Explotación, colonialismo y lucha por la democracia en América Latina. Pablo González Casanova
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Con frecuencia, cuando se destacan las relaciones disimétricas se dice que son irreversibles, o se menciona la irreversibilidad como una característica más del fenómeno. Ahora bien, en un sentido funcional, se dice que una relación del tipo y = f (x) es irreversible si la función inversa x = f (y) no existe. La función sólo es reversible en un sentido causal si puede ser interpretada tomando a x como causa y a y como efecto o viceversa. Si sólo x es causa y y sólo es efecto, la función es causalmente irreversible.
En este terreno es necesario distinguir la simetría que refleja una interacción o “cocausalidad”, de la simetría que es una mera manipulación matemática que puede predecir x por y, no obstante que en la realidad histórica o social x sea la causa o el factor que determina a y. La estimación o predicción de x por y supone una simetría simbólica o matemática perfectamente legítima, pero que no corresponde a un análisis en que x —variable dependiente de la estimación— es una variable dependiente en términos causales.[12]
En cualquier caso en las ciencias sociales, tanto las relaciones asimétricas —o disimétricas— como las relaciones irreversibles apuntan a una noción de poder o de “influencia” política, a un “factor de dominio” en que un elemento de la proposición guarda con el otro una relación mayor o mejor, o en que lo que le puede hacer un elemento x a otro y, éste no se lo puede hacer a aquél; o dicho de otro modo, que lo que hace y obligado por x, no es posible que x lo haga obligado por y.
Es evidente que en todas estas proposiciones y mediciones de la conducta humana se alude a un valor —la libertad— quizá más importante que el de la igualdad para comprender no sólo el fundamento social del análisis estadístico y sociológico, sus bases sociales, ideológicas y estructurales, sino algunas limitaciones científicas de la investigación empirista, relacionadas con el individualismo y con la propia sociedad de mercado.
Resulta difícil decir hasta qué punto el verdadero dogma a que se refería Tocqueville cuando estudiaba el nacimiento de la sociedad capitalista no era la igualdad, sino la libertad. Lo que sí es posible decir es que entre los filósofos y los investigadores más representativos del pensamiento clásico burgués, no es el igualitarismo sino el liberalismo la característica más significativa y la corriente de valores más profundamente arraigada. Desde la libertad de conciencia hasta la teoría del laissez-faire con sus manifestaciones más específicas, que van de la libertad de pensamiento, la libertad de expresión, la libertad política, hasta las formulaciones teóricas de la persona humana, asociadas a la “libertad de mercado”, a la “libre competencia”, a la “libertad del empresario individual”, a la “libertad del trabajador individual”), la idea de libertad formal y el valor que implica señorean el pensamiento de los filósofos e investigadores de la naciente sociedad capitalista. Que ellos postulen que las leyes naturales corresponden a su escala de valores morales no les impide hacer juicios de valor, destinados a acabar con las limitaciones dogmáticas a la libertad de conciencia, o con las que el Estado precapitalista imponía al empresario y el ciudadano, o con las que los estamentos y los gremios imponían a los hombres.
Es más, la idea de libertad está en la base de la inmensa mayoría de las luchas liberales contra el aumento de funciones del Estado capitalista, contra el crecimiento de las asociaciones obreras y los monopolios, todas ellas relaciones asimétricas e irreversibles, objeto de lucha y de análisis. Y en el análisis influye la configuración misma de la libertad como valor individual, la lucha por darle derechos al individuo independientemente del grupo al que pertenezca, que va a hacer del individuo, separado del grupo, la unidad de datos prevaleciente hasta hoy en la sociología empirista, y de la sociedad, un agregado de individuos, lo cual trae aparejado un sinnúmero de problemas en la medición y análisis de los fenómenos, y en el intento de explicar las llamadas “medidas colectivas”.[13]
Ahora bien, es evidente que la asimetría, como propiedad de las escalas ordinales o como función, es diferente de la desigualdad como distribución o dispersión, y que también es distinta en tanto que aquélla apunta a una relación interna, directa, y ésta no. La disimetría y la irreversibilidad apuntan a las relaciones del ciudadano con el Estado, de un ciudadano con otros, de un empresario con otro, del trabajador y su empleador; o a relaciones entre agregados de ciudadanos, empresarios, trabajadores, o entre los Estados, concebidos como agregados de aquéllos. Sobre este punto quizá valga la pena detenerse.
En el liberalismo clásico el problema de la libertad de las naciones no se plantea. Es más bien la escuela alemana —opuesta al liberalismo—, que corresponde a las corrientes del nacionalismo económico, la que se ocupa del tema. En el liberalismo la “libertad de intercambio entre las naciones” se postula como una función de la libertad individual o del beneficio individual del empresario y del trabajador.
Mientras en la tradición griega la libertad es libertad de la ciudad-Estado frente a sus enemigos —frente al dominio o ataque de éstos—, y posibilidad de la ciudad-Estado para realizarse mediante una participación sin trabas de sus ciudadanos en la vida pública, en el liberalismo clásico toda noción de libertad está asociada al individuo aislado o agregado. La idea de que el libre intercambio entre las naciones va a afectar la libertad de las naciones pobres y atrasadas no aparece ni siquiera en los liberales de entonces que vivían en América Latina y otras regiones atrasadas. No es sino hasta fines del siglo XIX y sobre todo en el siglo XX cuando el liberalismo crítico y sus herederos, en particular Hobson en Inglaterra y después Perroux en Francia, o Hirschman en Estados Unidos, se plantean el problema de las relaciones disimétricas entre las naciones.
En todo caso, tanto por el fenómeno apuntado como por las características analíticas del mismo, la desigualdad y la asimetría son bien distintas. La desigualdad está ligada a la idea de riqueza, al consumo, la participación, que son analizados en los individuos —o las naciones— como atributos o variables, en sus distribuciones y correlaciones. La asimetría está ligada a la idea de poder y dominio; es analizada indirectamente como pre-dominio o dependencia, como monopolización de la economía, el poder, la cultura de una nación por otra; o directamente como influencia económica, política y psicológica, que los hombres o las naciones con poder, riqueza o prestigio ejercen sobre los que carecen de ellos o los tienen en grado menor.[14] En esta última forma de análisis se estudian los actos, o secuencias y confluencias de actos, en que aparece la asimetría y la irreversibilidad, con análisis de grupos experimentales o paraexperimentales.
Así, se hace apremiante la necesidad de considerar las “díadas” de individuos o naciones, y la diferencia entre desigualdad y asimetría es más patente, pues mientras aquélla mide las características que presentan los individuos o grupos aislados, ésta implica el registro y la medición de la relación concreta entre dos (o más) individuos o grupos. Pero