Casi Ausente. Блейк Пирс

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Casi Ausente - Блейк Пирс

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presentarse.

      —Demasiado tarde. Ya se habrá ido; se dirigían derecho al automóvil. ¿No dejó ninguna instrucción?

      —No, nada.

      Marnie dejó la bandeja y Cassie le dio a Marc más queso y, hambrienta, se sirvió más tostadas, jamón y un huevo duro. Ella se negaba a comer la montaña de comida que tenía en el plato, y jugaba fastidiosamente con esta con su tenedor.

      —Quizás le puedas preguntar a los niños —sugirió Marnie—. Antoinette sabrá si tienen algo planificado. Te aconsejaría que esperes a que termine de tocar el piano. No le gusta que la desconcentren.

      ¿Era su imaginación o Marnie había girado los ojos al decirlo? Motivada, Cassie se preguntó si se convertirían en amigas. Necesitaba un aliado en esa casa.

      Pero ahora no había tiempo de forjar una amistad. Claramente, Marnie estaba apurada recogiendo los platos vacíos y la vajilla sucia, mientras le preguntaba a Cassie si había algún problema con su habitación. Cassie explicó los problemas rápidamente y el ama de llaves se marchó, luego de prometerle que cambiaría la ropa de cama y reemplazaría la bombilla antes del almuerzo.

      El sonido del piano se había detenido, por lo que Cassie se dirigió a la sala de música, que estaba cerca del pasillo.

      Antoinette estaba guardando las partituras. Se volteó y enfrentó a Cassie con recelo al verla entrar. Estaba vestida de manera impecable, con un vestido azul marino. Tenía el cabello recogido en una coleta y sus zapatos habían sido pulidos perfectamente.

      —Te ves hermosa, Antoinette, ese vestido tiene un color tan precioso —dijo Cassie, esperando que los halagos le ganaran el cariño de la hostil niña—. ¿Hay algo planeado para hoy? ¿Alguna actividad u otras cosas planificadas?

      Antoinette se detuvo, pensativa, antes de sacudir la cabeza.

      —Nada para hoy —dijo firmemente.

      —Y Marc y Ella ¿tienen que ir a algún lado?

      —No. Mañana Marc tiene práctica de fútbol.

      Antoinette cerró la tapa del piano.

      —Bueno, ¿hay algo que quisieras hacer ahora?

      Quizás si permitía que Antoinette eligiera, eso ayudaría a que se hicieran amigas.

      —Podemos hacer una caminata por el bosque. Todos lo disfrutaríamos.

      —¿En dónde es el bosque?

      —A uno o dos quilómetros por la carretera.

      La niña de cabello oscuro gesticuló vagamente.

      —Podemos salir de inmediato. Yo te mostraré el camino. Solamente debo cambiarme de ropa.

      Cassie había asumido que el bosque estaba dentro del terreno, y la respuesta de Antoinette la había tomado por sorpresa. Pero una caminata por el bosque parecía una actividad al aire libre agradable y saludable. Cassie estaba segura de que Pierre lo aprobaría.

      *

      Veinte minutos después, estaban prontos para salir. Mientras escoltaba a los niños hacia la planta baja, Cassie buscó en todas las habitaciones con la esperanza de encontrar a Marnie o a alguien del personal para avisarles a dónde iba.

      No vio a nadie y no sabía por dónde empezar a buscar. Antoinette estaba impaciente por salir y saltaba de pie en pie por el entusiasmo, por lo que Cassie decidió que era más importante el buen humor de la niña, especialmente si no iban a demorar mucho en volver. Se dirigieron por la entrada de gravilla y salieron, con Antoinette haciendo de guía.

      Detrás de un árbol de roble enorme, Cassie vio un bloque de cinco establos que recordó haber visto el día anterior, cuando llegaba. Se acercó para verlos con más detalle y vio que estaban vacíos y oscuros, con las puertas abiertas. El campo lindero estaba desocupado, las verjas de madera estaban rotas en algunos tramos, el portón colgaba de las bisagras y el pasto crecía alto y silvestre.

      —¿Tienen caballos aquí? —le preguntó a Antoinette.

      —Teníamos, hace muchos años, pero hace mucho tiempo que no tenemos —respondió—. Ya ninguno de nosotros monta a caballo.

      Cassie se quedó mirando a los establos desiertos mientras asimilaba esta bomba.

      Maureen le había dado información incorrecta y muy antigua.

      Los caballos habían participado en su decisión de venir aquí. Habían sido un incentivo. Pensar que estaban allí había hecho que el lugar pareciera mejor, más atractivo, más vivo. Pero hacía tiempo que se habían ido.

      Durante la entrevista, Maureen había afirmado que existía la posibilidad de que ella aprendiera a montar a caballo. ¿Por qué había tergiversado las cosas y qué otras cosas había dicho que no eran ciertas?

      —¡Vamos! —dijo Antoinette, tirándole de la manga impacientemente—. ¡Debemos irnos!

      Mientras Cassie se alejaba, se le ocurrió que no había razón para que Maureen falsificara información. El resto de su descripción de la casa y la familia había sido bastante preciso y como agente podía transmitir solamente la información que le habían aportado.

      De ser así, el que había mentido había sido Pierre. Y eso era aún más preocupante.

      Una vez que doblaron una curva y el chateau estaba fuera de vista, Antoinette enlenteció su ritmo, justo a tiempo para Ella, que se quejaba de que los zapatos la lastimaban.

      —Deja de quejarte —le aconsejó Antoinette—. Recuerda que papá siempre dice que no debes quejarte.

      Cassie levantó a Ella y la cargó en sus brazos, sintiendo que su peso aumentaba con cada paso que daba. Además, cargaba con la mochila, que estaba atiborrada con las chaquetas de cada uno y los pocos euros que le quedaban en el bolsillo lateral.

      Marc iba saltando adelante, quebrando ramas de los setos y arrojándolas en la carretera como lanzas. Cassie tenía que recordarle constantemente que se mantuviera alejado del asfalto. Era tan distraído y estaba tan desprevenido que podía saltar tranquilamente enfrente de cualquier automóvil que se acercara.

      —¡Tengo hambre! —se quejó Ella.

      Desesperada, Cassie recordó el plato del desayuno que no había tocado.

      —Hay una tienda a la vuelta de la esquina —le dijo Antoinette—. Venden bebidas frías y refrigerios.

      Parecía extrañamente feliz esta mañana y Cassie no sabía por qué. Simplemente le alegraba que Antoinette pareciera estar encariñándose con ella.

      Esperaba que la tienda vendiera relojes baratos, porque sin su teléfono no tenía forma de saber la hora. Pero resultó ser un vivero lleno de semilleros, arbolitos y fertilizantes. En la caja vendían solamente refrescos y refrigerios. El anciano comerciante estaba sentado en un taburete al lado de una estufa a gas, y él le dijo que no había nada más. Los precios eran extravagantemente altos, y se estresó mientras separaba el dinero de su escasa reserva para comprar un chocolate y una lata de jugo para cada niño.

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