Explotación, colonialismo y lucha por la democracia en América Latina. Pablo González Casanova
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Los nuevos movimientos pronto han descubierto que no sólo tienen que enfrentarse a las políticas de distribución del producto, sino a las de distribución de los medios y sistemas de producción, unos y otros relacionados con las fuerzas oligárquicas locales y nacionales y las redes del capitalismo global. Muchas comunidades han descubierto que cuando las crisis y enfrentamientos se agudizan, tienen que proteger sus bienes de consumo y sus bienes de producción.
Así, la lucha contra la explotación sigue siendo una lucha de los trabajadores, pero de los trabajadores unidos a los pueblos, o metidos en ellos como “movimientos sociales”. Lentamente tiende a convertirse en una nueva y extraña lucha por “la democracia de todos”, que si en el terreno político y cultural debe replantear el problema del respeto al pluralismo religioso, ideológico y cultural, o el problema de la unidad en la diversidad, así como el de la construcción de organizaciones y prácticas democráticas en el interior de las propias organizaciones de base y en el control eficiente de las políticas de seguridad, en el orden económico no puede limitarse a plantear el problema de redistribución del producto y tiene que enfrentar también los problemas de una política alternativa de distribución de éste y de nueva distribución de los medios de producción y servicios, en especial los que se refieren al conocimiento.
Los movimientos alternativos emergentes rebasan todas las posibilidades del Estado asistencialista, benefactor y populista. Advierten que la distribución de la producción debe necesariamente complementarse y articularse a la distribución del producto, y no quedarse nada más en ésta. Son ambas las que permiten explicar los fenómenos de la pobreza y de los requerimientos mínimos para luchar seriamente contra la pobreza, por la democracia, por la educación, por el saber-hacer, por la salud, por la vivienda, por el empleo y por una serie de productos y servicios esenciales que permitan construir un estilo de vida mínimamente humano.
Es así como aparece el problema de un sistema mundial de explotación al que los ciudadanos, trabajadores, pueblos y etnias se tienen que enfrentar en cuanto quieran construir una democracia de todos, esto es, una democracia que no se limite a escoger entre dos o más partidos que más o menos cambien algo, o cuyos dirigentes se muevan mucho “para que todo siga igual”, sino que con la libertad electoral y la participación política haga realidad una mejor repartición del producto y de los sistemas de producción de bienes y servicios. Una democracia así tiene que denunciar el mito neoliberal de “los costos sociales” de una supuesta “modernización necesaria” que “va a resolver”, “si la manejan bien los líderes y los pueblos”, “los problemas de la humanidad”.
La conocida retahíla de mentiras tecnocráticas engaña con cada uno de sus términos y en el discurso que con ellos hilvana. Toma de Schumpeter el mito de que es democracia aquella en que los ciudadanos eligen entre dos partidos tan parecidos como el Demócrata y el Republicano en los Estados Unidos, cuando en realidad ambos corresponden a un gobierno de “oligarquías”, “clases políticas”, “élites” y “complejos empresariales-militares” gobernantes que tienen dos partidos a su servicio con los que dividen al pueblo. Toman de Huntington el mito oportunista de que se trata de “los costos inevitables” de la “modernización”, de la “civilización”. Toman de Fukuyama el mito de que la actualidad es “un proceso sin alternativa” que va a durar una eternidad, y toman de los discursos del Banco Mundial y sus intelectuales el mito de que sus políticas, lejos de contribuir a aumentar los problemas de la humanidad, constituyen “un esfuerzo científico”, “técnico”, “honesto” para resolver “tanto” “los problemas de los ricos” “como” “los problemas de los pobres”, “tanto” “los problemas de los países ricos” como “los de los países pobres”.
