Casi Ausente. Блейк Пирс

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Casi Ausente - Блейк Пирс

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hombre de cabello gris se encogió de hombros con empatía.

      —Los niños siempre serán niños. Me resultan conocidos. ¿Viven por aquí cerca?

      — Sí. Son los niños Dubois. Soy su nueva niñera y este es mi primer día de trabajo —explicó Cassie.

      Esperaba que los reconociera amigablemente, pero, en cambio, los ojos del comerciante se agrandaron alarmados.

      —¿Esa familia? ¿Estás trabajando para ellos?

      —Sí.

      Los miedos de Cassie resurgieron.

      —¿Por qué? ¿Los conoce?

      —Todos los conocemos aquí. Y Diane, la esposa de Pierre, a veces me compraba plantas.

      Él vio su rostro perplejo

      —La madre de los niños —explicó—. Ella falleció el año pasado.

      Cassie lo miró fijamente y la cabeza le daba vueltas. No podía creer lo que acababa de escuchar.

      La madre de los niños había muerto hacía nada más que un año. ¿Por qué nadie se lo había dicho? Maureen ni siquiera lo había mencionado. Cassie había asumido que Margot era la madre de los niños, pero ahora se daba cuenta de lo ingenua que había sido. Margot era demasiado joven para ser la madre de una niña de doce años.

      Esta familia había sufrido una perdida reciente, había sido destrozada en pedazos por una enorme tragedia. Maureen tendría que haberle informado esto.

      Pero Maureen no sabía que los caballos ya no estaban, porque nadie se lo había dicho. Cassie sintió una puñalada de miedo al preguntarse si Maureen sabía esto.

      ¿Qué le había pasado a Diane? ¿Cómo había afectado su pérdida a Pierre, y a los niños, y a toda la dinámica familiar? ¿Cómo se sentían con la llegada de Margot a la casa, poco tiempo después? Con razón podía sentir la tensión, tirante como un alambre, en casi todas las interacciones que ocurrían entre esas paredes.

      —Eso…eso es realmente triste —tartamudeó, dándose cuenta de que el comerciante la contemplaba curiosamente—. No sabía que había muerto tan recientemente. Supongo que su muerte debió haber sido traumática para todos.

      Frunciendo el ceño profundamente, el comerciante le dio el cambio y ella guardó su escasa reserva de monedas.

      —Estoy seguro de que conoces el trasfondo de la familia.

      —No sé mucho, por lo que realmente le agradecería si usted me pudiera explicar qué ocurrió.

      Cassie se inclinó ansiosa sobre el mostrador.

      Él sacudió su cabeza.

      —No me corresponde decir más. Trabajas para la familia.

      ¿Qué cambiaba eso? Se preguntó Cassie. Con sus uñas empezó a excavar en la carne viva de la cutícula y, conmocionada, se dio cuenta de que había vuelto a su antiguo hábito nervioso. Bueno, sin dudas estaba nerviosa. Lo que el anciano le había dicho era bastante preocupante, pero lo que se negaba a decir era aún peor. Quizás si era honesta con él, él sería más sincero.

      —No entiendo para nada cómo es la situación allí y me temo que ya me metí hasta el cuello. Para ser honesta con usted, ni siquiera me habían dicho que Diane había muerto. No sé cómo ocurrió o cómo eran las cosas antes. Me ayudaría mucho tener un mejor panorama.

      Él asintió con más empatía, pero entonces sonó el teléfono de la oficina y ella supo que había perdido la oportunidad. El anciano se alejó para atender y cerró la puerta detrás de él.

      Desilusionada, Cassie se apartó del mostrador y se puso al hombro la mochila, que parecía el doble de pesada, o quizás era la información inquietante que el comerciante le había dado lo que hacía que el peso la agobiara. Al salir de la tienda, se preguntó si tendría la oportunidad de volver sola y hablar con el anciano. Se moría por descubrir los secretos de la familia Dubois que él sabía, cualesquiera que fueran.

      CAPÍTULO SEIS

      El alarido aterrado de Ella devolvió a Cassie a su situación actual. Miró al otro lado de la carretera y vio con horror que Marc había trepado la cerca, y estaba alimentando con puñados de pasto a una manada que iba en aumento, y que ahora incluía a cinco burros grises, peludos y cubiertos de lodo. Aplanaban sus orejas y se mordisqueaban entre ellos, al tiempo que se amontonaban hacia él.

      Ella volvió a gritar cuando uno de los burros se chocó con Marc y lo hizo caer de espaldas en el suelo.

      —¡Salgan de ahí! —gritó Cassie, cruzando la carretera de una corrida.

      Se inclinó y cruzó la cerca, lo tomó de la camisa y lo arrastró antes de que lo pisotearan. Este niño, ¿tenía tendencias suicidas? Su camisa estaba empapada y sucia, y ella no había traído una de repuesto. Afortunadamente, el sol aún brillaba, aunque veía nubes acumulándose en el oeste.

      Cuando le dio el chocolate a Marc, él se llenó la boca con la tableta entera. Se reía con los cachetes repletos y escupía trocitos de chocolate en el suelo. Luego, se adelantó con Antoinette.

      Ella rechazó su chocolate y comenzó a llorar ruidosamente. Cassie volvió a cargar a la pequeña niña en sus brazos.

      —¿Qué te sucede? ¿No tienes hambre? —le preguntó.

      —No. Extraño a mi mamá —sollozó.

      Cassie la abrazó fuerte, sintiendo la calidez de la mejilla de la niña contra la suya.

      —Lo siento, Ella. Lo siento tanto. Me acabo de enterar. Debes extrañarla mucho.

      —Quisiera que papá me dijera a dónde se fue —lamentó Ella.

      —Pero… —Cassie no sabía qué decir.

      El comerciante le había dicho claramente que Diane Dubois había muerto. ¿Por qué Ella pensaba otra cosa?

      —¿Qué te dijo tu papá? —le preguntó cuidadosamente.

      —Me dijo que se marchó. No me dijo a dónde. Solamente me dijo que se fue. ¿Por qué se fue? ¡Quiero que vuelva!

      Ella presionó la cabeza en el hombro de Cassie, sollozando desconsoladamente.

      La cabeza de Cassie le daba vueltas. Ella debía tener cuatro años en ese momento y seguramente hubiese entendido lo que significaba la muerte. Habría habido oportunidad para estar de luto y un funeral. O quizás, eso no había ocurrido.

      Estaba aturdida ante la posibilidad de que Pierre le hubiese mentido a propósito a Ella respecto a la muerte de su esposa.

      —Ella, no estés triste —le dijo, frotando suavemente sus hombros—. A veces la gente se va y no vuelve.

      Pensó en Jacqui, preguntándose nuevamente si alguna vez descubriría lo que realmente le había ocurrido. No saberlo era terrible. La muerte, aunque trágica, al menos

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