Explotación, colonialismo y lucha por la democracia en América Latina. Pablo González Casanova

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Explotación, colonialismo y lucha por la democracia en América Latina - Pablo González Casanova Inter Pares

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para explicar el carácter también histórico de la “naturaleza” humana y el carácter natural e histórico de los valores abstractos más propios de esa naturaleza —de la libertad, la igualdad, la justicia— y de su configuración y procesos concretos que consisten en que la relación de explotación es necesaria mientras existe propiedad privada de los medios de producción, y que la relación de explotación sigue un curso histórico naturalmente ligado al desarrollo de las fuerzas de producción que genera las condiciones de distintos sistemas de explotación y la posibilidad de acabar políticamente con el régimen actual de explotación, si se aprovechan en formas técnicas —y revolucionarias— sus debilidades naturales y momentos de crisis.

      De todos estos conceptos, en ocasiones difíciles de captar por la cortina que interponen los esquemas o los prejuicios, el más difícil realmente es el primero, el que hace que el hombre no pueda ser concebido independientemente de una determinada relación social, que no sólo es cotidiana, diaria, sino fundamental y que es el tipo de relación que guarda en el trabajo y en la producción. Cuando se entiende este punto y no se deja cabida a otros conceptos —en que aparecen los hombres ligados antes que entre sí a cualquier otra entidad— surge una línea de razonamiento que constituye un trastorno en el terreno del conocimiento y de los valores.

      El análisis de la relación social determinada o de la relación de explotación apunta también a una serie de valores, y de hecho con ella se vinculan los valores de la igualdad, la libertad y el progreso; pero de un modo sui generis y demasiado próximo o cotidiano como para que sea comprendido con facilidad.

      Entonces un valor que está en la base de los anteriores, que es el de la justicia, ya no aparece tampoco como natural, individual o metafísico, ni como un problema de redistribución de la riqueza o el poder, sino ligado a un fenómeno diario y cotidiano: la imposibilidad de que existiendo la relación de explotación y la propiedad privada de los medios de producción haya justicia, libertad o igualdad, o desarrollo que no estén limitados por la relación, por la explotación, siempre presente y recurrente como la petite phrase de Swann.

      El descubrimiento de la relación humana de la explotación por el marxismo causa tal desagrado e incertidumbre en el hombre burgués —que no existe ni es sin el proletario— como el descubrimiento del Ego y la Mónada, la Voluntad general y el Interés general, le causaron placer y fueron fuente de su seguridad intelectual y política, a partir de Descartes, Leibniz, Rousseau, Helvétius o Smith.

      El descubrimiento de la relación social determinada es algo así como la caída del Ego, y es rechazada por la conciencia de uno de los términos de la relación —el propietario, con toda su cultura y tradición filosófica y científica— como lo cotidiano desagradable, como la parte sobre la que el Ego no quiere pensar y que el burgués hace, indisolublemente, en forma diaria, con el proletario. Esta reacción de rechazo, particularmente dramática, genera una racionalización en el pensamiento y la ciencia del propietario que construye enormes y complejos edificios intelectuales, recogiendo, cultivando o revisando los de otras culturas, y añadiendo cuanto descubrimiento técnico y científico surge en el desarrollo de la sociedad capitalista. Pero lo que es drama para la conciencia burguesa corresponde a un júbilo equivalente en el pensamiento revolucionario, que escoge la relación social determinada y la asume, la aprehende como entidad constitutiva de la realidad histórica y social, y de las ciencias humanas.

      Nacen entonces una serie de problemas que dificultan la nueva investigación científica. Desde luego estos problemas no provienen de una vinculación con “valores” que distinga la investigación de la explotación por anticientífica, respecto de la investigación positivista y empirista. Tan ligada está a valores una como la otra. Pero el tipo de valores que encierra la investigación de la explotación, la forma en que concibe a la humanidad y a la sociedad actuales e ideales, no sólo son radicalmente distintos de la conceptualización burguesa —por más profundos que sean en su explicación de lo cotidiano— sino distintos de una copiosa cultura metafísica.

      De un lado, en su oposición a los intereses creados, el nuevo pensamiento encuentra una resistencia que sólo podrá romper mediante la lucha; pero no es ése su obstáculo más característico, ni el que más lo distingue de otros movimientos intelectuales, incluidos los de la burguesía en su época revolucionaria. El problema principal es que sus categorías no tienen la tradición, y sus investigadores suelen perderlas para volver a la sólida y recurrente cultura metafísica, mientras encuentran un vacío de datos y técnicas, que hacen particularmente ardua la tarea. En fin, los datos necesarios para el análisis de la explotación no están publicados, o están registrados en forma incompleta, o agrupados y agregados a modo que desaparezca el valor científico de los mismos para los propósitos de la nueva investigación; en ello hay un trasfondo no sólo político, sino también metafísico, que se encuentra en las técnicas tradicionales de investigación de la historia, de la economía, de la sociología y hasta de la matemática y la estadística social, con sustratos ontológicos

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