Muchos autores han comprobado el carácter mundial de la explotación. Varios miles de millones de pobres confirman sus tesis en cuanto miran las relaciones que guardan con los mercados de trabajo, de bienes y servicios. A muchísimos de ellos les ocurre lo que a los campesinos medievales que no relacionan su pobreza con el hecho de que trabajaban para sus empleadores y los jefes de sus empleadores. Pero grandes cantidades tienen una conciencia, y una vivencia confirmada en su vida diaria, del carácter universal de la explotación, en que los caciques y mercaderes locales, apoyados por sus guardias blancas y paramilitares se apoyan también en los gobiernos nacionales y transnacionales para imponerles precios muy bajos a sus productos y muy altos a los que tienen que adquirir en los mercados, o para destruir sus cosechas y sus aperos de labranza a fin de quitarles sus tierras y trabajo, al tiempo que liberan una mano de obra baratísima de migrantes y temporaleros, o para combatir hasta su muerte a los que con una nueva industria les quieren hacer competencia en sus pequeños monopolios locales. Una conciencia semejante, en posible aumento, se da entre los trabajadores industriales y de servicios, calificados y profesionales, sobre todo cuando ven cómo pierden derechos y prestaciones que lograron alcanzar con grandes esfuerzos colectivos e individuales, y quienes al perder llegan a identificar su suerte con “los pobres de la tierra”.
El fenómeno de la explotación se confirma casi todos los días en noticias del Wall Street Journal y del Financial Times. Es objeto de denuncias constantes y periódicas en los debilitados organismos de las Naciones Unidas y en miles de organizaciones no gubernamentales. Su carácter general, característico del sistema-mundo, es sin embargo cuestionado como si “el todo” fuera muy distinto de “las partes”, o “el centro” nada tuviera que ver con “la periferia”, cuando de hecho se trata de un mal universal plenamente comprobable y verificable, no obstante el habitual ocultamiento de las cuentas empresariales, nacionales y mundiales, y el claro papel que cumplen las periferias para alimentar de materia y energía barata a los sistemas centrales dominantes, y para servirles como recipiente de sus desechos.
Entre los cálculos más serios y aproximados del monto de la explotación global se encuentra uno de Samir Amin, quien a fines de los ochenta sostuvo que la transferencia de valor de la periferia al centro del mundo era del orden de 400,000 millones de dólares. Samir Amin, como muchos otros investigadores marxistas, realizó la llamada transformación de los valores en precios de producción. Al hacerlo consideraba como algo implícito que a todas las transferencias internacionales de la periferia al centro se añadían las que en el interior de los países centrales y periféricos hacían los trabajadores a los empresarios. Con un objetivo más limitado, nosotros realizamos un cálculo distinto, que no incursiona en los problemas de la “transformación” y que sólo busca determinar el impacto del neoliberalismo en las transferencias de excedentes. Elaboramos un índice compuesto de transferencias para verificar que la política neoliberal había incrementado el monto de las transferencias a favor de los países centrales. En el cálculo no pudimos incluir el aumento de las transferencias que el neoliberalismo provoca del sector asalariado al no asalariado en cada país y de unos países a otros. Ambos aumentos requieren análisis complementarios que nos vimos obligados a realizar por separado.
El índice internacional de transferencias de excedentes está integrado por los siguientes indicadores, algunos de los cuales cambian de signo para una suma válida, en tanto se refieren a activos netos que se transfieren al exterior: a) servicio de la deuda; + b) transferencias netas unilaterales (invirtiendo signo); + c) efectos de los cambios de precios en el comercio exterior; + d) utilidades netas remitidas (invirtiendo signo); + e) otro capital a corto plazo no incluido en otro indicador (invirtiendo signo); + f) errores y omisiones (invirtiendo signo). La selección de países remitentes o periféricos se hizo con base en la que formuló el Fondo Monetario Internacional. Incluyó a los que considera “países en vías de desarrollo”, expresión que más que un eufemismo, corresponde a una afirmación refutada por los propios informes de la misma organización.
Los países incluidos que transfieren activos netos a los países desarrollados son 41 de África, 23 de Asia, 9 de Europa Central y del Este, 10 del Medio Oriente y 32 de América Latina y el Caribe. Las fuentes consultadas son del propio Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial