Casi Ausente. Блейк Пирс
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Antoinette y Marc las esperaban en una bifurcación. Al fin, Cassie vio el bosque más adelante. Antoinette había subestimado la distancia, pues debían haber caminado al menos cinco quilómetros, y el vivero había sido el último edificio que habían visto. La carretera se había vuelto más angosta, con el pavimento agrietado y roto, y setos tupidos y silvestres.
—Ella y tú pueden ir por ese camino —les aconsejó Antoinette, señalando un sendero descuidado—. Es un atajo.
Cualquier ruta más corta era bienvenida, por lo que Cassie se dirigió por el camino angosto, empujando entre una profusión de arbustos frondosos.
A mitad de camino empezó sentir un fuerte ardor en los brazos, tan doloroso que chilló, pensando que la había picado un enjambre de avispas. Miró hacia abajo y vio un sarpullido hinchado que se expandía por toda la piel, en donde las hojas la habían rozado. Y luego, escuchó un alarido de Ella.
—¡Me pica la rodilla!
Su piel estaba hinchada por la urticaria, y las ronchas se volvían de un color rojo profundo, contrastando con su piel suave y pálida.
Cassie se agachó demasiado tarde para evitar que una rama frondosa azotara su rostro. El ardor se expandió inmediatamente y ella chilló alarmada.
Desde lejos, escuchó la risa estridente y entusiasmada de Antoinette.
—Pon la cabeza contra mi hombro —ordenó Cassie, envolviendo a la niña apretadamente con sus brazos.
Respiró hondo y comenzó a avanzar, chocando y empujando a tientas las punzantes hojas a lo largo del camino, hasta que emergió en un claro.
Antoinette gritaba de gozo, doblada sobre el tronco de un árbol caído, y Marc la imitaba, contagiado por su júbilo. A ninguno parecía importarle las lágrimas encolerizadas de Ella.
—¡Sabías que allí había hiedra venenosa! —la acusó Cassie, al tiempo que bajaba a Ella al suelo.
—Ortigas —la corrigió Antoinette, antes de estallar en carcajadas.
No había amabilidad en ese sonido, la risa era tremendamente cruel. Esta niña estaba demostrando su verdadera naturaleza, y era despiadada.
Cassie tuvo un acceso de ira y eso la sorprendió. Por un momento, su único deseo era darle una bofetada al engreído y sonriente rostro de Antoinette, lo más fuerte que pudiera. La potencia de su ira la asustaba. Llegó a abalanzarse con la mano alzada, antes de que la cordura prevaleciese y la bajara rápidamente, horrorizada por lo que casi había hecho.
Se dio vuelta, abrió su mochila y hurgó en busca de la única botella de agua que tenía. Frotó un poco sobre la rodilla de Ella y el resto sobre su propia piel, con la esperanza de que eso aliviara el ardor, pero cada vez que tocaba la hinchazón parecía ser peor. Miró alrededor buscando una canilla cerca, o una fuente, en donde dejar que el agua corriera sobre el doloroso sarpullido.
Pero no había nada. Este bosque no era el destino familiar que había imaginado. No tenía bancos, ni carteles señalizadores. No había contenedores de basura, ni canillas o fuentes, tampoco caminos en buenas condiciones. Solamente había un bosque antiguo y oscuro, con enormes hayas, abetos y píceas alzándose entre los enmarañados matorrales.
—Debemos irnos a casa, ahora —dijo.
—No —discutió Marc—. Quiero explorar.
—Este no es un lugar seguro para explorar. Ni siquiera hay un camino delimitado. Y está demasiado oscuro. Deberías ponerte tu chaqueta ahora o pescarás un resfrío.
—¡Pescar un resfrío, péscame a mí!
Con un gesto travieso, el niño salió disparado, serpenteando velozmente entre los árboles.
—¡Maldita sea!
Cassie se zambulló detrás de él, apretando los dientes mientras ramitas filosas rozaban su piel inflamada. Él era más pequeño y más rápido que ella, y con su risa se burlaba de ella mientras se zambullía entre los matorrales.
—¡Marc, vuelve aquí! —lo llamó.
Pero sus palabras solo parecían alentarlo. Ella lo siguió empecinadamente, con la esperanza de que él se cansara o decidiera abandonar el juego.
Finalmente lo alcanzó, cuando él se detuvo a recuperar el aliento y patear unas piñas. Lo tomó del brazo firmemente antes de que volviera a escaparse.
—Esto no es un juego. ¿Ves? Hay un barranco más adelante.
El terreno descendía abruptamente y se podía escuchar el sonido del agua fluyendo.
—Volvamos, es hora de ir a casa.
—No quiero ir a casa —refunfuñó Marc, arrastrando los pies mientras la seguía.
Yo tampoco, pensó Cassie, y sintió una súbita empatía hacia él.
Cuando volvieron al claro, Antoinette era la única que estaba allí, sentada sobre una chaqueta doblada, trenzándose el cabello por encima del hombro.
—¿En dónde está tu hermana? —le preguntó Cassie.
Antoinette levantó la mirada, con apariencia despreocupada.
—Vio un pájaro después de que te fuiste, y quería verlo de cerca. No sé a dónde fue después de eso.
Cassie miró a Antoinette, horrorizada.
—¿Por qué no fuiste con ella?
—No me dijiste que lo hiciera —le respondió Antoinette con una fría sonrisa.
Cassie respiró hondo, intentando controlar otro acceso de furia. Antoinette tenía razón. No debería haber abandonado a los niños sin advertirles que se quedaran en donde estaban.
—¿Por dónde se fue? Muéstrame exactamente en dónde estaba la última vez que la viste.
—Se fue para ese lado —señaló Antoinette.
—Voy a ir a buscarla —Cassie mantuvo su voz tranquila a propósito—. Quédate aquí con Marc. No, repito NO abandonen este claro, ni dejes que tu hermano se pierda de vista. ¿Entendido?
Antoinette asintió distraídamente mientras usaba sus dedos para peinarse el cabello. No le quedaba más que esperar que ella obedeciera. Se dirigió hacia donde Antoinette le había señalado y ahuecó las manos alrededor de la boca.
—¿Ella? —gritó lo más fuerte que pudo—. ¿Ella?
Se detuvo, con la esperanza de escuchar una respuesta o zapatos acercándose, pero no hubo respuesta. Lo único que oía era el crujido distante de las hojas, en el viento cada vez más fuerte.
¿Era