Casi Ausente. Блейк Пирс

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Casi Ausente - Блейк Пирс

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de volver a entrar. Te debo un trago. ¿Qué te gustaría? ¿Café, cerveza o vino?

      —Vino, desde luego —dijo Jess mientras se dirigían a las puertas de embarque.

      —¿A qué parte de Francia te diriges? —le preguntó Cassie después de ordenar un vino.

      —Esta vez voy con una familia en Versalles. Cerca del palacio, creo. Espero tener la oportunidad de visitarlo en algún día libre.

      —¿Dijiste esta vez? ¿Habías trabajado antes en una asignación?

      —Sí, pero no funcionó —Jess dejó caer un cubito de hielo en su copa—. La familia era espantosa. De hecho, me desalentaron a volver con “Las Niñeras de Maureen”. Esta vez fui a otra agencia. Pero no te preocupes —agregó rápidamente—, estoy segura de que te irá bien. Maureen debe tener buenos clientes en sus registros.

      Cassie sintió la boca reseca. Tomó un trago largo de vino.

      —Pensé que era respetable. Es decir, su eslogan es La Agencia Europea Líder.

      Jess se rió.

      —Bueno, eso es solo marketing. Otros me han dicho lo contrario.

      —¿Qué fue lo que te pasó a ti? —Preguntó Cassie—. Por favor, cuéntame.

      —Bueno…la asignación parecía bien, aunque durante la entrevista con Maureen alguna de las preguntas me preocuparon. Eran tan extrañas que me empecé a preguntar si habría problemas con la familia, porque a ninguna de mis amigas niñeras les habían preguntado cosas similares en sus entrevistas. Y cuando llegué…bueno, la situación no era como la promocionaban.

      —¿Por qué no?

      Cassie sintió un frío interior. Las preguntas de Maureen también le habían parecido raras. En ese momento había asumido que les preguntaban las mismas preguntas a todos los candidatos, que era para probar sus habilidades. Y quizás así era…pero no por las razones que ella imaginaba.

      —La familia era súper tóxica —dijo Jess—. Eran irrespetuosos y degradantes. Las tareas que tenía que hacer estaban muy por fuera del alcance de mi trabajo. A ellos no les importaba y se negaban a cambiar. Y cuando les dije que me iba…ahí fue cuando realmente se convirtió en zona de guerra.

      Cassie se mordió el labio. Ella había crecido con esa experiencia. Recordaba las voces exaltadas a puertas cerradas, discusiones murmuradas en el auto, la sensación de tensión como si estuviera en una cuerda floja. Siempre se preguntó qué era lo que su madre, tan callada, sumisa, humillada, podía haber encontrado para discutir con su grandilocuente y agresivo padre. Fue después de la muerte de su madre, en un accidente de auto, que se dio cuenta de que las discusiones eran todas para mantener la calma, manejar la situación, proteger a Cassie y a su hermana de la hostilidad que estallaba de manera impredecible y sin ningún motivo. Sin la presencia de su madre, el conflicto latente había desatado una guerra generalizada.

      Se había imaginado que uno de los beneficios de ser niñera era que podía ser parte de la familia feliz que nunca tuvo. Ahora temía que fuera lo opuesto. Nunca había podido mantener la paz en su casa. ¿Podría manejar una situación volátil de la misma manera que lo había hecho su madre?

      —Me preocupa mi familia —confesó Cassie—. A mí también me hicieron preguntas extrañas en la entrevista, y la última niñera que tuvieron se marchó al poco tiempo. ¿Qué pasa si yo tengo que hacer lo mismo? No quiero quedarme ahí si las cosas se van a poner desagradables.

      —No abandones a menos que sea una emergencia, —le advirtió Jess—. Genera un conflicto enorme y te desangras de dinero, serás responsable por un montón de gastos adicionales. Eso casi me desalienta a intentarlo de nuevo. Fui muy cuidadosa al aceptar esta asignación. No tenía el dinero suficiente, mi padre pagó por todo esta vez.

      Puso la copa sobre la mesa.

      —¿Vamos a la puerta de embarque? Estamos en la parte del fondo del avión así que seremos el primer grupo en abordar.

      El entusiasmo de abordar el avión distrajo a Cassie de todo lo que Jess le había dicho, y una vez que se sentaron hablaron de otros temas. Cuando el avión despegó, sintió que su espíritu también se elevaba, porque lo había logrado. Había dejado el país, se había escapado de Zane, y estaba en el aire, dirigiéndose a un nuevo comienzo en tierras extranjeras.

      Después de la cena, empezó a pensar más en los detalles de su asignación y en las advertencias de Jess, y fue entonces cuando sus temores volvieron lentamente.

      No todas las familias eran malas, ¿cierto?

      Pero ¿qué pasaría si una agencia en particular tuviera la fama de aceptar a familias difíciles? Bueno, entonces las probabilidades serían mayores.

      Cassie intentó leer por un momento, pero no se podía concentrar en el relato y sus pensamientos se aceleraban ante la preocupación por lo que estaba por venir.

      Echó un vistazo a Jess. Se aseguró de que estuviera concentrada mirando una película, para sacar discretamente el frasco de pastillas de su bolso y tomarse una con lo que le quedaba de Diet Coke. Si no podía leer, al menos podía intentar dormir. Apagó la luz y reclinó su asiento.

      *

      Cassie se encontró en su ventosa habitación del piso de arriba, acurrucada debajo de su cama con la espalda contra la fría y áspera pared.

      Se escuchaban risas de borrachos, golpes y gritos de la planta baja, una fiesta que se pondría violenta en cualquier momento. Agudizó sus oídos a la espera del estruendo de un vidrio. Reconoció la voz de su padre y la de su última novia, Deena. Había al menos otras cuatro personas allí abajo, quizás más.

      Y luego, por encima de los gritos, sintió el crujido de las tablas por las fuertes pisadas que subían las escaleras.

      —Hola, pequeña —susurró una voz grave, y su yo de doce años se encogió de terror—. ¿Estás ahí, niñita?

      Cerró sus ojos con fuerza, diciéndose que esto era solo una pesadilla, que estaba segura en la cama y que los extraños allá abajo se preparaban para marcharse.

      La puerta se abrió lentamente con un chirrido y a la luz de la luna vio aparecer una pesada bota.

      Los pies pisoteaban por el dormitorio.

      —Hola, niñita —Un susurro ronco—. Vine a saludarte.

      Ella cerró los ojos, rogando que él no escuchara su respiración agitada.

      Sintió el murmullo de la tela cuando él destapó las sábanas, y el gruñido de sorpresa cuando vio la almohada y el saco que ella había envuelto debajo.

      —Callejeando —farfulló.

      Adivinó que él buscaba entre las sucias cortinas que se inflaban por la brisa y las cañerías que insinuaban una ruta de escape precaria. La próxima vez se armaría de coraje y bajaría por ahí, no podía ser peor que esconderse aquí.

      Las botas retrocedieron fuera de su vista. Una explosión de música vino de abajo, seguida de una discusión a los gritos.

      El dormitorio

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