Si Ella Huyera. Блейк Пирс
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Pero lo que sí era cierto es que no era una conversación para la que ahora estuviera lista, mientras subían los escalones de la casa del vecino. DeMarco tocó esta vez. A la puerta acudió de inmediato una mujer de aspecto juvenil, cargando a un niño que tendría dieciséis o dieciocho meses de edad.
—¿Sí? —dijo la joven.
—Hola. Somos las Agentes Wise y DeMarco del FBI. Estamos investigando el asesinato de Karen Hopkins y esperábamos obtener algo de información de los vecinos.
—Bueno, no soy exactamente una vecina —dijo la joven—. Pero igual podría serlo. Soy Lily Harbor, niñera al servicio de Barry y Jan Devos.
—¿Conocía bien a los Hopkins? —preguntó DeMarco.
—En realidad, no. Nos tratábamos por el nombre de pila, pero hablaba con ellos una o dos veces a la semana. E incluso entonces, era solo un saludo de pasada.
—¿Percibió que clase de personas son?
—Decentes por lo que pude ver —hizo una pausa cuando el niño empezó a halarle el pelo. Comenzaba a ponerse un poco inquieto—. Pero repito, no los conocía a fondo.
—¿Los Devos les conocían bien?
—Eso supongo. Barry y Gerald se prestaban cosas de vez en cuando. Combustible para las cortadoras de césped, carbón para la barbacoa, cosas así. Pero no creo que realmente se juntaran. Eran educados entre sí, pero no eran realmente amigos, ¿entiende?
—¿Sabe de alguien en la zona que los conociera bien? —preguntó Kate.
—En realidad, no. La gente por aquí es bastante reservada. Este no es un vecindario de mucho festejo, ¿entiende? Pero... me siento mal al decir esto… si quieren saber algo acerca de prácticamente cualquiera de la comunidad, podrían acercarse a la Sra. Patterson.
—¿Y quién es ella?
—Vive en la siguiente calle de atrás. Podemos ver su casa desde el patio de los Devos. Estoy bastante segura de que puede verse desde el porche trasero de los Hopkins.
—¿Cuál es la dirección?
—No estoy segura. Pero es facil de encontrar. Tiene en el porche unas esculturas de gatos que meten miedo de solo verlas.
—¿Cree que sería de ayuda? —preguntó DeMarco.
—Creo que sería su mejor apuesta, sí. No sé que tan veraz sea la información que tenga, pero nunca se sabe...
—Gracias por su tiempo —dijo Kate. Le brindó una sonrisa al pequeño, que le hizo extrañar a Michelle. También le recordó que muy probablemente tenía en su teléfono un agrio correo de voz de su hija.
Kate y DeMarco regresaron al auto. Para cuando se subieron y empezaron a rodar, la lluvia había comenzado a caer con un poco más de fuerza.
—Parece que esta casa de la Sra. Patterson, visible desde el patio de los Devos, bien pudiera ser la que vi por la ventana de la oficina de Karen Hopkins —dijo Kate—. Todos esos patios traseros conectados con solo unas cercas para dividirlos… eso podría ser un paraíso para una vieja entrometida.
—Bueno —dijo DeMarco—, veamos que sabe la Sra. Patterson.
***
Kate no pudo dejar de notar cómo se abrieron los ojos de la Sra. Patterson cuando se dio cuenta que dos agentes del FBI estaban paradas en su porche. No había una expresión de temor en su rostro; antes bien, era una de excitación. Kate imaginó que la vieja ya estaría planeando cómo le relataría la historia a todas sus amigas.
—Escuché todo lo que le sucedió a Karen, así es —dijo la Sra. Patterson como si fuera hubiera ganado un distintivo con ello—. La pobre… era tan encantadora y amable.
—¿La conocía, entonces? —preguntó Kate.
—Un poco, sí —dijo la Sra. Patterson—. Pero, por favor… pasen, pasen.
Condujo a Kate y DeMarco al interior de su casa. Antes de entrar, Kate miró los objetos que le habían servido de pista para deducir que esta era la casa correcta. Había ocho diferentes estatuas de gatos, ornamentos que parecían producto de un extraño cambalache o de una venta de garaje. Algunas se veían inquietantes, como Lily Harbor había expresado.
La Sra. Patterson las condujo a su sala de recibo. El televisor estaba encendido, sintonizado en Buenos Días América con el volumen más bien bajo, lo que hizo asumir a Kate que la Sra. Patterson era una viuda que no lograba acostumbrarse a estar sola. Había leído en alguna parte que los mayores tendían siempre a tener la televisión o el estéreo encendido luego de perder a su cónyuge, solo porque así la casa parecía tener vida todo el tiempo.
Al tomar asiento en una butaca, Kate miró hacia afuera por la ventana de la sala que estaba situada en el lado este de la casa. Vio la calle e hizo su mejor esfuerzo por imaginar la disposición del patio y la calle. Estaba bastante segura de que estaban de hecho en la casa que había atisbado desde la ventana del despacho de Karen Hopkins.
—Sra. Patterson, acláreme algo, por favor —dijo Kate—. Cuando estábamos en la casa de los Hopkins, miré por la ventana de Karen y vi una casa justo al final del borde derecho de su patio. Era la suya, ¿correcto?
—Sí, así es —dijo la Sra. Patterson con una sonrisa.
—Dijo que conocía un poco a los Hopkins. ¿Podría detallar eso?
—¡Seguro! Karen me consultaba con respecto a su jardín de vez en cuando. Tiene uno justo afuera de la ventana de su oficina, ya saben. No era mucho lo que tenía plantado, solo hierbas para ser usadas en la cocina: albahaca, romero, algo de cilantro. Siempre he tenido buena mano para las plantas. Todos en el vecindario lo saben y normalmente vienen a pedir consejo. Tengo mi propio jardín allá atrás, si les apetece verlo.
—No, gracias —dijo DeMarco de manera cortés—. Estamos luchando con el tiempo. Necesitamos que nos diga lo que sabe sobre los Hopkins. ¿Parecían felices cuando los veía juntos?
—Eso supongo. No conozco tan bien a Gerald. Pero de vez en cuando, alcanzaba a verlo sentado en su porche trasero. Recientemente, los he visto allá tomados de la mano. Era algo bonito. Sus hijos habían crecido y se habían mudado, supongo que ya lo saben. Me gustaba imaginar que estaban hablando de sus planes de retiro, proyectando viajes y cosas así.
—¿Alguna vez sospechó que tuvieran problemas de algún tipo? —preguntó Kate.
—No. Nunca vi ni escuché nada que me sugiriera tal cosa. Hasta donde sé, eran una pareja normal. Pero supongo que cualquier pareja podría tener problemas potenciales luego que los hijos se van de la casa. No es inusual, ya saben.
—¿Vio a alguno de ellos la semana pasada?
—Sí. Vi a Karen en su pequeño jardín, recortando algo. Esto sería hace como cuatro o cinco días. No estoy segura. Cumplí setenta y cuatro este año y a veces mi mente es como una sopa.
—¿Habló con ella?
—No. Pero hay algo en lo que pensé ayer... algo que