Explotación, colonialismo y lucha por la democracia en América Latina. Pablo González Casanova

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y su declarada postura crítica para tener un mejor conocimiento de la realidad social (sin descartar el uso del estructural funcionalismo) es de por sí una herejía para el marxismo vulgar y un punto de inflexión en las ciencias sociales; tanto por el método, como por sus conclusiones. Desde la lucha contra el colonialismo interno —retomado en Sociología de la explotación— hasta la necesidad de recuperar los valores revolucionarios para transformar y configurar una verdadera democracia social, política y económica, González Casanova apuesta por un socialismo en México que converja con la tradición humanista e ilustrada del XVIII y la democracia liberal, que se defienda de las opresiones extranjeras imperialistas y fomente una democracia donde todos los ciudadanos (con independencia de su clase, color o etnia) sean partícipes por igual del desarrollo de la nación.

      En cuanto a Sociología de la explotación, forma parte de un ejercicio reflexivo cuyo eje central se engloba bajo el siguiente postulado: la explotación, fundamento del orden capitalista, es incompatible con un sistema político democrático donde se respete la soberanía de los pueblos de América Latina y con ello, la justa redistribución de los recursos. Aquí reaparecen el rigor y el método. El análisis de la explotación se efectúa al reagrupar su estudio a las categorías de los valores, la riqueza y el poder. Lo dicho supone incorporar la razón identificativa de la relación de explotación marxiana: p/v. Como principio, la despliega para explicar el desarrollo de la estructura social, económica y política de las sociedades capitalistas, donde demuestra el carácter asimétrico de las estructuras de poder y explotación en el que el capitalismo construye su dominio en América Latina. Pero también, la sociología de la explotación se propone como un recurso frente al marxismo vulgar y el empirismo neoliberal.

      Durante este periodo, González Casanova se erige como un baluarte de las ciencias sociales y del pensamiento crítico en México y América Latina. Es nombrado director de la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales y coordinador del Centro de Estudios del Desarrollo de la UNAM. Al ejercer la dirección, diseña un nuevo plan de estudios y cambia el sistema de becas para sus estudiantes en el extranjero. Logra la profesionalización de la sociología en México. Igualmente fue elegido director del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM y presidente de la Asociación Latinoamericana de Sociología. También ejerció como directivo de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), institución de la que años más tarde sería presidente.

      El tercer momento comprende de 1969 a 1989, que fueron años convulsos. En ellos reformula las categorías explotación, democracia, colonialismo interno y desarrollo. De igual forma plantea otras, como hegemonía del pueblo, soldado transnacional, y consolida sus estudios históricos acerca de la dominación imperialista y las luchas por la liberación nacional en América Latina. Surge su crítica a un socialismo burocrático, donde analiza los fracasos de la izquierda latinoamericana y establece una defensa desde los principios del marxismo científico, con lo cual cuestiona el uso de las prácticas autoritarias, que nada tienen que ver con la filosofía original de los valores centrales de la liberación y la doctrina socialista. Esto se expone en La nueva metafísica y el socialismo (1982). En el texto hace un llamado a la izquierda latinoamericana para reflexionar sobre su falta de capacidad crítica y superar las debilidades teóricas. Ofrece alternativas, contraataca y reivindica el socialismo científico para reinterpretar la realidad social. Igualmente rescata la categoría explotación, abandonada y despreciada por una gran parte de la intelectualidad de izquierda.

      Este periodo constituyó para nuestro autor una experiencia rica en su quehacer institucional. Asumió la rectoría de la UNAM (1970-1972) y su talante democrático supuso un vuelco en la vida académica de dicha casa de estudios. Durante su administración se convocó por primera vez a toda la comunidad universitaria —estudiantes, profesores y personal administrativo— a discutir y solucionar los problemas: todos serían escuchados y todos tomarían las decisiones. La democracia se generalizó en la UNAM. Los cambios se formularon desde su primer año en la rectoría; se modernizaron las instalaciones, mejoraron los servicios y aumentó la plantilla de docentes e investigadores. Fueron creados el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) y los centros de investigación, aumentó el número de unidades académicas dentro y fuera de la ciudad de México y se planteó el sistema abierto universitario. Sin embargo, en su segundo año como rector, una huelga charra acabó con su administración de forma espuria. Ante la opción de violentar la autonomía universitaria y permitir la entrada de las fuerzas policiales, ofreció su renuncia: otra muestra de su entereza e integridad. Hoy su administración es reconocida como una de las más fructíferas y, luego de ésta, reemprendió su labor académica.

      Fue un periodo cruento en la historia de América Latina, desde los golpes de Estado hasta el fin de la Guerra Fría. El triunfo de Salvador Allende y la Unidad Popular (UP) en Chile se vio empañado con el golpe de Estado de 1973 y la emergencia de las dictaduras en el Cono Sur. El triunfo del Frente Sandinista en Nicaragua en 1979 fue seguido por la contrarrevolución, las guerras de baja intensidad en Centroamérica y la caída del Muro de Berlín. El debate teórico, no menos que la llamada “crisis del pensamiento crítico latinoamericano” es parte de la misma dinámica: exilio, desaparecidos, muerte y tortura. También México vivió horas amargas, tal vez sintetizadas en la elección ilegítima de Carlos Salinas de Gortari, en 1988, frente al candidato Cuauhtémoc Cárdenas. Un momento en el que se requería templanza y firmeza. Pablo González Casanova atesora ambas virtudes.

      Es la democracia una lucha irrenunciable por los derechos humanos y contra un régimen autoritario. En ese periodo, González Casanova desarrolló la concepción de una democracia global y universal donde los dos

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