Explotación, colonialismo y lucha por la democracia en América Latina. Pablo González Casanova

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Explotación, colonialismo y lucha por la democracia en América Latina - Pablo González Casanova Inter Pares

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concepto de explotación, tal y como aparece en el marxismo, constituye una ruptura muy profunda con todas las formas anteriores —idealistas y materialistas— de analizar al hombre. Aunque el fenómeno de la explotación de unos hombres por otros había sido registrado con anterioridad,[16] siempre apareció como una manifestación dependiente de los conceptos clásicos del hombre y el ser.

      La explotación como pecado, la explotación como accidente, eran la característica o la propiedad de ciertos hombres que aparecían como explotadores, y la característica de otros que aparecían como explotados. La explotación era un fenómeno del orden moral, susceptible de ser moral o cívicamente corregido, como en Robert Owen; o una ley bárbara dictada por los capitales, como en Charles Germain; o un derecho de la propiedad a “gozar los frutos del trabajo sin realizar ninguna de las tareas del trabajo”, como en Proudhon; o un abuso de los consumidores frente a los productores, como en Saint-Simon. En ellos y en Ravenstone, John Gray, Thomas Hoggkin, William Thompson o Babeuf, la explotación es un hecho accidental, una característica de la sociedad o parte de ella, que tiene su origen en la conciencia, la riqueza o la fuerza física. Lo constitutivo de la sociedad —Dios o las leyes naturales— es violado con la explotación; o la explotación obedece a leyes naturales; pero siempre hay algo fuera de la explotación, causa de la explotación, que pertenece a un orden distinto y superior. El hombre está en primer término ligado a Dios o a la naturaleza, a su conciencia, a su poder o su riqueza, y a partir de esa ligazón, indisoluble y constitutiva, explota a otros hombres que están ligados a Dios o la naturaleza, por su conciencia, su pobreza y su condición humana.

      La relación de un hombre con otro aparece como una entidad derivada de algo distinto. Las propias imágenes de la relación de un hombre con otro surgen como “robinsonadas”, separadas de la sociedad —recuérdese el cuento de Defoe—, o separadas del mercado como en el señor y el criado de Diderot, o separadas de los procesos reales de la producción, como en el amo y el esclavo de Hegel; pero incluso cuando se les relaciona con la sociedad, con el mercado y la producción, incluso cuando se destacan las relaciones entre explotadores y explotados éstas tienen un origen, dependen de otras causas distintas de la explotación y distintas de la relación misma de los explotadores y los explotados.

      En efecto, hasta la aparición del marxismo, la relación del hombre con Dios precede a la relación del hombre con los demás hombres; la relación del hombre con su conciencia o su voluntad precede a la relación con los demás hombres; la relación con el sistema natural, con la fuerza o la riqueza, precede a cualquier relación humana, incluyendo la relación de explotación, cuando se le llega a mencionar.

      La explotación no es de hecho antes de Marx un tema central y sistemático de la filosofía; eventualmente surge como característica, como “propiedad”, más que como relación humana, y cuando se esboza como relación hay algo siempre que la constituye y la precede, algo que separa a los hombres antes de unirlos en forma de lucha o de contrato.

      La relación social de explotación de unos hombres por otros produce —cosas, objetos, bienes— y también se reproduce como relación humana. Pero el círculo se rompe: los términos de la relación se alteran. La producción de las cosas y los instrumentos —incluidos los hombres considerados como cosas— implica un desarrollo de las fuerzas productivas, sin un cambio correlativo de las relaciones de producción fundamentales. Surge así una contradicción complementaria que modifica los términos de la contradicción original entre los propietarios de los medios de producción y los productores directos, cuyo trabajo no es retribuido sino en parte. Estos últimos aumentan en número, concentración, capacidad de producir y actuar.

      Ambas contradicciones —la del explotador y el explotado— y la que existe entre la relación social de explotación y los instrumentos y objetos que produce —las llamadas “fuerzas de producción”—, hacen que el sistema sea también histórico. La relación genera con el progreso técnico y social su propia destrucción.

      Por ello el carácter constitutivo de la relación social de explotación no es concebible en un sentido metafísico, y como incontaminado de todo nacimiento —o término—, o como desvinculado, o más allá de una génesis, que es la expropiación de los trabajadores de sus medios de producción y la evolución de la propiedad privada de los mismos, o como separado de todo contexto —en un cielo, nirvana o espíritu puro—, sino relacionado con intimidad histórica al desarrollo de las fuerzas de producción que lo acompañan en el proceso cabal de sus distintas formas de nacer, evolucionar y extinguirse, generando la historia de las relaciones cotidianas y particulares de la explotación en el esclavismo, el feudalismo o el capitalismo, y generando la historia natural de los valores, que en las relaciones concretas de cada sistema plantean la solución mistificada o rigurosa de los problemas de la desigualdad, o de la libertad y la justicia, que aparecen, dadas ciertas relaciones o en el proceso de formación de nuevas relaciones —equivalentes en una visión global a nuevas bases o estructuras—. Pero la relación social determinada es constitutiva en un doble sentido: desde el punto de vista epistemológico porque es la categoría inmediata, sin la cual los problemas del hombre y el conocimiento no son comprensibles, a menos de caer en un idealismo objetivo o subjetivo o en un materialismo cosificador; en que Dios, el ego, o “la economía” cosa, “la base” cosa, “la estructura” cosa “explican” los procesos y el funcionamiento de la sociedad, dando sus autores un traspié tras otro en la explicación de las incongruencias de un mundo imperfecto de origen divino, de la realidad de un mundo objetivo, o de la libertad y responsabilidad de los hombres, no obstante la existencia de los determinismos económicos y estructurales. El carácter constitutivo de la relación social de explotación resuelve estos problemas con mucha más profundidad y precisión que las categorías constitutivas que la preceden y suceden en la historia de la filosofía y la teoría.

      De otro lado la relación es constitutiva, porque teniendo una génesis y una configuración histórica, inseparable de la expropiación y de las fuerzas de producción, siendo una relación entre propietarios y desposeídos, siendo una relación de producción, registra como el centro de las categorías concretas y de

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