismo que reprime y negocia, que ataca y compra incluso la mente y el corazón”, y por su imperialismo que sigue enviando sus destacamentos de guerra antes de negociar, y que sólo negocia si cree ganar de acuerdo a sus expectativas y sus estrategias de acumulación de fuerzas.[17]
Para González Casanova no es posible la disolución. Del compromiso ético surge la respuesta al uso de las técnicas cuantitativas en las ciencias sociales. Su crítica se centra en demostrar cómo es que primar lo cuantitativo en el análisis social implica establecer controles no democráticos en la dirección del cambio social. Como él mismo aclara, no importa si quienes aplican dicho método son partícipes de sociedades preindustriales, industriales neocapitalistas o socialistas.
Por un lado, una cultura acumulativa de la cantidad, un triunfo político en la posguerra del empirismo anglosajón; por otro, la sociedad industrial y el neocapitalismo han logrado, en mucho mayor grado que las sociedades preindustriales y capitalistas, dirigir y controlar los cambios sociales en el interior del sistema, lo cual explica en parte su posibilidad de sostener e impulsar un racionalismo conservador. A la condición básica anterior, que fortalece los procesos racionalistas cuantificadores, se añaden los éxitos de esta sociedad en el control de la naturaleza, el progreso de las ciencias naturales y la tecnología. Pero la tendencia a la cuantificación en las ciencias sociales depende directamente de la posibilidad de conocer y controlar el cambio dentro de la sociedad industrial capitalista o socialista. Cuando un investigador trabaja en el interior de una sociedad capitalista para conocer y controlar las variables del sistema, sin buscar el cambio del sistema, tiene una tendencia al análisis cuantitativo idéntico a la del técnico que trabaja en la planificación socialista para el conocimiento y control de las variables del sistema socialista. Ambos tienen una perspectiva semejante y ponen énfasis en el análisis cuantitativo de la sociedad.[18]
El debate sobre métodos y técnicas de investigación social abre las puertas a una segunda etapa en la configuración de la sociología latinoamericana. Los esfuerzos se concentrarán en la orientación del cambio social y político de las sociedades oligárquicas en América Latina: se piensa en términos de democracia, revolución, modernización, centro-periferia y desarrollo. Las ciencias sociales en la región se transforman.
Pablo González Casanova acepta el reto teórico, no elude la responsabilidad al definir su propuesta, pero antes aclara cuáles son las relaciones sociales de dominio y producción existentes,